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ENTERRAR A LOS MUERTOS

Las nuevas fosas comunes dejadas por el Ricardo Franco en el Causa, marcan la continuación de la masacre o el fin de ese grupo.

5 de mayo de 1986

Para el país se ha vuelto costumbre que cada vez que se menciona al Frente Ricardo Franco, de inmediato siguen dos palabras: fosas comunes. Así ocurrió hace tres meses cuando se descubrió la espeluznante carnicería de Tacueyó y así ocurrió también la semana pasada con el hallazgo de más cadáveres descompuestos en Toribío y se completó, de esa manera, un cementerio intermunicipal.
Ciertamente la última vez que se supo de esa fracción armada y de oscuros origenes fue a finales del 85 y la opinión, al comienzo del 86, cayó en la pesadilla de la masacre en la Cordillera Oriental, por las revelaciones que empezaron a hacer sus autores y por las imágenes escabrosas que comenzaron a divulgarse.
Entonces la inspiración equívoca del Ricardo Franco (para algunos una disidencia de las FARC, para otros del M-19 y para otros más una fracción consentida por el Ejército) no mereció tanto análisis porque el horror superó las interpretaciones: los cadáveres mutilados de 126 personas, entre ellas mujeres embarazadas, niños y ancianos, aparecieron como señales de las venganzas dictadas desde la cúpula de la organización, en donde la figura principal pronto mostró la cara: José Fedor Rey, un caleño de 34 años, de ojos inyectados, lampiño y de discurso delirante, que se hace llamar Javier Delgado.

UN HORROR RECONOCIDO
Con un orgullo cercano a la demencia, Delgado convocó a una "rueda de prensa" en las montañas del Cauca a comienzos del año y en ella contó, con todas las señales de sangre y todos los detalles de tortura, que, en efecto, él había ordenado el sacrificio de " 164 sapos" y explicó que se trataba de una purga interna, debido a la cantidad de infiltrados que había llegado a su movimiento, integrado en total por 200 personas.
"El monstruo de los Andes", como lo llamó SEMANA en la oportunidad en que el país le vio la cara al autor del horror (edición N° 193), reconoció que hasta ese instante las muertes eran 158, pero en los mismos momentos en que estaba rodeado por los periodistas que concurrieron a la cita, seis personas, con las manos atadas atrás, estaban a punto de ser pasadas por las armas, lo cual elevaba la cifra a los 164.
Sin embargo, hasta ese comienzo de enero pasado, los cuerpos que habían aparecido sumaban 126, en un reguero de fosas comunes que le dieron a Tacueyó la imagen de un gran cementerio clandestino. Cuando los periodistas le preguntaron a Delgado que dónde estaban los otros cadáveres, respondió con una frialdad pasmosa que "por ahí irán apareciendo".

SE COMPLETA EL CENSO
Y, la semana pasada, aparecieron. Fue entonces esa la ocasión en que el país volvió a saber noticias del Ricardo Franco, pero en esta oportunidad el epicentro de sus masacres no era Tacueyó sino el vecino municipio de Toribío donde por olores salidos de lugares con tierra removida, campesinos descubrieron cinco fosas y dentro de ellas treinta cadáveres en un estado de descomposición tan avanzado que ni siquiera se intentó el reconocimiento.
Muchos de estos nuevos despojos tenían la cabeza separada del tronco; con excepción de uno el resto estaba desnudo; la mayoría permitía ver señales de tortura y había mujeres, niños, ancianos, todo lo cual constituyó un hallazgo similar a los anteriores, a aquellos de finales del 85 cuando el país oyó hablar por penúltima vez del Ricardo Franco.
De resto nada se ha vuelto a saber del Ricardo Franco. Desde hace cinco meses el nombre de ese grupo siempre ha estado pegado a relatos escabrosos, pero nada se ha conocido de la persecución que se dijo sería librada contra sus cabecillas, de parte de las organizaciones guerrilleras de donde supuestamente se desprendió ni de parte del Ejército que desde cuando comenzaron los hallazgos estaría tras la pista de sus integrantes.
Del "monstruo" Javier Delgado no se conoce desde entonces ninguna noticia cierta y tampoco de su lugarteniente, Hernando Pizarro Leongómez, cuya decisión de unirse al líder sanguinario le trajo el repudio de su familia y, especialmente,de su hermano Carlos, uno de los comandantes del M-19.
Pero, con la aparición de las tumbas de Toribío, el censo de cadáveres del Ricardo Franco se va completando. De cadáveres y también de personal vivo, por supuesto. Porque la cifra más mencionada del número de miembros de esa fracción armada era de 200 hombres y si a eso se le restan los "sapos" sacrificados por Delgado, hay que concluir que hoy por hoy los integrantes de ese Frente no son más que un puñado. Un número tan reducido que, probablemente, habrá obligado a parar las ejecuciones. O si no eso, posiblemente el jefe de la masacre, Javier Delgado, como lo dijo en aquella rueda de prensa, ya esté realmente "cansado de matar tanto hijueputa".