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Entierro de tercera

Después de la debacle, al Partido Liberal sólo le quedan tres caminos: se acaba, se une a Uribe o se juega como opción de centro.

27 de mayo de 2006

Uribe venció, pero no convenció".A diferencia de lo que pasó en las derrotas de 1998 y 2002, en las que fue ampliamente elogiado por su nobleza y su realismo, el domingopor la noche Horacio Serpa pronunció esta frase que descubría una evidente amargura. No era para menos, sus 1.400.282 votos fueron la mitad de los que obtuvo hace cuatro años y de los que alcanzó Carlos Gaviria, el candidato del Polo Democrático. Su tercera derrota en la búsqueda de la presidencia dejó la sensación de que se había convertido en el sepulturero del partido liberal.

Como suele ocurrir en las derrotas, se inició un debate sobre las responsabilidades del desastre y sobre el futuro de la colectividad. Un porvenir oscuro, por su imagen ligada a un pasado que el electorado, en casi todos los comicios desde 1998, ha demostrado que quiere dejar atrás. La fuerza electoral dominante desde 1930 no elige Presidente desde 1998, no es competitivo para las Alcaldías de las principales ciudades, ni tiene mayorías en el Congreso.

La hecatombe electoral del presente año está ligada, paradójicamente, a dos nombres de sus entrañas: Horacio Serpa y Álvaro Uribe. La tercera derrota de Serpa, cada vez con menos votos, y la segunda victoria de Uribe, arrasadora y por un margen mayor que la de 2002, significan una crisis que va mucho más allá del desgaste del bipartidismo que también golpeó a su rival histórico, el Partido Conservador.

Paradójicamente, los fenómenos triunfantes en 2006 están asociados a activos que hasta hace muy pocos años fueron del Partido Liberal. Uribe, como lo reiteró en su campaña, viene de sus bases, y entre los que se definen como simpatizantes del partido hubo más votos por él que por el candidato oficial.

El liberalismo les entregó a sus rivales los instrumentos para que lo derrotaran. 'La U' y Cambio Radical -las dos principales fuerzas uribistas- se nutrieron de la clase política roja. El propio discurso de Carlos Gaviria, según confesó el candidato del Polo en varias entrevistas, se alimentó con banderas tradicionalmente liberales. Un Serpa desgastado por dos derrotas anteriores, por excesiva trayectoria en la política tradicional y por la imagen de incoherencia que le dejó el paso por la Embajada ante la OEA, facilitó la reelección de un liberal contra su propio partido. Precisamente cuando se cambiaron las normas para premiar los proyectos colectivos, el más grande de los partidos fue derrotado por organizaciones nuevas.

Es tan curioso el fenómeno que caben varias explicaciones sobre lo que pasó, con sus respectivas hipótesis sobre lo que pasará. ¿Se puede reunificar el liberalismo de antes? Es decir: bajo la jefatura de Uribe, ¿podrían el Partido de la U, Cambio Radical y el derrotado oficialismo, volver a compartir las mismas toldas? O, más bien, ¿se cambió la estructura partidista y en ella el Partido Liberal competirá a largo plazo, en calidad de minoritario, con La U, Cambio Radical, el Polo y el Partido Conservador? ¿Le cedió el bipartidismo definitivamente el paso al multipartidismo?

"Después de la derrota algo tiene que pasar", dice Germán Vargas Lleras, líder de Cambio Radical. "Este es el fin de la era serpo-samperista", agrega el ex precandidato Rodrigo Rivera, que ni siquiera acompañó a Serpa en su discurso de derrota. ¿Cuáles son las opciones? De entrada, la posición del 'gran partido' de otras épocas es débil. Las derrotas sucesivas lo dejaron famélico. El uribismo se quedó con la iniciativa, y el Polo, con la alternativa. Y hay divisiones internas sobre la posición ideológica que debe asumir el partido y sobre su actitud hacia el gobierno. Un ala radical, encabezada por Piedad Córdoba, considera que la debacle, más que de Serpa, es culpa del director nacional, César Gaviria, por su credo neoliberal. Incluso antes de las elecciones, uno de los exponentes de esa corriente, el ex ministro cordobés Edmundo López Gómez, fustigó a Gaviria y pidió un referendo entre las bases liberales para definir el futuro de la colectividad y eliminar la desproporcionada influencia que, según él, han tenido los congresistas.

El dilema que hoy tiene el partido, en el fondo, es el de las famosas llaves. Ante los resultados electorales, un sector considera que sería realista reconocer que las mayorías están con Uribe, reconocerlo como jefe y dejar en sus manos la conducción de la colectividad. El ex presidente Ernesto Samper, aunque se retiró a Paris para marginarse de la campaña, ha mostrado su simpatía hacia esta idea e incluso ha dejado ver su disposición a servir como puente.

En el mediano plazo, se buscaría una reunificación de los congresistas que fueron expulsados del liberalismo porque apoyaron la reforma constitucional que permitió la reelección, y hoy forman parte de La U o de Cambio Radical. Juan Manuel Santos, el jefe de la primera de ellas, le concede poca viabilidad a esta hipótesis. "Volver al pasado es imposible", dice. Y explica: "el Partido Liberal perdió credibilidad y no tiene cómo recuperar su imagen. Es más factible defender sus ideas en un partido nuevo como La U, que es una alternativa seria y de largo plazo. Lo único factible sería que el liberalismo oficialista se sumara a la coalición de gobierno".

Pero la corriente mayoritaria dentro del oficialismo considera que sí hay futuro por fuera del uribismo y es poco probable que se imponga la teoría de la entrega de las llaves. Rodrigo Rivera dice que "sin el tapón de Serpa hay una oportunidad". Se trataría de reconstruir una opción de centro, capaz de recuperar su competitividad electoral hacia adelante. Rivera dice -al contrario de los rumores que lo postulan como candidato para ingresar al gobierno Uribe- que el proceso electoral que acaba de terminar le deja al partido tres activos valiosos: la jefatura de César Gaviria, una bancada en el Congreso significativa (la más grande, si se suman Senado y Cámara) y un liderazgo renovado en manos de una generación más joven.

Serpa respondió en su discurso la pregunta de si César Gaviria continuará como jefe único: le dio un espaldarazo a la gestión del ex presidente y lo puso de frente al futuro. Aunque la tradicion indica que se produce un relevo en la dirección después de las elecciones (y, sobre todo, después de las derrotas), Gaviria se queda. Su elección en el Congreso del partido se hizo para un período de dos años. Y los objetivos que se propuso -fortalecer la colectividad, construir una alternativa de largo plazo diferente a Uribe- no están descartados, a pesar del ciclón uribista.

No es imposible que César Gaviria se la juegue por salvar al liberalismo. Lo haría bajo algunas condiciones. Como, por ejemplo, el apoyo comprometido de una nueva jerarquía con figuras como Rafael Pardo, Rodrigo Rivera y Juan Fernando Cristo. Gaviria adoptaría una posición de centro y una oposición moderada al gobierno. Mantendría la crítica hacia políticas como el proceso con los paramilitares, pero apoyaría proyectos de reforma económica, la ratificación del TLC y un eventual diálogo con las Farc. El ex presidente sería interlocutor de Uribe, a pesar de las diferencias que han tenido en los últimos meses, y se empeñaría en consolidar la bancada liberal del Congreso. La nueva ley que obliga a un comportamiento coordinado y en grupo le brinda una oportunidad.

El escenario, en cualquier caso, es crítico. La cohabitación entre la corriente centrista y el sector que lidera Piedad Córdoba no está garantizada. Tampoco se descarta que, tras la derrota, algunos miembros del partido se vayan detrás del tren ganador. Después de la barajada del domingo pasado, los ases no quedaron en manos de César Gaviria, sino en las de Uribe. Y nadie sabe si al Presidente le importa el futuro liberal. n