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El talón de Aquiles

La batalla contra la coca amenaza la guerra contra las Farc en el sur del país.

5 de junio de 2005

Hace unos meses un teniente del Ejército requisó a una señora en la vía de San Vicente del Caguán a Los Pozos, en el Caquetá. Era una mujer humilde. Al revisarle el bolso, el oficial le encontró dos tarros de químicos para rociar la hoja de coca. La señora inmediatamente se puso a llorar. Le explicó que había empeñado todo su dinero para comprar el 'veneno' porque necesitaba vender la pasta de coca de ese mes para alimentar a sus siete hijos. El teniente miró a los niños que la acompañaban y sintió mucho dolor por ella. Pero como era su deber, le incautó la mercancía.

Al final del día se reportó con su coronel. "Estos son mis resultados operacionales de hoy: incauté estos insumos para el procesamiento de la coca. Eso sí, me gané una enemiga para toda la vida. Esa señora jamás nos va a decir dónde están los guerrilleros", recuerda el oficial las palabras de su subalterno.

Esta escena -que se repite a diario en las carreteras y en los principales ríos del suroriente del país- ilustra el gran dilema que enfrentan los soldados del Plan Patriota. La guerra contra la coca se está convirtiendo en el principal talón de Aquiles de la mayor ofensiva militar del Estado contra las Farc.

Como lo anota el informe del International Crisis Group (ICG) Guerra y drogas en Colombia, la región donde se libra la batalla decisiva contra la guerrilla coincide con el "estrecho cinturón de coca que comienza en el sur de Nariño y se extiende hacia el nororiente por la cuenca amazónica hasta las planicies del oriente de Vichada, que cubre 69.000 de las 86.000 hectáreas de coca que se cultivaban en 2003".

En gran parte de esta zona -sobre todo en el Caquetá, epicentro del Plan Patriota- existían algunos cultivos de coca desde los años 70. Cuando llegaron los guerrilleros en 1979, su primera reacción fue prohibir la mata. Pero su incursión en la zona coincidió con una profunda crisis económica producto de una larga sequía y de la colonización indiscriminada promovida por el Incora. La quema y la tala de bosques para sembrar pasto para ganado provocó en el Caguán el incendio forestal más grande de la historia del país, la posterior destrucción del 70 por ciento de las cosechas de maíz y la muerte de 2.000 reses.

Como lo explica Juan Guillermo Ferro en su texto Las Farc y su relación con la economía de la coca en el suroriente de Colombia, el Idema terminó de convencer a los campesinos de meterse de lleno en el negocio ilícito cuando pagó la cosecha de maíz por un valor inferior al del mercado. En ese contexto deplorable las Farc optaron por permitirle a los campesinos sembrar coca sólo durante dos años. Ya llevan 25.

La relación entre las Farc y los cocaleros fue evolucionando. Pasaron de cobrar un 'impuesto' a los compradores a manejar toda la cadena hasta antes de la exportación. Hoy los guerrilleros son el eslabón esencial del negocio en el suroriente como lo son los paramilitares en el resto del país. "Son los que logran la economía de escala suficiente para que sea un buen negocio", dice el investigador Gustavo Duncan.

Los guerrilleros articulan todo el orden social y económico alrededor de la coca: le prestan a los campesinos dinero para comprar la semilla y para procesar la hoja, determinan el precio de compra, definen los conflictos entre raspachines, tienen los contactos con los narcotraficantes y realizan la venta al por mayor.

Este orden social se alteró con la llegada de los 18.000 soldados del Plan Patriota. "El Ejército ha llegado desde arriba con fumigación y desde abajo con retenes", dijo a SEMANA un oficial del Ejército. Los soldados requisan constantemente a los campesinos en los ríos y en las carreteras en busca de pasta de coca o de insumos para procesarla. Su objetivo es doble: golpear las finanzas de las Farc y arrebatarle a la guerrilla su 'constituyente primario', conformado por los cocaleros.

¿Quién recibe el golpe?

Es claro que en las regiones del Plan Patriota la guerrilla ha perdido poder económico. En Curillo, Caquetá, por ejemplo, los guerrilleros bajaban bultos de billetes al pueblo y compraban y vendían la coca a la vista de todos. Como el Ejército destruyó las pistas y los controles son estrictos, el negocio entró en crisis. La misma historia cuentan en Cartagena del Chairá, en San Vicente del Caguán y en Remolinos.

Pero que el negocio esté bloqueado en el Caquetá no necesariamente quiere decir que las Farc estén más pobres. "Por su inserción internacional, la guerrilla tiene la capacidad de mover las estructuras del negocio e instalar la producción en otro lado", dice Ricardo Vargas, quien publicará en los próximos días el libro Narcotráfico, guerra y política antidrogas. "El nodo del negocio es el mercado, no el cultivo". El cultivo persigue al mercado. No al revés. "El mercado depende del poder de un actor para llegar a acuerdos con compradores", explica Vargas.

La inteligencia de los organismos del Estado es demasiado precaria para lograr desarticular la red de pequeños carteles modernos y altamente sofisticados que sostiene la demanda de la coca en una zona. El resultado neto es que mientras que a los campesinos los soldados le echan el perro antidrogas para que los husmeen y a los que llevan coca o insumos la Fiscalía los condena a más de cinco años de cárcel, quienes jalonan el negocio simplemente se van a otra región.

Una prueba de ello es que casi toda la población flotante de raspachines -unas 578.000 personas llegaron al suroriente entre 1988 y 1993 tras la bonanza cocalera, según el ICG- se ha trasladado del Caquetá hacia Nariño, especialmente hacia Llorente, donde ahora las Farc manejan el negocio.

Entonces se podría decir que aunque el primer objetivo de debilitar las finanzas de las Farc se consigue sólo a medias sí se logra el segundo: debilitar la organización social de la guerrilla.

La fumigación obliga a las cocaleros a moverse constantemente, lo cual le dificulta a las Farc mantener la organización de comunidades afines a su proyecto. Además la fumigación ha coincidido en varios lugares -el Putumayo es un ejemplo- con la entrada de los paramilitares.

Sin embargo, por lo menos en el corto y mediano plazo, también se afecta la legitimidad del Estado. Los campesinos en las zonas bajo influencia guerrillera en cambio de ver al Ejército como su salvador lo perciben como un agresor. Entonces lo que pierden las Farc por el lado del negocio lo ganan por otro: los campesinos confirman con su propio sufrimiento quién es "el verdadero enemigo". También engrosan las filas guerrilleras con los raspachines arruinados o con los familiares de los colonos arrestados por la Fiscalía o asediados por el Ejército. Tanto las autoridades militares como las civiles en Puerto Rico, Caquetá, dijeron a SEMANA que la guerrilla había reclutado muchos jóvenes en los últimos meses. Y lo más importante: garantizan que nadie -absolutamente nadie- les dé información útil a los soldados.

A diferencia de Cundinamarca, donde la colaboración de los campesinos fue clave para capturar a 'Marco Aurelio Buendía', el poderoso jefe de las Farc en la región y desarticular todo el frente que aspiraba a cercar a Bogotá, en Caquetá no han logrado capturar a ningún pez gordo salvo a 'Sonia' ni desmantelar ninguna estructura.

"Es una transición", dice el viceministro de Defensa Andrés Peñate. "Se requiere un período de ajuste para que resurjan los negocios lícitos y para que la gente aprecie la libertad".

Un caso optimista es el del Putumayo, donde hubo una fumigación masiva pero paralelamente el gobierno, con fondos de Estados Unidos, reconstruyó la economía agrícola de autoconsumo que había desaparecido con la coca.

En la zona del Plan Patriota el gobierno, bajo la coordinación de la Red de Solidaridad Social, está llevando jueces, fiscales, Icbf, Sena y Banco Agrario. También comienzan a impulsar economías lícitas como la producción de queso en Cartagena del Chairá.

Pero reconstruir otro orden social toma tiempo y en esta guerra la gente tiene que decidir rápidamente de qué lado se pone. El Ejército intenta subsanar estas carencias con jornadas civicomilitares y con campañas a través de la emisora. "Pero así no se va a generar confianza", dijo el oficial a SEMANA. "Mientras en la emisora repetimos 'el Ejército es tu amigo', le quitamos la supervivencia. Eso a veces es berraco. La cosa no es dando balín".