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El vengador anónimo.

Tanto el hombre que donó sangre como el laboratorio que la compró, sabían que estaba contaminada de sida.

4 de octubre de 1993

LUIS ERNESTO ARRAZOLA, marino mercante, nacido en Ba rranquilla hace 43 años. Según las autoridades, bisexual, adicto al opio, a la cocaína y a la marihuana. En sus vueltas por el mundo se contagió hace algunos años con el virus del sida.
Se sintió débil, comenzó a experimentar fiebres altas y rápida pérdida de peso. Como era de esperarse, tan pronto fue informado de que tenía la terrible enfermedad, cayó en profundas depre siones. Pero súbitamente, en medio de su desesperación, tomó una decisión macabra: contagiar a todo el que pudiera a través de su propia sangre. Y el mecanismo no pudo ser mejor. Entre 1989 y 1990 viajó a Bogotá y, en 12 oportunidades, le vendió sangre al Laboratorio Domínguez Alvarado por algo menos de 100 mil pesos.
Esta historia sería suficientemente horripilante para hacer una novela, si no fuera por algo aún más terrible que descubrieron las autoridades: el propietario del laboratorio, Jorge Alvarado Domínguez, sabía que algunas de las bolsas de sangre que almacenaba estaban contaminadas y, aun así, en vez de incinerarlas como establecen los reglamentos, decidió venderlas a la Clínica Palermo. Pero esa no es la única irregularidad: en un año Arrázola donó sangre 12 veces, cuando por ley solo se puede hacer una vez cada tres meses, hecho que fue desconocido. Como en una cruel paradoja, los únicos que no sabian que la sangre estaba contaminada fueron los 12 pacientes que entre 1989 y 1990 recibieron transfusiones en esa clínica.
La Fiscalía supone que más de 200 colombianos estarían ya contaminados por contacto sexual a partir de esos primeros pacientes. Y en esa cadena de negligencias, lo más sorprendente es que desde 1989 el Servicio de Salud de Barranquilla había cons tatado que el donante Arrázola era portador del virus del sida. Pero por la falta de intercambio de información nadie se dio por enterado.
HISTORIA DE HORROR
Las autoridades creen que la actitud de Arrázola pudo obedecer a un mecanismo sicológico familiar en este tipo de situaciones. "Se sabe por estudios sicológicos dijo una fuente a SEMANA- que muchas veces, contraen sida, desean venganza". Esta situación no tiene antecedentes jurídicos en Colombia. Sin embargo, las personas y autoridades que han tenido que ver con el caso no dudan en calificarlo como homicidio. La pregunta que queda flotando en el ambiente es saber qué pasará con las personas que recibieron sangre en la Clínica Palermo procedente del inescrupuloso laboratorio. Se sabe que Alvarado Domínguez repartió 9.187 bolsas. ¿Serán las de Arrázola las únicas contagiadas de sida?
LOS ENJUICIADOS
Lo que sí parece claro es que la clínica no tiene mayor responsabilidad que la de haber comprado sangre a un laboratorio que se suponía era riguroso con sus análisis. Alvarado Domínguez está detenido y se le acusa de violar las medidas sanitarias y de posible homicidio.
Arrázola, quien está prófugo, tiene orden de captura por homici dio.
Pero en toda esta situación, que produce escalofrío y no deja de ser demencial, la responsabilidad del Estado colombiano queda en entredicho. El ministro de Salud, Juan Luis Londoño, reconoció que algunos laboratorios del país no están usando los reactivos necesarios para el análisis de la sangre. " Y aun así comentó un especialista a SEMANA- les entregan los sellos de control de calidad a los laboratorios para que ellos los utilicen a su arbitrio.
Es como si alguien le entregara un cheque en blanco a un desconocido". Toda esta omisión se refleja en un solo hecho: la Secretaría de Salud de Bogotá aceptó que conocía la existencia del laboratorio desde 1980, pero que "nunca se le practicó los controles permanentes".