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A Santos Calderón el periodismo le viene en la sangre. Foto Carlos Julio Martínez | Foto: SEMANA

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Memorias de medio siglo

Enrique Santos Calderón cuenta las últimas cinco décadas en Colombia a través de su papel en el movimiento estudiantil de los sesenta, su militancia en la izquierda en los setenta, su pluma en ‘Contraescape’, su oficialismo como director de ‘El Tiempo’ y su relación con el hermano-presidente.

13 de octubre de 2018

Testimonio de salida. Así califica Enrique Santos Calderón el libro de memorias que saldrá a las librerías esta semana. Es el último paso de una larga vida esencialmente como periodista, pero que ha tenido vínculos con la política, el poder, la izquierda, la intelectualidad y el establecimiento.

A Santos Calderón el periodismo le viene en la sangre. De niño y de joven, su tío abuelo, el expresidente Eduardo Santos, director-propietario de El Tiempo; su abuelo Calibán, el célebre autor de ‘La danza de las horas’, y su padre Enrique, editor del diario toda la vida, le infundieron la pasión por el oficio, el único que habría podido desempeñar con una vocación heredada con semejante fuerza. Lo cual no significa que el camino haya sido predestinado ni evidente.

Por el contrario, Santos Calderón prefirió una ruta siempre demarcada entre la irreverencia y lo impredecible. En sus inicios, sobre todo sus estudios en Alemania y la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla –que censuró y cerró El Tiempo– lo llevaron a mirar con simpatía las ideas y los proyectos políticos de la izquierda. El debate sobre la lucha armada estaba abierto y lo alimentaba la llama de la revolución cubana que recorría el continente, que llevó a jóvenes líderes como Jaime Arenas Reyes a tomar las armas, pronto asesinado en el acelerado proceso de degradación de la guerrilla colombiana.

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En ese escenario nació la revista Alternativa, todo un hito en los años setenta. Santos Calderón la dirigió y la escribía con compañeros de periodismo militante como Gabriel García Márquez, Antonio Caballero, Orlando Fals Borda y Jorge Restrepo. “Atreverse a pensar es empezar a luchar”, decía su lema en el cabezote. Su irreverencia y crítica implacable llegó a su punto más alto en los gobiernos de Julio César Turbay Ayala y de Alfonso López Michelsen, duramente cuestionados por el Estatuto de Seguridad del primero y el pensamiento neoliberal del segundo. Alternativa tuvo una vida corta. Conseguir pauta era una tarea titánica por su posición rebelde contra el establecimiento, así que el propio Enrique tuvo que financiarla hasta con su propio bolsillo. Cerrada la revista y decepcionado del canibalismo ideológico de la izquierda, Santos Calderón viajó a París como corresponsal de El Tiempo. Una pausa necesaria para la reflexión.

Más que cualquier otro, Enrique había seguido desde los años sesenta el fenómeno de las guerrillas en Colombia. Siempre fue uno de los temas más frecuentes de sus escritos, hasta el punto de publicar Las guerras por la paz.

Pero su casa periodística de toda la vida fue El Tiempo, donde vivió etapas muy diversas. La primera de ellas en compañía de Daniel Samper Pizano Luis Carlos Galán, asistentes del director Roberto García-Peña, que, sin embargo, tenían obsesiones diferentes y matices ideológicos distintos. Y que, en consecuencia, siguieron caminos diferentes. Mientras Galán se metió rápidamente en la política –fue ministro de Misael Pastrana a los 26 años– y Samper se dedicó al periodismo investigativo, Santos se lanzó al periodismo de opinión y, a su regreso al país, a comienzos de los ochenta, retomó su columna ‘Contraescape’, que se convirtió en la más leída del país en las siguientes dos décadas. Fueron las décadas más convulsionadas de la historia reciente del país. Desde el surgimiento del narcotráfico y la guerra declarada de los carteles de la droga contra el Estado y la sociedad en los ochenta, pasando por la ofensiva violenta de la guerrilla a punta de secuestros y tomas de pueblos, o por las masacres paramilitares o escándalos políticos, la columna ‘Contraescape’ le sirvió de trinchera periodística desde donde se ganó el respeto y liderazgo en la opinión.

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Finalmente, Santos Calderón llegó a la dirección de El Tiempo, en compañía de su primo Rafael, y la ejerció durante diez años, entre 1999 y 2009. En ese periodo le dedicaba la mayor atención a los editoriales, que tenían algún tufillo semejante al de sus columnas de toda la vida. El tono, sin embargo, era políticamente mucho más moderado. Un autobautizado extremo centro no solamente por el peso de la institucionalidad, sino porque los años fueron moderando sus posturas políticas. El propio Santos Calderón dijo alguna vez, sobre sus propios editoriales, que eran “Contraescape con condón”.

Las memorias que acaba de publicar en El país que me tocó recuerdan muchos de los episodios que cubrió como periodista. Durante el proceso 8.000, en el gobierno de Ernesto Samper, ‘Contraescape’ volvió al tono crítico e incisivo de los primeros años. Le dedicó cerca de 100 columnas al tema con una posición totalmente opuesta a la línea editorial, en la que Hernando Santos se convirtió en el principal soporte del debilitado gobierno de Samper. En cambio, Santos Calderón llegó a pedir abiertamente la renuncia del presidente.

El decenio en la dirección de El Tiempo pasó rápido. Con la compra del diario por parte del Grupo Editorial Planeta, a Enrique y Rafael los reemplazó Roberto Pombo, quien convenció al exdirector de revivir la columna ‘Contraescape’, que tuvo vida extra durante cerca de un año. Pero se retiró definitivamente en 2009, después de que Planeta cerró la revista Cambio, con lo que estuvo en desacuerdo. Y hubo otra razón: la inminente llegada a la presidencia de su hermano Juan Manuel.

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Más que cualquier otro, Enrique había seguido desde los años sesenta el fenómeno de las guerrillas en Colombia. Siempre fue uno de los temas más frecuentes de sus escritos, hasta el punto de publicar un libro durante el gobierno de Belisario Betancur, con prólogo de Gabriel García Márquez, con el título de Las guerras por la paz. En ese gobierno llegó a formar parte de la Comisión de Paz. Por eso, cuando Juan Manuel Santos llegó a la Casa de Nariño y en su discurso de posesión afirmó que “la llave de la paz no había sido arrojada al mar”, era lógico que Enrique se convirtiera en una especie de asesor informal de su hermano-presidente. Siempre había defendido la búsqueda de una negociación para acabar el conflicto.

De ahí que formó parte del grupo que hizo los primeros contactos con las Farc, en la fase exploratoria secreta, que terminó con un documento con las reglas del juego bajo las cuales se llevó a cabo el proceso de La Habana. Para Enrique era un eslabón más de una larga cadena de interés por el tema. Y en algunos momentos críticos del proceso, en los que las negociaciones estuvieron a punto de romperse, Enrique viajó a La Habana para superar la crisis.

Enrique Santos Calderón, en fin, ha vivido la historia de su país desde la política y desde el periodismo. Testigo presencial –y siempre en terreno– de las grandes noticias. Desde Santiago de Chile, el 11 de septiembre de 1973, en el golpe contra Salvador Allende hasta el atentado en Nueva York contra las Torres Gemelas, en otro 11 de septiembre, el de 2001. Su trabajo como periodista y opinador ha cambiado al mismo ritmo de las grandes transformaciones del país, del mundo y del quehacer periodístico. Dio a conocer las entrañas del movimiento estudiantil en los años sesenta. Hizo periodismo militante en la época del auge de la izquierda en los setenta. Ejerció la crítica, generalmente con dureza e independencia, desde ‘Contraescape’ en los ochenta y noventa. Y también practicó un periodismo oficialista desde la dirección de El Tiempo a comienzos de este siglo. ¿Cómo lo hizo? Su respuesta, al mejor estilo tradicional de su columna, está en los siete capítulos de El país que me tocó.