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En Colombia todos están contra el Estado

En entrevista con SEMANA Daniel Pecault cree que las secuelas del conflicto que vive el país durarán 30 años.

17 de septiembre de 2001

Daniel Pecault es uno de los colombianólogos más respetados en el país y, sobre todo, por los intelectuales. Su nacionalidad francesa y su acento —aunque habla perfecto español— no le impiden dar cátedra sobre lo que sucede en Colombia. La conoce como pocos y le ha dedicado gran parte de sus libros a descifrar de dónde venimos y para dónde vamos como Nación. Algunas de sus obras más conocidas son Política y sindicalismo en Colombia, Orden y violencia y Guerra contra la sociedad. Pecault es actualmente profesor de la Escuela de

Altos Estudios en Ciencias Sociales en la Universidad de París y fue uno de los participantes del encuentro sobre cultura y violencia organizado por el Ministerio de Cultura en la ciudad de Mompox.

SEMANA: ¿Qué es lo que le atrae de Colombia?

Daniel Pecault: Lo que siempre me ha gustado de Colombia son sus contradicciones; dentro de mis recuerdos de la Colombia de los años 60 están su aspecto conservador; esa dificultad tan grande para aceptar el acceso a la modernidad; el provincianismo; el rechazo de tantas fuerzas, entre ellas la Iglesia, para un cambio. Inclusive en algunas guerrillas, como el ELN y el EPL, a pesar de ser grupos revolucionarios, el discurso católico y conservador estaba muy presente. Colombia vivía aislada y era “el Tíbet de América Latina”, como dijo Alfonso López Michelsen. Los cambios se dieron brutalmente, en forma de ruptura. En ese sentido hay muchos sectores que quedan un poco desubicados entre la ruptura y el mantenimiento de muchas normas profundas: eso me parece fascinante. Además tengo dos hijos franceses que nacieron en Colombia, y ahora tienen la doble nacionalidad gracias a la nueva Constitución (risas).

SEMANA: ¿Y 40 años después cómo ve el país?

D.P.: El país sigue entre la ruptura y el orden conservador. Hay un corte bastante fuerte entre el país rural y el país urbano; más por la crisis que vive el país rural. Este país se ha vuelto un país urbano, y la guerrilla es rural. Aunque tenga combatientes urbanos la guerrilla tiene mucha desconfianza hacia la ciudad. Creo que es uno de los grandes problemas para una negociación: ese mundo extraño que muchos de los dirigentes de las Farc no conocen; el mismo Jacobo Arenas hacía tiempo que había dejado el mundo urbano. Las ciudades han cambiado mucho, tienen programas importantes. Esa mentalidad campesina hace que los cuadros urbanos de las Farc no se vean mucho, y eso dificulta el horizonte para resolver el conflicto.

SEMANA: ¿Cree que esta convocatoria sobre violencia y cultura del Ministerio de Cultura tiene sentido en un país como Colombia?

D.P.: Este tipo de convocatoria es importante. No sé si puede haber una política cultural de paz; en primer lugar está el desgaste de la palabra paz, y el aspecto conservador del discurso religioso que todavía es muy importante en Colombia; se dice que cambiemos de espíritu y ya la paz llega. Es un problema de conversión que nosotros pecadores tenemos que cambiar y ya la paz llega como entrar en el reino del cielo.

Es importante que cada uno actúe por su lado (Estado y cultura), dentro de una visión de entender que el proceso de pacificación no es nada fácil. Además toda la cultura no la maneja el Estado, y mejor así. La creación y la construcción de identidad nace de procesos bastante autónomos de las comunidades y de los individuos. El Estado sólo puede tener un papel de acompañamiento.

SEMANA: ¿La resistencia que se ha dado en el Cauca, cree que puede ser el principio de una resistencia pacífica colectiva contra los violentos en Colombia?

D.P.: Lo del Cauca es importante, pero conozco muchas iniciativas de las cuales no se habla; la gente se reúne en un pueblo y dice “no más”, y eso toma varias formas: ponerles reglas a esos señores, conseguir un modus vivendi con ellos; muchas de esas iniciativas fracasan porque después muchos pagan el costo, los actores armados de un bando o de otro un día los liquidan. Si uno habla de casos específicos pone a la gente en peligro. Si la gente no está organizada, se vuelve el blanco de los grupos armados.

Si hay mil pequeñas iniciativas de negociación con los sectores armados, se corre el riesgo de favorecer una mayor

desinstitucionalización. El problema es a dónde va un país con tantos acuerdos locales. La otra perspectiva es que eso ayude a que los sectores armados poco a poco se fragmenten, se disuelvan, en función de los intereses locales. Ese proceso no sólo afecta a las instituciones del gobierno; un día puede afectar a los grupos ilegales.

SEMANA: ¿Para dónde va el país?

Lo único que podemos saber es que el conflicto no va a parar de un día para otro. En caso de que hubiera un acuerdo político, bastaría para apaciguar los espíritus. Los efectos del conflicto van a durar 30 años. Pero al mismo tiempo Colombia nos ha acostumbrado a muchos milagros. A pesar de la crisis económica y social hay una gran capacidad creativa. Por ejemplo, Colombia desde el año 80 le hizo frente a la ‘década perdida’, que se debe al efecto de la narcoeconomía que ayudó bastante. Eso no explica todo; Colombia no tiene tradición de Estado. Las fuerzas, los grupos, las expresiones, están en contra del Estado. Lo único común en Colombia, es que los gremios empresariales, los sindicatos, los pueblos están en contra del Estado. La única cultura política de este país es que todos están en contra del Estado: el mismo Estado está en contra de sí mismo. Esto tiene su ventaja, porque permite que haya un espíritu emprendedor, cierto nivel de espíritu y aprendizaje democrático, precisamente por la desconfianza hacia todos los poderes. El hecho es que Colombia nunca ha tenido regímenes autoritarios estables y que cada vez que se presenta en las elecciones un candidato de extrema ha fracasado.

SEMANA: El país está polarizado. O se está en un extremo o en el otro. ¿Qué piensa de esto?

D.P.: A nivel de los responsables de la la sociedad civil ha faltado un discurso fuerte sobre lo que no es tolerable ni de un lado ni del otro. Es legítimo que se mantenga una izquierda, o una derecha, pero es necesario cuando un país se va deshaciendo que se conformen juicios fuertes sobre cosas que no son aceptables vengan de donde vengan. Pero no es sólo un asunto del gobierno, sino de la opinión pública. Y no es un discurso de firmeza, sino de principios.