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CRONICA

En el corazón de las tinieblas

¿Por qué la que iba a ser la más audaz operación de rescate de secuestrados terminó en una masacre que hizo llorar al país? Crónica de Armando Neira, de SEMANA.

12 de mayo de 2003

Guillermo Gaviria Correa yace sobre tierra húmeda. Tiene una camiseta de rayas grises y blancas. Sus piernas no se ven porque cuando escuchó la sentencia de muerte se metió debajo de la cama con la ilusión de hacerle el quite a las ráfagas. Su brazo izquierdo está destrozado pues el último acto de su vida fue proteger su rostro, que está levemente inclinado hacia la derecha. Su cabello y barba de tres días, color cenizo, están limpios y su expresión tiene un ligero aire de dignidad. El rostro del mayor Juan Manuel Padilla, comandante del batallón de Fuerzas Especiales Número 2, luce perplejo ante el hallazgo. El oficial está jadeante. Son las 11 y 20 minutos de la mañana del lunes 5 de mayo.

Treinta minutos antes, el oficial solo veía las copas de los árboles desde uno de los cuatro helicópteros Black Hawk que iban con la misión de liberar al gobernador de Antioquia, a su consejero de Paz y ex ministro de Defensa Gilberto Echeverri Mejía, ambos con un poco más de un año de secuestrados, y a un grupo de militares, algunos de ellos con dos, tres, cuatro y hasta cinco años de cautiverio.

Desde el aire la zona del campamento -entre los municipios de Urrao y Murindó- parece un extenso tapete ondulado con todas las gamas de verde. Es casi imposible divisar cualquier otro detalle, con excepción del río Murrí, color bronce, que semeja una larga serpiente dormida.

A las 10 y 50 de la mañana uno de los helicópteros se detiene en el aire a 35 metros de altura, justo sobre el campamento donde están los 13 secuestrados y 20 guerrilleros del frente 34, comandado por Aicardo de Jesús Agudelo Rodríguez, 'El Paisa'. Al contrario de los pilotos que sólo ven las copas de los árboles, éste sí observa todo lo que está pasando. Desde tierra mira a los soldados dispuestos a descender por el sistema de soga rápida, operación que los militares presupuestan en 40 segundos. Las otras naves más dos helicópteros Arpía, otro de comando y control y un avión EC-47 sobrevuelan la zona en un radio de 300 metros.

El helicóptero que está encima del campamento se retira a un lado, buscando un claro para soltar a la tropa, todos con armas ligeras de asalto, fusiles Galil y M-16. Mientras tanto en tierra 'El Paisa' da una orden perentoria: "Mátenlos, remátenlos". Algunos secuestrados, como el gobernador, se meten debajo de las camas. Otros tratan de huir. Dos salen corriendo de la casa pero los demás se encuentran con el muro infranqueable del barranco adyacente a los cambuches. Eran 11 hombres con la muerte de frente en un espacio de cuatro por siete metros. El único que permanece inmóvil es el asesor de Paz Gilberto Echeverri Mejía. A sus 66 años había decidido quedarse quieto, encima de su cama. Ya no tiene fuerzas. Recibe la descarga y cae sobre dos de sus compañeros de cautiverio, uno de ellos el cabo primero Agenor Enrique Viellar Hernández, quien sabe que "los muertos cuando están bien muertos se quedan muy quieticos". Eso hace él. Ni respira pese al clamor de Echeverri Mejía, quien dice: "Estoy herido, estoy herido".

'El Paisa' vuelve a ordenar: "Devuélvanse, verifiquen y remátenlos, que no quede ni uno vivo". Al gobernador le dan dos tiros más y al sargento Pedro José Guarnizo también le disparan. El siente la quemazón de las balas en la piel y se queda inmóvil.

En ese instante los 75 soldados, varios de ellos con megáfono en mano, ya han desembarcado ilesos pues el riesgo de enredarse entre las ramas de los árboles de 20 a 30 metros de altura era grande. Estiman tardar 50 minutos en llegar al campamento. Algunos están a sólo 200 metros en línea recta pero en la selva es una distancia monumental. La maleza está cerrada, las subidas y bajadas son una constante, las raíces de los arboles brotan de la tierra. Los tallos y ramas de caracolíes, avinges, guacamayos, carboneros, caucho negro y ceibas, se entrelazan como una red inexpugnable. Los militares aceleran casi a ciegas buscando las trochas. 'El Paisa', en cambio, no duda: "¿No quedó nadie vivo?", pregunta. "Entonces, nos vamos", ordena. Emprende la fuga por la quebrada El Papayal, de aguas diáfanas y cristalinas. Desde el aire no se ve pues las copas de los arboles se cierran, formando un túnel natural. El la conoce como la palma de su mano. Por allí se mueve con la autoridad que le da el cargo de jefe de frente, al que ascendió por su ferocidad.



Cautivos en la selva

Antes era el segundo de 'Manolo', a quien degradaron porque nunca quiso tomarse a sangre y fuego Urrao: "Al pueblito yo no lo toco", les decía a sus superiores. Ellos empezaron a inquietarse por el ablandamiento del responsable de una de las áreas más estratégicas para las Farc en el país, pues es el cruce para influyentes regiones como Urabá, el centro de Antioquia y todo el Chocó. Urrao, ubicado en la cordillera Occidental, es la única población de esta región en donde las Farc no han perdido su guerra con los paramilitares. La debilidad es una actitud prohibida a una unidad que además forma parte del Bloque Noroccidental de las Farc, que 'Iván Márquez' y 'Efraín', ambos miembros del secretariado, dominan con brazo de hierro. Hace tres años ascendieron a 'El Paisa'. En este breve lapso ha dado muestras impresionantes. Para citar un caso: la masacre de 119 personas en la iglesia de Bojayá, de la que fue uno de sus autores.

Fue precisamente a él a quien, el 21 de abril de 2002, se le presentó una oportunidad de ganar nuevos puntos con sus jefes. Ese día se le atravesó a la marcha de la No Violencia que lideraba en persona el gobernador de Antioquia. "Suba y dialogamos", le mandó decir. Echeverri Mejía, que sabía de sus antecedentes, dudó y se lo dijo a su superior. "Vamos, hombre, y le demostramos que el diálogo es el camino". "Bueno, le dijo resignado Echeverri Mejía, no sin antes ironizar: Si nos secuestran nos jodimos porque usted está muy gordo y yo muy viejo". Tenía razón: 'El Paisa' los traicionó y se los llevó secuestrados.

La marcha había salido una semana atrás de Caicedo y además de simbolizar la no violencia tenía el propósito concreto de exigirles a las Farc que dejaran sacar las cosechas de café de los campesinos de la región, pues por los bloqueos a los camiones ya habían perdido dos recogidas y estaban quebrados.

'El Paisa' los amarró pero no pudo imponerles sus ideas en cautiverio. Cuando los juntaron con los oficiales y suboficiales -algunos de ellos con la moral pudriéndose en la selva- empezaron a levantarles el ánimo, a cultivarles la esperanza. Fue así como el grupo se hizo compacto, sólido. La animadversión entre 'El Paisa' y el gobernador quedó sellada desde ese momento.

Cada uno desde su orilla proyectaba su liderazgo. El subversivo, que tiene a su hijo de 10 años en el frente, no le daba licencias a la ternura. Obligaba al pequeño a trabajar como un adulto, a cargar tierra, a cortar leña. El consejero de Paz y el gobernador ejercían de abuelo y padre de los secuestrados: "A ver muchachos, vamos a estudiar porque no podemos perder el tiempo". Empezaron las clases de inglés, de historia de Antioquia. Como ninguno de los militares cautivos era antioqueño los secuestrados se deleitaban con los relatos. "Eh Ave María, que bueno", les decían.

El guerrillero les hablaba con el fusil. Cuando intentaba conversar salía derrotado: "Este país está jodido por ustedes los burgueses, no tienen principios". "Usted a mí no me da clases porque usted nos traicionó, usted no sabe lo que es la palabra". "A mí no me importan sus leyes, su Constitución". "Hombre, no son mis leyes. Son normas universales. Es el Derecho Internacional Humanitario. Usted nos engañó, cometió perfidia. Eso no se puede porque hasta la guerra tiene reglas".

El gobernador iba con frecuencia para intercambiar opiniones a la vivienda de 'El Paisa'. Sin embargo, al cabo de unas semanas, el comandante guerrillero se quedó sin argumentos y le prohibió el acceso. Ni siquiera se lo dijo directamente sino que un día, cuando Gaviria Correa iba a cruzar el tronco que servía de puente entre el cambuche prisión y la casa de 'El Paisa', dos guerrilleros se interpusieron y le dijeron: "Usted no puede cruzar. Ahora tiene que pedir audiencia". 'El Paisa' alimentaba el odio. El gobernador le devolvía dignidad. 'El Paisa' les daba una paupérrima comida que llamaban changua: un caldo a base de arroz y pedazos de plátano. El gobernador compartía con los guerrilleros los medicamentos que les llegaban a los secuestrados: "Tenemos que construir una sociedad más solidaria", les explicaba. 'El Paisa' imponía su disciplina del monte. El gobernador le escribía esquelas de amor a su esposa, Yolanda Pinto.

Los militares y el gobernador se iban para el río a bañarse y cuando pescaban lo repartían todo. El que poco salía era Echeverri Mejía porque ya casi no podía caminar. "Hombre, no lo podemos forzar para llevarlo a la quebrada, está muy enfermo. Además el sol le hace mucho daño", le decía el gobernador a 'El Paisa'. "Mentira, yo lo vi caminando muy bien. ¿Luego no se vino caminando desde Medellín en esa marchita de paz?", respondía el guerrillero. El gobernador no caía en la provocación sino que le hablaba de la importancia de manifestarse pacíficamente, de darles la voz a los civiles. Cuando la tensión entre ambos era intolerable el gobernador rezaba, pasaba las cuentas gastadas de su camándula. Pese a que Gaviria era el cautivo, 'El Paisa' era el que se sentía acorralado, vivía inquieto, con el dedo en el gatillo.

Por eso, cuando a las 10 y 50 de la mañana de ese lunes el guerrillero vio el helicóptero no dudó ni un instante en ordenar su muerte. Los hombres y las mujeres bajo su mando, formados también en el fragor de la guerra, casi todos analfabetas, muchos de ellos adolescentes, algunos en el monte desde niños, obraron con una rapidez de vértigo.

Son guerreros cuya razón de existencia es el fusil, como el guerrillero alias 'Wilber', quien, según el relato de los propios insurgentes a sus cautivos, "cuando no mata se enferma". Y aunque son duros también tienen sus puntos frágiles. Por ejemplo, les aterran los helicópteros. 'El Paisa' trataba de disipar esos temores: "No les dé miedo con ese ruido que esa es musiquita que nos coloca el gobierno", les decía.

Ese día, sin embargo, la sorpresa fue grande porque tenían las naves sobre sus propias cabezas. Hasta ese minuto los militares creían que iba a ser una operación impecable: tenían desde detalladas aerofotografías hasta reportes meteorológicos que les informaban el estado del tiempo, pues esa región es una selva húmeda tropical con un promedio anual de precipitación entre 4.000 y 8.000 milímetros de lluvia, esto es, aguaceros casi todos los días. La climatología produce una neblina que se estaciona permanente en el área, lo que imposibilita la navegación de los helicópteros. La acción había sido ejercitada en varias ocasiones en Tolemaida pero del ensayo a la función los problemas se multiplican en un escenario de pura jungla.

El ingreso por tierra se descartó, no sólo porque la red de informantes que tienen las Farc en la región es considerable sino porque, aunque entre el casco urbano de Urrao y el sitio de los hechos hay 55 kilómetros y un tiempo aproximado de 18 minutos de desplazamiento en helicóptero, los campesinos dicen que el trayecto se hace durante cuatro días a lomo de mula.

Además la información del punto de la misión había sido corroborada por el testimonio de un desertor de las Farc que se entregó en la semana previa. El ratificó no sólo el lugar sino también las deprimentes condiciones de vida para guerrilleros y secuestrados. Aunque el día de la acción había sólo 20 secuestradores en el lugar se acomodaban a veces hasta 100. "Desde el punto de vista geográfico, si el paraíso existe, este lugar debe ser su mejor réplica", resume un técnico de la Secretaría de Agricultura de Antioquia que ha estudiado la naturaleza de la región. Cientos de quebradas, montañas donde crece todo silvestre: ciruelas, guayabas, marañones y guanábanas, todas en su versión de frutas de monte. Y uno de los bancos de biodiversidad más ricos del mundo.

Pero, simultáneamente, aquí está el infierno para la vida humana. Mosquitos, zancudos, tábanos y el pito, causante de la leshmaniasis, atacan sin piedad. Es uno de los lugares de Colombia donde esta enfermedad no perdona. Se come por igual la piel de secuestrados, guerrilleros y de las aisladas comunidades indígenas que viven allí. Los guerrilleros creen que el avance de la enfermedad se detiene quemando la piel con cuchillos calientes y luego de aplicar bálsamo con emplastes de cera de abeja, como les hacían a los secuestrados. Así lo delatan las huellas en el rostro del cabo Viellar.

En ocasiones el frío y con mucha frecuencia la humedad se palpa en el ambiente. Las necesidades se hacen entre la maleza para que se las lleve la lluvia. Los guerrilleros tenían sus cambuches con paredes de tabla, un lujo que no les era permitido a los secuestrados. Ellos estaban en uno de techo de paja que se sostenía sobre árboles maderables, como palmas, carrás, cargadero y ánime. Ellos mismos fueron obligados a hacerlo. Así, a la intemperie, los insectos y la lluvia tienen entrada libre. Por eso los colchones de paja están siempre húmedos, la ropa se pega, el sudor sofoca.

El gobernador dormía con su consejero de Paz en una misma cama. Este último tenía un toldillo que en algo ayudaba a paliar su suerte. Pese a las condiciones de miseria humana siempre se les vio fuertes, dignos. Nunca paraban de hablar de los proyectos del departamento. Incluso cuando el gobernador encargado, Eugenio Prieto Soto, presentó un balance, ellos lo analizaron durante varios días como si estuvieran trabajando en su propio despacho.

La casa de 'El Paisa', en su condición de comandante, era un poco mejor. Desde su lugar dominaba todo el campamento, desde allí se ve todo, se escucha todo. Pero, al igual que Kurtz, el protagonista de la novela de Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas, un ser lúcido que se vuelve loco en medio de la selva, rompía con frecuencia la sinfonía del monte con ataques de ira que descargaba contra su hijo.

En un acto, que no se sabe si fue de debilidad o de crueldad refinada, permitió que se regara el rumor de que a Echeverri Mejía iban a liberarlo porque estaba muy enfermo. "Hace 10 días todos aquí en Urrao estábamos muy contentos, preparábamos la bienvenida al consejero de Paz, los estábamos esperando", dice una habitante del pueblo. La versión se quedó en rumor. Pero, sin quererlo, aceleró la operación del Ejército. "Teníamos que jugárnosla. Intentábamos liberarlo o él se iba a morir en la selva", dice un oficial que participó en la acción. Con la ilusión viva de rescatarlo estaba el mayor Juan Manuel Padilla, junto a sus hombres, cuando la nave se estacionó brevemente justo encima del campamento. Hubieran podido descender en 40 segundos pero la topografía no les permitió a los pilotos acercarse más a tierra, por eso tuvo que abrirse ligeramente. Treinta minutos después -20 minutos menos de lo presupuestado pues la guerrilla no ofreció resistencia- el mayor se encontró a boca de jarro con el montón de cuerpos, a las 11 y 20 minutos de la mañana.

Echeverri Mejía está sentado en la cama. Encima de otro cuerpo vestido con pantalón y camisa azul. El ex ministro de Defensa tiene camisa y pantalón beige. Las facciones de su rostro tienen una mezcla de cansancio, enfermedad y el impacto de un tiro de remate en el pómulo derecho. Está en su cama, donde pasó los últimos cuatro meses. El mayor Padilla sigue perplejo. Fuera había encontrado los cadáveres de dos de los cautivos -los cabos Tapias y Negrete-, quienes intentaron huir pero fueron rematados en una zanja. Lo únicos que no murieron dentro del cambuche.

El oficial y sus hombres tenían presupuestado todo menos que la guerrilla fuera a asesinarlos. "Si no son para mí no son para nadie", como dice un campesino de la región.

El rostro del gobernador Guillermo Gaviria descansa eternamente sobre la tierra húmeda. Su expresión tiene un ligero aire de dignidad. Seguramente con la satisfacción de no haber hecho nunca jamás, ni siquiera en semejantes circunstancias, una concesión a sus ideas. Entre tanto, 'El Paisa', huye por la jungla. Va con 20 guerrilleros. Sin sal ni comida. Unicamente con sus armas aún calientes, humeantes. Se desplazan por la quebrada El Guayabal con rumbo incierto, como en un viaje al corazón de las tinieblas.

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