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El presidente venezolano Hugo Chávez y su colega boliviano Evo Morales se oponen al TLC que Colombia acordó con Estados Unidos. Ratificaron esa posición durante la cumbre de los presidentes de Venezuela, Bolivia, Uruguay y Paraguay realizada la semana pasada en Asunción

Política exterior

Entre dos fuegos

El creciente conflicto entre Venezuela y Estados Unidos puso en entredicho la Comunidad Andina de Naciones. Y Colombia fue la gran perjudicada.

22 de abril de 2006

En 1992, durante los violentos disturbios raciales que azotaron a Los Ángeles por la absolución de los policías blancos que golpearon al negro Rodney King, este último imploró por el regreso de la cordura: "¿No podemos ser todos amigos?". Este sentimiento se aplica perfectamente a la frustración actual del gobierno colombiano al ver cómo la animosidad entre sus dos socios comerciales más importantes -Venezuela y Estados Unidos- va en crescendo y ha comenzado a generar consecuencias graves e impredecibles para Colombia. El último coletazo se presentó el pasado miércoles, cuando el presidente venezolano Hugo Chávez sorprendió a propios y extraños con el anuncio del retiro de su país de la Comunidad Andina de Naciones (CAN). "La CAN está herida de muerte y hoy puedo decir que está muerta", dijo durante una cumbre con los mandatarios de Uruguay, Paraguay y Bolivia. El día siguiente dejó claro cuál era el motivo principal de su decisión:

"Estados Unidos ha firmado un tratado de libre comercio con Colombia, lo cual mató a la Comunidad Andina".

La enemistad entre Caracas y Washington no es nueva. Pero en los últimos meses ha adquirido ribetes sólo comparables a la tensión permanente que ha distinguido la relación entre los norteamericanos y el régimen cubano . Primero fue la cumbre de Mar de Plata de noviembre del año pasado, donde Chávez se erigió como el líder antiimperialista de América Latina. Luego siguieron varias acciones unilaterales del gobierno venezolano contra empresas norteamericanas como las aerolíneas y las petroleras. Y hace pocas semanas, Chávez amenazó incluso con expulsar al embajador gringo y, en represalia, el gobierno de George W. Bush advirtió a los venezolanos que limitaría los movimientos de sus diplomáticos en Estados Unidos, una medida excepcional reservada a sus enemigos de la Guerra Fría.

Como era de esperarse, Colombia no podría estar ajena a esa alta tensión, a pesar de sus esfuerzos de quedar bien simultáneamente con Bush y con Chávez. Por un lado, es considerada la principal aliada de Washington en América Latina y, por el otro, comparte con Venezuela una frontera de 2.200 kilómetros y una vecindad histórica y especial. El pasado miércoles, ese delicado balance diplomático, digno de un trapecista de circo, fue impactado por ese intenso fuego cruzado entre gringos y venezolanos. Y esa bala perdida amenaza la supervivencia del CAN y los beneficios económicos y comerciales de esa unión.

Económicamente, la decisión de Chávez no parece tener un gran sustento. El intercambio comercial entre Colombia y Venezuela está mejor que nunca: tuvo un crecimiento de 23 por ciento en 2005. Este año se esperan exportaciones de 2.400 millones de dólares al vecino país e importaciones de 1.300 millones. Un escenario propicio para los negocios que hoy se ve aturdido por la declaración de Chávez. Como pocas veces, la reacción en Venezuela replica la sentida en Colombia. "Romper el vínculo histórico para conseguir otras formas no es la vía. Esto no tiene una explicación de orden económico sino político", dijo a la prensa local José Luis Betancourt, presidente de Fedecámaras.

En Bolivia y Perú también hubo preocupación. El único medio contento, o por lo menos así lo expresó inicialmente, fue el nuevo presidente boliviano, Evo Morales, quien está preocupado por la eventual pérdida de participación del mercado de la soya en Colombia por culpa del TLC.

Aunque el mandatario venezolano siempre se había opuesto públicamente a las negociaciones del TLC que adelantaban Colombia, Perú y Ecuador con

Washington, en la CAN la posición venezolana había sido más blanda. Incluso votó a favor de la resolución que otorgó el visto bueno a sus miembros adelantar negociaciones con otros países. La razón era muy sencilla. Venezuela aspiraba a ingresar como miembro pleno a Mercosur, el bloque económico de Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay, y necesitaba una actitud flexible de sus socios andinos. Quería quedarse con el pan y con el queso. Y así ocurrió: el gobierno de Caracas fue aceptado como observador por Mercosur en diciembre de 2005 sin perder sus privilegios en la CAN.

Pero en febrero ese ambiente favorable para los intereses de Chávez recibió un golpe con el anuncio de un TLC acordado entre Colombia y Estados Unidos. Se pasó de unas conversaciones de resultado incierto a una realidad tangible. Su principal socio andino en poco tiempo estaría ligado de manera integral con el enemigo número uno del proyecto bolivariano. Una contradicción que hizo crisis precisamente en el esfuerzo pionero de integración del continente, como es la unión andina.

Esta no es la primera vez que un país miembro amenaza con irse del que antes se conocía como el Pacto Andino. Chile se retiró en 1974. Pero en otras épocas en que la integración económica y comercial de las naciones de la región era más un propósito que una realidad. Aún primaba lo bilateral, el proteccionismo y no existían bloques económicos y comerciales. Hoy, con la Unión Europea y el Nafta (el acuerdo comercial entre Estados Unidos, Canadá y México), el asunto es a otro precio.

Por eso es tan riesgosa la opción planteada por Chávez de borrón y cuenta nueva. Y aunque es cierto que esa decisión -si se mantiene- sólo se podrá aplicar en cinco años, no sólo genera incertidumbre y ansiedad, sino deja tambaleante un esfuerzo colombiano de décadas de priorizar la interlocución multilateral con sus vecinos. El CAN siempre ha sido un excelente espacio para resolver problemas fuera del ámbito bilateral de cada uno de los países. Sería una error perder este campo de acción.

No obstante, posiblemente el mayor impacto de enterrar la CAN -fuera de las repercusiones económicas- es que se volverían permanentes unas diferencias coyunturales y visiones del mundo. Eso explicaría la poca acogida que ha tenido la propuesta venezolana entre sus pares andinos. Tal vez la cumbre extraordinaria propuesta por Morales y otros sea el camino para evitar la debacle.