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En Guatapé se busca a la última víctima del naufragio de El Almirante

Los rescatistas ya encontraron el cuerpo de Aura Estella Barragán y continúan en la búsqueda de la última víctima, Erika Quinchía.

28 de junio de 2017

El domingo, mientras el navío El Almirante se hundía en las aguas del embalse de Guatapé, Valentina Jaramillo se hizo cargo del caos: entregó los chalecos a los pasajeros, les aconsejó por dónde salir, cómo nadar. Estaba en el segundo piso de la nave y cuando vio que el naufragio era irreversible recordó a su pequeña María Antonia, de 18 meses, y cayó en la cuenta de que estaba en la primera planta del barco, bajó a buscarla y no la encontró. Por el desespero quedó atrapada en el bote, que ya se llenaba de agua y con ella se hundió 25 metros en lo profundo. María Antonia había salido minutos antes en brazos de una tía. Y Valentina nunca supo.

En turnos de 11 buzos, que se sumergen por 20 minutos cada uno, continúa la búsqueda en Guatapé. Foto: Pablo Andrés Monsalve / SEMANA

Valentina era la administradora del barco, se encargaba de los clientes, de que estuvieran a gusto, de que pudieran tomar alguna gaseosa mientras navegaban viendo los islotes del embalse. Su padre, Luis Jaramillo, era el dueño de la empresa.

Guatapé es un pueblo pequeño y florido, de bellas casas con zócalos en los que se han pintado con esmero paisajes, flores, barcos, piedras gigantes —batolitos—, montañas; Guatapé, su vida, es la creación de una represa. En ese pueblo el martes en la tarde, se realizó el sepelio de Valentina y la misa, dijeron algunos, parecía la celebración de un viernes santo, de un Sermón de las Siete Palabras, de un domingo de resurrección. Valentina era la representación de la tragedia: una joven, víctima de aún no se sabe qué —el azar, el descuido, la falta de mantenimiento— que asumió su trabajo: ayudó a muchos a salir de la embarcación, no supo que ya su hija estaba afuera, la invadió el pánico, murió.

Los buzos que hacen labores de rescate forman parte de los cuerpo de Bomberos de Guatapé, Envigado, Medellín y Bogotá. Han sido apoyados por la Armada y la Defensa Civil. Foto: Pablo Andrés Monsalve / SEMANA.

Entre los rescatistas saben de ella, saben que su cuerpo estaba enredado en el primer piso, anclado en la nave hundida. Saben que su padre está un poco enclaustrado, que no quiere hablar, que no puede. Es una muestra de lo que sucede en Guatapé: pocos quieren hablar, pocos logran adaptarse a la rutina diaria y los familiares de quienes no sobrevivieron prefieren mantener silencio, seguir con el duelo o esperar que por fin los cuerpos emerjan de las aguas, como el de la tarde de este miércoles: el de Aura Estella Barragán, de 63 años, quien murió como sus otras dos hermanas, María Hilda y Edilma, quienes estaban de paso por Guatapé después de pasear en la costa Atlántica y esperaban regresar al malecón para seguir su camino hasta Bogotá.

La búsqueda ya superó las 72 horas y los buzos hicieron todo el barrido de búsqueda en el barco y sus alrededores, por lo que se espera que el último cuerpo, el de Erika Quinchía de 35 años de edad, flote en las próximas horas, mientras tanto continúa la búsqueda en inmersión y en superficie a 500 metros a la redonda. Ya los rescatistas han arriesgado lo suficiente, pues el domingo a las ocho de la noche, cuando una tormenta eléctrica retumbaba en el cielo y terminaba la búsqueda de un grupo de buzos, aún quedaba en el agua, a punto de salir, el bombero Fredy Villada —rescatista valeroso, dicen sus compañeros— y a 20 metros de donde estaba cayó un rayo, su cuerpo sintió el zumbido eléctrico, tuvo que llegar con urgencia al hospital San Vicente de Paul, donde está estable y bajo revisión.

Las aguas de la represa dificultan la búsqueda —dice el capitán de Navío Carlos Escobar, que llegó desde Cartagena para coordinar a los buzos—, no solo porque son turbias y tienen una temperatura promedio de 15 grados centígrados, lo que puede ocasionar hipotermia en casos de exposición prolongada, sino porque los 2.000 metros sobre el nivel del mar que tiene de altura Guatapé, obliga a que las inmersiones sean más cortas. “Con el mismo tanque de oxígeno que usamos acá, estando al nivel del mar, la inmersión podría durar una hora, pero aquí no podemos pasar los 20 minutos, estar a esta altura significa estar buceando desde antes de entrar al agua”.

El capitán José René Bolívar, coordinador de la unidad de manejo de desastres del Dapard, ha liderado la búsqueda. Foto: Pablo Andrés Monsalve / SEMANA.

Los buzos pasan las horas en el muelle donde las autoridades instalaron el puesto de mando unificado. Actúan en grupos de 11 personas que van en lancha hasta la plataforma, se sumergen en grupos por tandas y regresan para entregar la labor a otros más: hay buzos del cuerpo de bomberos de Guatapé, de Envigado, de Bogotá; otros vinieron desde Cartagena y hacen parte de la Armada, otros más son de la Defensa Civil y hay voluntarios. No hablan con nadie, hacen su labor sin aspavientos.  

El encargado de coordinar toda la búsqueda, de hablar con los familiares de quienes murieron es el capitán José René Bolívar, coordinador de la unidad de manejo de desastres del Dapard, tiene mucha experiencia: estuvo como rescatista en el terremoto de Haití, en el terremoto de Armenia, en la avalancha de lodo en Armero, hasta hoy y desde el domingo, sólo cuenta dos horas de sueño y parece que no podrá dormir hasta que el último cuerpo aparezca. Con paciencia, como si no hubiera explicado el mecanismo tantas veces y a tantos periodistas, dice que no hay explicación total para hablar de las muertas: “Pudo ser que la gravedad ocasionada por el barco al hundirse los haya ahogado, o que hayan sufrido un infarto, o que no supieran nadar, es una verdad que nunca podremos saber enteramente, por ahora solo podemos buscar y ya sabemos que el cuerpo que falta no está en la embarcación, lo que dificulta las cosas”.

El sábado un turista que visitaba Guatapé y se hospedaba en una de las fincas que hay alrededor de la represa, decidió lanzarse borracho al agua, no pudo nadar y se ahogó. No es la primera vez que sucede, pues algunos llenos de alcohol tratan de nadar en las aguas pantanosas y no lo logran. Para evitarlo, la secretaria de Gobierno de Antioquia, Victoria Eugenia Ramírez, estaba el domingo en la tarde en el municipio liderando una campaña preventiva y desde el muelle vio cómo El Almirante se hundía, cómo el agua iba llenando el primer piso de la embarcación, entonces llamó a la Policía, a los bomberos, que actuaron muy rápido, de no haber sido así, es probable que la tragedia hubiera sido mayor.