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EL VERDADERO GANADOR

Los resultados electorales dejan a Ernesto Samper más cerca de la Presidencia que nunca.

2 de diciembre de 1991

HACE NO MAS DE DOS MESES, CUANDO SALIEron a luz pública las conversaciones que había propiciado el ministro de Desarrollo, Ernesto Samper, entre empresarios colombianos y miembros de la Coordinadora Guerrillera, el escándalo que se armó fue tal, que durante 48 horas su permanencia en el gabinete del presidente Gaviria estuvo en entredicho. Los asesores del Presidente decían en privado que pocas veces habían visto tan disgustado a su jefe, quien realmente estuvo tentado de correrle la butaca.

Poco tiempo después, los periódicos del país titulaban que el Gobierno reconocía que el gradualismo de la apertura económica había fracasado y que, en consecuencia, a partir de ese momento iba a acelerarse el proceso. Como la primera tesis, la derrotada, era del ministro de Desarrollo y la segunda, la ganadora, era del ministro de Hacienda, la interpretación general fue la de que el largo mano a mano entre estos dos funcionarios había terminado, y que el ganador, con el aval del Presidente, había sido Rudolf Hommes.

Perder el apoyo del Presidente, tanto en materia política, como económica, era algo muy trascendental para un ministro con ambiciones presidenciales. Esta situación se agravaba teniendo en cuenta que las encuestas parecian indicar que no sólo no tenía chance frente a Antonio Navarro, el monstruo político del momento, sino que le estaba saliendo otro monstruo: Andrés Pastrana. En este ambiente y en un país volátil donde las cosas pueden cambiar fácilmente de un día para otro, cualquier cosa podía suceder.

Efectivamente, las cosas cambiaron de un día para otro y algo sucedió. Pero fue lo contrario de lo que algunos podían esperar. Como consecuencia de las elecciones del 27, Ernesto Samper pasó de ser precandidato del Partido Liberal a prácticamente candidato oficial. Más significativo aún: pasó de ser el hombre que podía trancar a Navarro, al hombre que ahora había que trancar. A pesar de que su gestión en la cartera de Desarrollo fue considerada exitosa, este cambio de circunstancias no obedeció a ninguna genialidad de ministro, sino a los resultados electorales.

Tras las elecciones se pueden sacar tres conclusiones claras: primera, la victoria aplastante del liberalismo sobre las otras corrientes deja a cualquier candidato oficial del partido como el puntero en la contienda presidencial Segunda, los dos rivales de Samper por fuera del liberalismo, Navarro y Pastrana, perdieron terreno. Tereera, dentro del Partido Liberal no se consolidá ningún nuevo líder que pudiera convertirse en un rival serio para el recién renunciado ministro.

La primera conclusión es, simple y sencillamente, una realidad matemática. El liberalismo, que había tenido el 27 por ciento de la votación en las elecciones para la Constituyente, logró casi el 60 por ciento en las elecciones del domingo antepasado. Esta cifra se extendió por parejo a Senado, Camara y gobernaciones. Independientemente de quien sea el candidado del Partido, éste contará con una maquinaria formidable a lo largo y ancho del territorio nacional, de la cual no disponen las otras fuerzas políticas.

Se podría alegar que con la llegada del tarjetón las viejas maquinarias ya no pesan tanto, y que es simplemente el voto de opinión el que se impone. Pero esto es sólo una verdad a medias.
Es posible que el voto de opinión pese más que nunca en una elección presidencial y es posible también que las maquinarias pesen menos que en el pasado. Pero para ganar todavía se necesitan las dos cosas. En estas condiciones, un hombre que representa el 60 por ciento del aparato electoral y burocrático de un país, lleva mucho terreno ganado.

La única forma de contrarrestar esta gabela sería que alguno de los rivales fuera un peso pesado electoral, cuyo prestigio fuera tan grande que neutralizara esa ventaja de maquinaria. Ese peso pesado no apareció en las pasadas elecciones. Andrés Pastrana, con sólo el 8.2 por ciento de la votación, ha dejado de ser una posibilidad presidencial para 1994. Esa es una cifra decorosa para un movimiento incipiente, pero no es una cifra que pueda derrotar al