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La decisión del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, de cerrar la frontera por 72 horas no sorprendió a nadie. | Foto: A.F.P. / A.P.

FRONTERA

Vuelve y juega: crisis de la frontera

Maduro no tiene dinero para gastar en la campaña electoral y pretende convencer a los votantes de que los problemas del país vienen de fuera. Incluso de Colombia.

22 de agosto de 2015

Parecía una noticia rutinaria o, por lo menos, frecuente. El presidente venezolano Nicolás Maduro cerró la frontera con Colombia durante 72 horas. Había ordenado perseguir implacablemente a los autores de una incursión colombiana en San Antonio que dejó a tres tenientes y un civil heridos. La canciller, María Ángela Holguín, reaccionó con tranquilidad: “El cierre es una medida soberana”, dijo. Nada era inédito: ni el incidente, ni el cierre, ni el discurso patriotero de Maduro, ni la sobrerreacción del gobierno venezolano, ni la prudente respuesta de la Cancillería colombiana. Eso pasa todos los días. Las cancillerías comunicaron que habrá una reunión el 14 de septiembre para estudiar la situación.

Pero esta vez hubo elementos nuevos. Aunque en las calles de Caracas nadie parecía enterado, ni tampoco en las de Bogotá, en los medios influidos por el gobierno venezolano parecía que había guerra. La hiperbólica retórica de Maduro fue recogida sin ningún cuestionamiento. El mandatario llegó a decir que “el éxodo de colombianos pone al límite al país”, y que es comparable a la de “africanos y asiáticos hacia Europa”, “la más grande del mundo”. Ninguna de esas afirmaciones tiene asidero en la realidad. La migración masiva de colombianos a Venezuela se produjo en los años setenta, cuando la economía petrolera estaba en auge y atraía la mano de obra desocupada en Colombia.

Hoy no existen incentivos para que los colombianos emigren hacia el otro lado. Venezuela es mencionada en los organismos internacionales por su desastroso cuadro macroeconómico: la inflación más alta del mundo, ingresos fiscales reducidos a la mitad por la caída en los precios del petróleo, escasez de productos básicos. Hay datos que indican, de hecho, que la crisis en el vecino país ha expulsado a sectores de su población a otros países, incluida Colombia.

Pero el presidente Maduro está en un momento crítico. Irá en diciembre a unas elecciones legislativas, duras y decisivas, y a diferencia de las últimas campañas, en esta ocasión las arcas del Estado están vacías y no permiten un incremento sustancial del gasto para beneficiar a sectores populares. Por eso ha echado mano de un salvavidas de cuestionable efectividad: dice que la inflación, la escasez y las colas para conseguir productos de primera necesidad regulados se deben a una “guerra económica” que viene del exterior. En ese panorama, aprovechó el incidente de la semana pasada en San Antonio para apoyar la tesis de que los problemas del país vienen de fuera. En este caso, porque la inseguridad –otra de las graves preocupaciones de los electores– se debe al paramilitarismo colombiano.

La jugada de Maduro es riesgosa. Y no solo porque su discurso es difícil de creer, sino porque la actitud anticolombiana ha demostrado no ser rentable para la política interna. La migración de origen colombiano espera una actitud constructiva del gobierno. Hugo Chávez llegó a legalizar a miles y, en su momento, se interpretó que buscaba la simpatía y el apoyo en las urnas de esas nuevas cédulas.

El problema de fondo es que las relaciones bilaterales se encuentran en un punto bajo. No hay conflicto, pero la agenda es limitada. La inseguridad en la frontera viene desde hace muchos años, y la diferencia ahora es que no hay mecanismos bilaterales para enfrentarla. No se reúnen las comisiones de asuntos fronterizos, ni los ministros de Defensa, ni los comandantes militares de las regiones limítrofes. Y en esas condiciones la frontera será siempre un instrumento para que la delincuencia burle la persecución de las fuerzas del orden. Los incidentes se podrán multiplicar. Y, desde ahora hasta diciembre, la exagerada respuesta de Maduro también.