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En las graderías, una multitud de padres, hermanos y abuelas, ovaciona a los pequeños. Tambièn hay cazatalentos, apostadores y charlatanes.

CRÓNICA

El sueño del Pibe

En el torneo Pony Fútbol, que se celebra en Medellín, se juegan las ilusiones de los niños, que aspiran a ser estrellas, y de sus padres, que sueñan con salir de pobres.

29 de enero de 2011

En la tribuna el papá de Diego empuña la imagen de un Niño Jesús, se da la bendición con ella, vuelve a besarla. En la cancha, su hijo, de 11 años, regatea a un contrario, después a otro, después a otro, pero su disparo se va lejos, sin fuerza. El hombre, taxista, vuelve a santiguarse. Antes del partido habló con un ex futbolista, ahora convertido en empresario de jugadores, para que observara a su hijo. “Si Dios quiere, me compran el pase”, dice. Pero eso tal vez no ocurra hoy.

El Pony Fútbol, torneo infantil que se hace en Medellín y que este año llegó a su edición 27, también es el festival de padres que sueñan con salir de pobres al negociar los derechos deportivos de sus hijos con los cazadores de talentos. No es una pretensión en fuera de lugar, no del todo.

Muchos futbolistas profesionales, cuyos pases valen una fortuna en euros, jugaron el Pony Fútbol. Amaranto Perea, por ejemplo, hoy en el Atlético de Madrid; Falcao García, en el Porto, de Portugal; Víctor Hugo Montaño, en el Montpellier, de Francia; Mauricio Molina, en el Seongnam Ilhwa, de Corea del Sur; Luis Gabriel Rey, en el Morelias, de México; David Ospina, en el Niza, de Francia, y así, una lista de jugadores cuyas fotos salen en Internet con rostros felices y cadenas de oro en el cuello. Cada papá sueña con que su hijo sea el siguiente en la lista. Luis Alfonso Marroquín, ex técnico de la Selección Juvenil de Colombia, director de su propia escuela infantil, lo llama ‘el complejo Messi’: “Creen que su hijo es una estrella y pretenden negociarlo para comprar una casita, un taxi, librarse de una deuda”, advierte el entrenador, ahora convertido en comentarista del torneo que llena las tribunas de una cancha con nombre de otro planeta: Marte. Los partidos son transmitidos en directo por los canales locales Telemedellín y Teleantioquia y llegan a tener más audiencia que las novelas de la tarde.

Un ex futbolista habla por celular. Los padres lo buscan para darle el nombre de su hijo, el número en la camiseta, el teléfono de la casa. La estrella de este año es un niño ecuatoriano. Se llama Luis Ángel Intriago, vino al torneo con un equipo de Quito y lleva siete goles. En las cadenas radiales que transmiten el torneo en directo dicen que los dueños del Atlético Nacional ya negociaron sus derechos deportivos y que el otro año se vendrá a vivir a Medellín con sus hermanos y su padre, un plomero de profesión. “Si sale bueno, un jugador se libra solo”, dice el ex futbolista, que reconoce que invertir en niños de esa edad es un riesgo.

Nadie lo confirma, pero los derechos de un delantero en el Pony Fútbol, que deben negociarse con los padres, pueden superar los 60 millones de pesos. “Eso valió James Rodríguez”, cuenta un técnico cercano a la negociación que hizo, en 2004, Gustavo Upegui, el dueño del Envigado Fútbol Club, asesinado un tiempo después sin reclamar el jugoso rédito de esa compra.

El pase de Rodríguez, ahora de 19 años, vale tres millones de euros, pero podría triplicarse tras su paso por el Porto, de Portugal. No es la única plata que circula en las tribunas de la competencia infantil más alegre de Suramérica. A pesar del esfuerzo de los organizadores, los apostadores también meten sus goles y arriesgan fajos de billetes a favor o en contra de un equipo. “Entonces, comienzan a gritarles groserías a los niños para desanimarlos, o a presionarlos para que ganen. Eso es un error que siempre lamentamos”, admite Carlos Iván Hernández, director ejecutivo de la Corporación Los Paisitas, organizadora del torneo.

Para entrar, los espectadores deben juntar 12 tapas de una bebida infantil. Los niños, entrevistados en directo para la televisión, a veces lloran luego de perder, o de ganar. Sus abuelas gritan en las graderías.