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Después de una dura derrota en las presidenciales, Rafael Pardo se dedicó a fortalecer y modernizar el Partido Liberal.

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En su cuarto de hora

Después de muchos años fuera del poder y de la peor derrota electoral de su historia en 2010, los rojos están unidos, son protagonistas de la Unidad Nacional y están a punto de entrar al gabinete. ¿Durará la buena suerte?

25 de junio de 2011

Hablar de la crisis de los partidos en Colombia se volvió un lugar común desde hace años y con nombre propio: liberales y conservadores. Después de haber monopolizado la política electoral durante un siglo y medio, los partidos tradicionales, en las últimas dos décadas, se convirtieron en 'lo que el viento se llevó', según el mejor libro publicado sobre el tema, del profesor Francisco Gutiérrez Sanín.

Sin embargo, la rosa de los vientos ha cambiado. La palabra crisis se les achaca a otros, y, en cambio, al Partido Liberal le está brillando el sol por primera vez en años. El martes pasado su director, Rafael Pardo, lanzó el eslogan que utilizarán sus candidatos en las próximas elecciones: 'Aquí está el cambio', un concepto impensable hasta hace muy poco para la colectividad que ha representado la tradición, el statu quo y las mañas para mantenerse en el poder.

Más allá del objetivo publicitario, la paradoja es que los liberales están viendo una luz al final del túnel apenas un año después de su peor derrota electoral en la historia, en la que fueron superados por La U, los verdes, Cambio Radical y el Polo Democrático. Ya no se oyen los vaticinios catastrofistas que en ese momento vislumbraban su final y, por el contrario, los rojos son miembros de la Unidad Nacional, han logrado sacar adelante sus principales propuestas de la campaña de 2010 -la Ley de Víctimas y la Ley de Primer Empleo- y, según los gabinetólogos, entrarán al gobierno de Juan Manuel Santos con un representante suyo en el Ministerio de Justicia.

Mientras en La U se agudizan las tensiones entre santistas y uribistas, en los verdes y el Polo se retiran sus abanderados presidenciales de 2010 y los conservadores no saben a quién poner de candidatos en las principales ciudades, los liberales se distinguieron por la disciplina de su bancada en la última legislatura, bajo la tutela del senador Juan Fernando Cristo y del representante Guillermo Rivera, que fueron claves en el trámite de la Ley de Víctimas. Y aunque formaron parte de la coalición gubernamental, los rojos permanecieron fieles a sus banderas liberales. Esto quedo claro, por ejemplo, cuando se opusieron al proyecto de sostenibilidad fiscal, por considerar que vulneraba la Carta de 1991. "El partido ha trabajado para mantener su coherencia y su identidad de partido socialdemócrata", afirma David Roll, director del Instituto de Pensamiento Liberal.

El liberalismo también ha echado mano de una nueva generación de delfines, para renovarse: Simón Gaviria, primogénito del expresidente César Gaviria, será el presidente de la Cámara de Representantes a partir del 20 de julio y se unirá a otros miembros de dinastías del partido que hoy son protagonistas, como Juan Manuel Galán -hijo del líder asesinado-, o que quieren serlo, como Horacio José Serpa -hijo del actual gobernador de Santander-. Miguel Samper, el hijo mayor del exmandatario Ernesto Samper, dirige la Dirección de Justicia Transicional en el Ministerio del Interior.

El delfinazgo es una institución antipática. Pero estos jóvenes tienen fama de pilos y preparados y, en todo caso, tienen una imagen más amable que la que le quedó al partido después del proceso 8000, de las tres derrotas de Horacio Serpa -en 1998, 2002 y 2006- y del descalabro de Rafael Pardo en 2010.

¿Cómo se explica el buen momento de los rojos? Paradójicamente, una clave del resurgir liberal se debe a la expiación que le tocó hacer en el desierto, lejos del poder. Según Juan Manuel Galán, senador del partido, "estos 12 años fueron muy útiles para que el partido reflexionara, se reorganizara y volviera a su esencia". Estar fuera de los gobiernos de Pastrana y Uribe lo salvaron del desgaste del fallido proceso de paz del Caguán y de los efectos de los escándalos que estallaron en el gobierno de Álvaro Uribe. Del liberalismo colombiano se puede decir lo mismo que afirma del PRI el mexicano Jorge Carlos Hurtado, exgobernador de Campeche y miembro de ese partido: "Tantos años de gobierno desgastan, los vicios minan popularidad y se cometen errores. Nosotros pagamos el costo, salimos del poder y tuvimos un momento de aprendizaje".

Los rojos también han tenido suerte. Sobre todo, por el talante y la línea que adoptó Juan Manuel Santos cuando llegó a la Presidencia. En lugar de aplicar un uribismo sin Uribe, retomó ideas y símbolos más cercanos a la tradición liberal. Al fin y al cabo, Santos viene de sus propias filas. Tras ocho años de gobierno uribista, con un marcado sello personalista, Santos abrió un ciclo político caracterizado por una agenda más amplia y una política institucional en la que los protagonistas son los partidos y no las personas. Y los liberales han aprovechado el cambio.

Después de la primera vuelta presidencial, el líder del partido, Rafael Pardo, negoció la entrada de los liberales a la coalición de Unidad Nacional con base en "ideas e iniciativas más que en mecánica". Fue así que Santos se comprometió a incluir la Ley de Primer Empleo y la Ley de Víctimas como piezas fundamentales del paquete reformista que tramitaría su gobierno en el Congreso a cambio del apoyo de los liberales. No en vano, en la campaña publicitaria del partido, los liberales se abrogan "las ideas que gobiernan".

Los próximos meses serán decisivos para el Partido Liberal. La situación actual tiene elementos promisorios, pero también hay problemas. Es muy prematuro cantar victoria, porque el partido sigue muy lejano de los votantes urbanos y de los jóvenes, y porque los estigmas del clientelismo y del proceso 8000 se han decantado, pero no se han erradicado: solo un 12 por ciento de los ciudadanos, según las encuestas, se considera miembro de ese partido. Por otra parte, por más que ingrese al gabinete santista, el liberalismo todavía no tiene cupo en primera clase, que está copada por La U, Cambio Radical y los conservadores, que se subieron primero. Y falta ver qué pasará en el pulso electoral de octubre, en el que los rojos competirán contra maquinarias muy bien aceitadas de esos partidos, y con la utilización que ellos harán del muy rentable prestigio del expresidente Álvaro Uribe.

También hay motivos de división: el expresidente Samper y un puñado de parlamentarios consideran que la colectividad se ha derechizado y critican sin clemencia a la dirigencia actual. En ese sentido, será clave el congreso nacional que se llevará a cabo en diciembre, en el que Rafael Pardo tratará de elegir una cúpula continuista con figuras como Juan Fernando Cristo, Simón Gaviria y Juan Manuel Galán.

Pero es un hecho que el Partido Liberal se está despertando y ha retomado fuerzas de protagonista. Hay analistas que creen incluso que la atmósfera generada por el santismo puede servir para una reunificación del partido con el regreso de Germán Vargas Lleras y su Cambio Radical y de algunos sectores de La U. Una idea que lo catapultaría como primera fuerza política, pero que aún no es plenamente viable, por la tensión entre el uribismo y el oficialismo y también por motivos de mecánica. No es exagerado decir que quien tiene la sartén por el mango, en materia del futuro liberal, es Juan Manuel Santos, lo cual significa que el panorama no se aclarará mientras el actual mandatario mantenga su actitud ambigua y enigmática sobre el porvenir de los partidos de la coalición de gobierno.

Que hoy se hable bien de los liberales es un milagro. Significa que la derrota electoral del año pasado fue manejada con acierto por su excandidato y director, Rafael Pardo. Pero el trabajo no está terminado. La frase de Alfonso López Michelsen cuando dijo que "el liberalismo no promete el cambio, sino lo hace" todavía es más un proyecto que un hecho cumplido.