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Doña Amanda en la calle de los motoristas. | Foto: Rodrigo Grajales

MEMORIA HISTÓRICA

En Trujillo, “hay gente que se ha muerto de pena moral”

Inés Amanda Castañeda Cano es la esposa de una de las decenas de personas masacradas en el municipio de Trujillo, Valle del Cauca, en 1990. Veintidós años después, aún teme por sus hijos. Testimonio.

John Harold Giraldo Herrera, especial para Semana.com
28 de agosto de 2012

Hace 22 años empezaron las masacres en Trujillo. Todas la técnicas de tortura y delación fueron usadas. Una marcha de 3.000 campesinos en la plaza suscitó retaliaciones y las más viles de las crueldades, cientos de muertos y desparecidos, gente exiliada, familias enteras destruidas, silencio, complicidad, barbarie.

La gente no se dejó y con manifestaciones artísticas, recuerdos, búsquedas, así como resistencia han podido mantener vivo el recuerdo de lo que les ha pasado. No para martirizarse sino para evitar que sigan sucediendo hechos atroces. En Trujillo, la verdad se ha asomado con timidez. La gente organizada cuenta con sitios de la memoria: el Parque Monumento, Muro Internacional de la sombra del amor, Oratorio al Padre Tiberio, Mausoleo Tiberio Fernández Mafla, y otros.

Todavía siguen las muertes. En Trujillo no cesa el dolor. Doña Amanda cuenta su historia porque aunque dice ser privilegiada al encontrar el cuerpo de su esposo asesinado, prevé que a sus hijos y a ella le hagan lo mismo. Es madre de tres hijos y varios nietos. Su historia, aunque cuenta lo infame de la barbarie, sirve para no olvidar los hechos.

A continuación su testimonio:

Mi nombre es Inés Amanda Castañeda Cano, tengo 54 años. Soy esposa de uno los motoristas asesinados yendo hacia Venecia, llamado Albeiro de Jesús Sánchez, esto ocurrió el 3 de abril de 1990, fue asesinado muy brutalmente, se desconocen los móviles, el por qué. Era un joven muy trabajador, vivíamos en unión libre y hacía trece años convivíamos, teníamos tres hijos de 9 y 11 años. Se desató la guerra del 90’, se puede decir la masacre del 90’ entre marzo y abril, desde el miércoles hacia la vereda la Sonora, después el sábado al amanecer sacaron otro poco de gente de las casas y se perdieron porque la mayoría no se encontró. El lunes sacaron gente de aquí del pueblo y otros de un pueblito que se llama Nápoles y la mayoría se perdieron, nunca aparecieron ni los cuerpos, ni nada, porque por la cañadas como dijo la hermana se iba la gente a buscarlos y fueron amenazados porque estaban deteniendo los cadáveres que bajaban.

Me di cuenta a las tres de tarde que el carro que maneja mi esposo, que venía de Tulúa hacia Venecia a la guardería, con el mercado para ese jardín, y lo bajaron del carro, lo llevaron unos 200 metros de la carretera hacia el cafetal y lo masacraron. A mí me avisaron, yo me vine para acá para el pueblo a ver si se comunicaba, si sabían dónde estaba o de pronto era que se había ido para donde una hermana, nada. Volví y me fui, fue una noche de desespero para toda mi familia, pero muy unidos todos los vecinos, nada de aviso, lo único fue pedirle a Dios que me diera valor y que me lo entregara vivo o muerto. Al amanecer me quedé dormida y soñé viéndolo amarrado al pie con un poco de niños.

A él lo mataron el 3 de abril y yo lo encontré el 4 de abril, como tipo seis y media de la mañana.

Como los choferes pasan todo el día. A mi esposo le decían en mi pueblo ‘mico negro’, él era morenito y bajito y así se quedó y así llaman los hijos. Entonces me llamaron y me dijeron el carro de ‘mico negro’ está en la carretera y él no está y están las dos puertas abiertas. Yo me madrugué a buscarlo con una hermana y con el chofer que me colaboró para bajar hasta allá porque hay una hora de aquí allá. Cuando yo me asomé desde un filito lo alcancé a ver, fue muy duro, bajé y lo vi muerto, le mocharon la cabeza, le pegaron tres puñaladas, con un aparato le sacaron las tripas, le arrancaron las uñas, le rasgaron los ojos, él estaba en un pastalito en una posición como si hubiera tratado de tenerse, las uñitas estaban llenas de tierra, y él quedó bien estirado con los zapatos. En la casa tengo un recuerdo hace 22 años, tengo el abre pase y en mi pueblito se hacen rifas, y aun conservo esos papelitos con la sangre de él.

Le hicieron el levantamiento y gracias a nuestro señor tuvimos la oportunidad de enterrarlo, como no muchas personas han tenido la oportunidad, aquí hay gente, hay madres que murieron de pena moral. Aquí hubo una señora que se le llevaron un hijo y ella todos los días ella lo esperaba y al ver que no llegaba se murió de pena moral. Mi Dios es muy grande y nos dio el privilegio de si quiera saber que aquí esta.

Yo me soñé viéndolo amarrado contra un palo y en medio de una cantidad de niños. Yo me desperté y dije Dios mío, Albeiro está vivo, seguramente lo amarraron y no lo mataron, esa fue la iniciativa para yo venir a buscarlo. Tuve problemas con la ley a mi me citaron a dar declaraciones, me molestaron mucho que porque yo lo había encontrado. Porque todos los otros se perdieron y nadie intentó buscarlos cerca. La gente después de que pasaron los días me decían a mi “Amanda usted es muy verraca, sinceramente usted irse a buscarlo, hasta mi marido estará cerca de mí, de mi casa, de mi finca, y yo nunca intenté buscarlo” y yo le dije pues yo gracias a Dios yo si intenté buscarlo y lo encontré.

Por la tarde que me avisaron que estaba desaparecido, que el carro estaba solo, vine por aquí esto estaba lleno de ejército y la policía del pueblo y nadie me colaboró, ni dijeron camine vamos a buscarlo, se hicieron los de la vista gorda, porque ellos sabían cómo habían sido la mayoría de los asesinatos. Mi vida pasó así, económicamente mal, yo sola con esos tres muchachos, salía hacia Bogotá a buscar nuevos horizontes, allá acabé de criar a los muchachos pero no alcancé a darles un bachiller, un estudio, yo no recibí ninguna ayuda hasta los 8 años que me hicieron una indemnización, la recibimos con mucha tristeza pero en ese momento nos sirvió mucho, pero fuimos como de malas con eso, porque con esa reparación mi hija compró una casita en Venecia y se le quemó. Ella no estaba, estaba aquí en Trujillo trabajando en una cocina en finca cerca al pueblo haciendo de comer a trabajadores, me avisaron del incendio y cuando yo fui ya estaba todo quemado y ella no recibió ni una ayuda del Estado, ni ayuda de aquí del pueblo, nada.

Ahorita ella tiene cuatro hijos, vive sola con esos cuatro niños, no tiene en que vivir, no tiene casita, por ahí coge café, cuando hay café y cuando no esperar a ver lo que llega. Yo vivo con uno de los hijos, el es chofer, en una casita propia en Venecia en muy mal estado, y hasta ahora con todas esas ayudas que han llegado del gobierno no he salido beneficiada. Mi hijo tiene dos hijos, ve por ellos, no convive con la mamá de los niños pero pues le toca colaborar y vivimos de lo que mi Dios nos da todos los días. Allá no hay en que trabajar porque es un pueblo muy pequeño, una empresa que hay recibe personas solo hasta los 35 años no más.

Todavía sigue el miedo. Uno oye eso, y dice Dios mío, va a volver empezar otra vez esa situación, y pienso por ejemplo en mi hijo que es motorista y que ellos van por una carretera y hay dos, tres personas y ellos los recogen y ellos no pueden preguntarles ustedes quiénes son, nada, entonces comienzan a salir esas personas asesinadas así como así, y uno ya comienza a martirizarse y a pensar Dios mío ¿será que se va a volver a remover toda esta situación que vivimos hace 22 años?