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Enrique Santos, el Gran Hermano

Enrique Santos Calderón pasó de ser el padre de las negociaciones de paz al hijo rebelde. Hoy está en el centro de la polémica del proceso que ayudó a crear.

2 de febrero de 2013

Todo comenzó el 31 de diciembre cuando apareció un artículo en el diario El Espectador firmado por Enrique Santos titulado ‘Yo estuve negociando con las Farc en Cuba’. Este era parte de una serie donde diferentes personas simplemente describían su experiencia en algún evento coyuntural o histórico.  El hermano del presidente relataba detalles anecdóticos sobre cómo había sido la etapa preliminar de la negociación en Cuba. Entre otros contaba por ejemplo cómo había sido el proceso de trasladar al líder negociador de las Farc, Mauricio Jaramillo, el Médico, a La Habana, algunos detalles de la visita de Timochenko a la isla y terminaba diciendo: “Conozco a mi hermano, él está jugado con esto, pero su paciencia no es infinita. Tampoco la del país”.


El texto era interesante y a primera vista a nadie le pareció muy explosivo. La excepción fueron las Farc. Ocho días después, Mauricio Jaramillo, el Médico envió una carta durísima contra el hermano del presidente, quien había sido su contraparte en la etapa preliminar de ese negocio. El guerrillero hace algunas aclaraciones sobre lo descrito por Enrique Santos y hace dos anotaciones importantes. La primera, que con  la publicación de la columna “el señor Enrique Santos releva a las Farc del compromiso de confidencialidad acordado” y; la segunda, que la insinuación sobre la paciencia de su hermano “no deja de tener cierto aire de amenaza”. 

Aunque el tono de la misiva era agrio y muchas de las críticas tenían validez, la cosa no pasó a mayores. En todo caso se esperaba que ante la polvareda que se levantó, el hermano mayor asumiera una posición más discreta frente al sensible tema del proceso de paz. Por eso sorprendieron aún más sus declaraciones de la semana pasada en un foro organizado por el Woodrow Wilson Center en Washington. Allí dijo que “hay que preguntarse ¿si no hay reelección habrá proceso? ¿seguirá el proceso de paz con cualquier persona que pueda venir después”. Y en otro momento dijo hablando de la hipótesis de que Germán Vargas Lleras fuera presidente: “Creo que él no estará tan jugado por el proceso de paz, por sus antecedentes, por su escepticismo frente a las Farc”. Los dos temas que generaron polémica no fueron parte de la conferencia –que se centró en la importancia de que el proceso muestre resultados para que no pierda credibilidad— sino de las preguntas de los periodistas. 

Aunque esa parte de sus declaraciones no fue muy publicitada, en el mundo político se convirtió en el tema del fin de semana. La afirmación de que el proceso de paz requiere la reelección de Santos acababa con el misterio que el presidente había querido crear alrededor de este punto. Aunque prácticamente todos los opinadores políticos daban por hecho que habrá reelección, ese suspenso tenía cierto valor estratégico. El presidente es un reconocido jugador de póker y sabe que uno tiene que tener las cartas contra el pecho hasta el momento de mostrarlas. Por otra parte, la referencia a Germán Vargas era un desaire innecesario. Como él había notificado que bajo ninguna circunstancia sería candidato presidencial si Santos busca la reelección, no existía ningún escenario en el cual le pudiera corresponder a Vargas manejar el proceso de paz.  Y además, estaba el hecho de que el presidente y su ministro de Vivienda parecían haber formado una mancorna política en la cual este último se convertiría en la punta de lanza de la defensa frente a la ofensiva Álvaro Uribe. 

Como no faltaron quienes asumieron que declaraciones de ese alcance político no las haría un hermano sin la autorización del otro, el presidente rápidamente enterró esa especulación con un trino que decía; “Para evitar confusiones no hay que olvidar que Augusto es Augusto y Abdón es Abdón”. Aunque esa expresión es un poco difícil de entender para las nuevas generaciones, hacía referencia a un poema de hace 40 años del intelectual bogotano Hernando Martínez Rueda, quien para hacer un juego humorístico sobre las diferencias entre los dos hermanos Espinosa Valderrama, Augusto y Abdón, se había inventado un estribillo con el sonsonete de esos dos nombres. “Son ambos importantes/ son ambos Espinosa/ son ambos liberales de estirpe belicosa/ y en cuanto a simpatía/ dividen la opinión/ porque Augusto es Augusto y Abdón en Abdón”, rezaba el poema. 

En todo caso, explicado el trino, quedó claro que Enrique Santos había hablado por iniciativa propia sin la aprobación de su hermano, a quien probablemente le disgustó esa salida en falso.  Interrogado sobre el asunto en La W al día siguiente, Germán Vargas contestó que él como miembro del  gobierno acompañaba “sus políticas y mucho desearía que tengan éxito sin perjuicio del escepticismo que podamos tener como lo expresó Humberto de la Calle”. Pero dio la respuesta más original ante la pregunta de qué opinaba de la afirmación del hermano del mandatario cuando decía que él tendría menos entusiasmo frente al proceso de paz si fuera presidente. Sus palabras fueron: “Esa es una apreciación de Enrique y probablemente no le falta razón”. Con esta respuesta algo frentera, el ministro lograba quedar bien con los que creían en el proceso de paz y también con los escépticos. 

Pero así como la referencia del hermano mayor a Vargas no tuvo mayores implicaciones, la de la reelección sí fue explotada políticamente por el uribismo. En la Cumbre que tuvo lugar en Santa Marta con el expresidente Uribe, donde se iba a fijar su mapa de ruta para el proceso electoral, los asistentes lo ovacionaron cuando dijo: “Yo pensé que iba a encontrar en el análisis de Enrique Santos que el proceso de paz estaba ligado a la prosperidad y el futuro del país y no, resultó que está es estrechamente ligado a la reelección de su hermano”. 

En realidad lo que dijo Enrique Santos probablemente es verdad. Para que un proceso de paz en su implementación pueda llegar a feliz término tiene cierta lógica que el ejecutor de principio a fin sea el mismo. Y tampoco es descabellado pensar que si el presidente fuera Germán Vargas, el manejo de ese asunto sería diferente.  El problema es que esas dos verdades había solo una persona que no podía decirlas: el hermano del presidente de la República.