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El tiro por la culata

Las Farc le apuestan la continuidad del proceso de paz al fortalecimiento de su estructura política y militar, pero la reacción de los colombianos no las favorece.

5 de junio de 2000

La ofensiva política desatada por las Farc en los últimos días y la dura respuesta del presidente Andrés Pastrana en su discurso de Cereté fueron interpretadas por algunos analistas como una “prueba de fuego’’ para el proceso de paz entre el gobierno y el grupo guerrillero. Para otros se trató simplemente del pulso normal entre las partes al iniciarse una nueva etapa del proceso, caracterizada no sólo por el relevo que hizo el gobierno de su Comisionado de Paz sino por la recomposición de los equipos encargados de negociar los diferentes puntos de la agenda. La realidad parece estar en la mitad. La andanada política de las Farc —que en menos de una semana lanzaron su movimiento político, amenazaron al país con un plan de extorsión y secuestro colectivos y anunciaron la creación de una justicia civil en sus zonas de influencia— significa, sin duda, un cambio cualitativo en su comportamiento frente al proceso de paz. Y la respuesta del presidente Pastrana —aunque tímida, según algunos de los analistas, y tardía según la mayoría— no deja de ser también un cambio importante en la actitud del gobierno. En ninguno de los dos casos puede hablarse, sin embargo, de un cambio radical. Los voceros de las Farc han dicho siempre que quieren el poder. Y esa posición no ha variado para nada con el proceso de paz. Cada vez que pueden lo ratifican. Y en términos muy duros. Después de lanzar el Movimiento Bolivariano, Alfonso Cano aseguró, por ejemplo, en una entrevista para El Espectador, que a las Farc no les interesa para nada compartir el poder con la actual clase dirigente del país, que es con la que se supone que están haciendo el proceso de paz. Y en el más reciente número de la revista Resistencia —que es el órgano oficial de las Farc y que va dirigida prioritariamente a todos sus militantes—, el ‘Mono Jojoy’, que se ha convertido en una especie de ‘editorialista de la publicación’, les recuerda a las bases de la organización que “las Farc se rigen para su actividad política y militar por las conclusiones de sus conferencias nacionales, por sus reglamentos, estatutos, normas de comando y por los lineamientos del plan estratégico aprobado por la conferencia”. Y éstos —que según él deben ser obedecidos por “todos quienes integran las Farc”—, no han cambiado para nada con el proceso de paz. Lo que sí parece haber cambiado son los tiempos. Siempre se ha dicho que las Farc, por sus orígenes campesinos y por su permanencia de casi medio siglo en las montañas de Colombia, no tienen ningún afán. Que su reloj es distinto al del gobierno y que no les importa qué tanto se demoren las negociaciones de paz. Esa hipótesis parece, sin embargo, estarse revaluando. Aunque algunos analistas aseguran que las Farc han ganado varios años con la negociación —en materia de reconocimiento y control territorial— lo cierto es que con la internacionalización del conflicto, y en particular con la entrada de Estados Unidos, su estrategia se ha tenido que acelerar. Y de allí su andanada política. Si de algo han carecido hasta ahora las Farc es de apoyo popular. Y éste, definitivamente, no se logra arrasando poblaciones a punta de bala y pipetas de gas. Si lo que pretenden es ser reconocidas como una alternativa de poder, no sólo tienen que pensarlo sino parecerlo. Y qué mejor para ello que asumir la postura de un Estado en formación, con todo y la mascarada de una ley tributaria —que a pesar de su carácter extorsivo y terrorista no deja de tener conexión con el origen de los sistemas parlamentarios— y el anuncio que hizo ‘Tirofijo’ de la creación de un sistema propio de justicia civil en los municipios sometidos a su dominio. Ese sería también el objetivo del Movimiento Bolivariano y de su carácter clandestino. Después de la experiencia de la UP, las Farc saben que no les será fácil tener el apoyo político de aquellos sectores urbanos que no comparten sus métodos de lucha pero que, en principio, comparten sus objetivos. Y la única manera de atraerlos es ofreciéndoles una alternativa que, sin poner en riesgo sus vidas, les permita colaborar en la formación de una base de apoyo para su accionar político. Con eso, además, no están cambiando para nada su estrategia y estarían, en sus cálculos, dando un paso adicional hacia la que es su gran aspiración: el reconocimiento de beligerancia a nivel internacional. Esa, sin embargo, podría llegar a ser su gran equivocación. En un mundo globalizado como el actual el discurso de la guerrilla no deja de parecer obsoleto. Y cuando viene acompañado de amenazas como las del ‘Mono Jojoy’ puede llegar a despertar reacciones inesperadas. La forma como la opinión nacional recibió la ya tristemente célebre ley 002, y su efecto en la comunidad internacional —reflejado en el comportamiento de importantes indicadores económicos y en el rechazo frontal de algunos de sus principales líderes—, muestran a las claras que para las Farc no será fácil dar el salto de la guerra a la política. La prueba de lo anterior es que, por primera vez en los casi dos años que llevan las conversaciones entre el gobierno y las Farc, hubo un coro de voces que le reclamó al presidente Pastrana una postura firme frente a las pretensiones del grupo guerrillero. Muchas de las voces aisladas que ponían en cuestión las bondades del proceso de paz se unieron para criticar abiertamente a los jefes guerrilleros. Y el Presidente, como pocas veces antes, tuvo que alzar su voz. ¿Prueba de fuego para el proceso o simple pulso? Eso lo dirán los acontecimientos. Lo que es casi seguro es que los hechos de los últimos días agudizarán en el corto plazo la confrontación y minarán la confianza en el proceso de paz. Pero no necesariamente acabarán con él.