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El tuk tuk, el Uber del Amazonas colombiano

Cerca de 600 vehículos de tres ruedas transportan a diario a los nativos y turistas por el casco urbano de Leticia. Se han vuelto tan populares que ya tienen restricciones y problemas con los taxistas.

29 de diciembre de 2017

Por: Jhon Barros

El principal medio de transporte público terrestre en Leticia, capital del departamento del Amazonas, no son los microbuses, buses, colectivos o taxis; es un pequeño vehículo, que por su aspecto físico, podría catalogarse como un primo de la moto, una evolución.

Se trata del ‘tuk tuk’, un motocarro de tres ruedas (una delantera y dos traseras) originario de Asia, con capacidad para transportar a tres pasajeros, forrado con una carpa casi siempre de color azul o negro y que cuenta con un radio para hacer más amenos los recorridos.

De día y de noche, estos vehículos, que le deben su nombre al peculiar ruido de su motor, recorren las destartaladas y ahuecadas calles de las 581 hectáreas del casco urbano de Leticia, a la espera de que algún transeúnte saque su mano para prestarle el servicio.

La carrera mínima cuesta 3,000 pesos. Pero en algunas ocasiones, por más o menos $20 mil, los turistas los contratan por varias horas para ir al municipio brasilero de Tabatinga, ubicado a escasos 10 minutos de la ciudad, el Parque Santander o el malecón, la vía de acceso al muelle donde están las lanchas que atraviesan el río Amazonas.

Ya hay cerca de 600 ‘tuk tuk’ que prestan el servicio de transporte en la selvática Leticia, una cifra que ha afectado las ganancias de los conductores de taxis, los cuales no superan el centenar.

Por esta razón, la Alcaldía de Leticia se vio obligada a tomar medidas para frenar el crecimiento desmedido de la población de motocarros, y a prohibir su acceso a algunas zonas.

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El Decreto 13 del 27 de febrero de 2017 congeló la llegada del ‘Tuk Tuk’ de pasajeros y de carga, tanto nuevos como usados, por vía aérea (Aeropuerto Internacional Vásquez Cobo), por el río Amazonas y por la frontera terrestre con Brasil.

Según el decreto, de los más de 600 motocarros en la ciudad, en 2016 solo 113 estaban registrados en la base de la Unión Temporal de Servicios Integrados, lo que indica que estaban entrando por la vía fluvial, terrestre y aérea sin ningún tipo de control.

Además, el documento revela un incremento exagerado de los motocarros con el paso de los años, pues en 2008 solo se tenía conocimiento de 16 vehículos. Es decir que en casi una década han ingresado 584 ‘tuk tuk’ a la ciudad.

En mayo, la Alcaldía volvió a tomar cartas sobre el asunto. Con el Decreto 39 restringió su paso en ciertos horarios hacia el aeropuerto, para evitar que la comunidad de taxistas se viera perjudicada.

La restricción aplica en las horas antes y después del arribo y despegue de los vuelos comerciales diurnos y nocturnos, horario en que la Policía de Tránsito hace retenes 100 metros antes de la llegada al aeropuerto (carrera 8 con calle 18, barrio La Ceiba).

A diferencia del rifirrafe entre taxis y Uber en las grandes ciudades, en Leticia la inconformidad de los amarillos con los conductores de ‘tuk tuk’ ha sido pacífica, y estos últimos, en su mayoría provenientes de otras zonas del país, han acatado las restricciones.

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Los choferes de los amarillos se conforman con los 10.000 pesos de carrera entre el aeropuerto y los hoteles, y los de los motocarros con sus recorridos diarios por las calles, que albergan más de 176 huecos.

Sin importar las prohibiciones, el ‘tuk tuk’, que tiene una velocidad promedio de 40 kilómetros por hora, ya hace parte de la cultura leticiana. No solo encanta a los extranjeros, sino que aporta a la economía de sus habitantes nativos.

El conductor de los audífonos

En febrero de 2014, Johnny Aldaer, un joven de 20 años, decidió abandonar su fría ciudad natal de Popayán para irse a vivir a la húmeda Leticia.

No lo hizo como una aventura o un capricho de la vida, sino para acompañar a su papá, quien había quedado solo tras la repentina muerte de su madre unos meses atrás.

Sus dos padres habían llegado a Leticia en 2013, con el propósito de conformar una iglesia israelita en la capital. Pero la muerte los sorprendió sin previo aviso y dejó al padre deprimido y desubicado en medio de la selva.

Johnny, quien en esa época vivía con su hermana mayor y acababa de terminar su bachillerato, no lo pensó dos veces y empacó sus pertenencias para darle ánimo y apoyo a su progenitor.

“Mi hermana estaba en Popayán y no podía ir al rescate de mi papá, quien tampoco quería regresar y empezar de ceros. Mi otra hermana estaba organizada en Cali. Así que dejé todo por el amor a mis viejos”.

Al llegar a Leticia, Johnny fue consciente de que debía empezar a trabajar, no solo para ayudar con los gastos de la casa en arriendo en donde vivían sus padres, sino para ahorrar para su futuro universitario.

Las opciones no eran muchas, ya que no podía competir con los experimentados pescadores o lancheros de la zona. Un amigo de su papá le presentó una buena opción: manejar uno de los motocarros que transportan pasajeros por toda Leticia, un tuk tuk.

A Johnny le sonó la flauta. De inmediato hizo el curso para aprender a manejar y para obtener el pase, ya que de lo contrario no podía ejercer como conductor. Primero manejó un tuk tuk del amigo de su viejo, y luego se compró uno propio.

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Ya lleva más de tres años en el negocio y asegura que es bastante rentable. “Como vienen tantos turistas siempre hay trabajo. Hago carreras todo el día, casi no tengo descanso. La mínima es de tres mil pesos, pero a veces salen recorridos continuos, a los que les puedo sacar más de 20 mil”.

Su tuk tuk lo compró de segunda, por más o menos cuatro millones de pesos, los cuales fue pagando de contado. Según él los nuevos pueden llegar a costar hasta 13 millones.

“Lo tanqueo todos los días con $15 mil, que es lo que cuesta el galón y medio que necesita. Cuando se requiere le cambio las ruedas y lo llevo al mecánico para que le miren el motor”.

Este joven de marcados rasgos indígenas trabaja todos los días. Sale de su casa a las 8 de la mañana para ir a cazar clientes por las húmedas y calurosas calles de Leticia.

Hace un descaso a la hora del almuerzo, cuando todo el comercio cierra sus puertas y la ciudad queda casi muerta. Hacia las 6:30 de la tarde deja de manejar, ya que no le gustan las noches: “la ciudad se vuelve peligrosa en la oscuridad”.

Ya no vive con su papá, quien hace poco se mudó a Cali. Ahora arrienda una casa a las afueras del centro urbano. “Soy independiente. Las ganancias me alcanzan para pagar arriendo, comida y las necesidades básicas. Pero también para ahorrar y sacar a mi novia a dar una vuelta”.

Mientras conduce, Johnny se conecta sus audífonos para escuchar los programas radiales matutinos, a no ser que le salga un cliente conversador. Pero no lo hace para matar las horas muertas, sino para empezar a curtir un sueño.

“Me encanta el periodismo. Mi sueño es ser un reconocido locutor radial deportivo. Por eso los escucho todo el día, para empezar a aprender esa labor que me parece mágica”. Su rol como conductor es temporal. Entre sus proyectos está inscribirse el año entrante en la Universidad Nacional, que tiene sede el Leticia, para estudiar comunicación social y periodismo.