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Una mujer trata de desenterrar la tumba donde fue enterrada su hermana | Foto: Carlos Julio Martínez

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Mocoa sin consuelo

El lunes comenzaron a ser entregados los cuerpos a los familiares y el cementerio de la ciudad es una procesión de llanto y dolor.

Rodrigo Urrego
4 de abril de 2017

Dicen que después de la tempestad viene la calma, pero en Mocoa no hay nada ni nadie que pueda paliar el dolor. Aunque en el tercer día después de la tragedia no hubo lluvia sino apenas un amago en el grisáceo amanecer, las únicas gotas que se escurrieron vinieron de las ojos y recorrieron las mejillas de cientos de personas, que este lunes no pudieron eludir el más duro trance desde la avalancha: sepultar y despedirse de sus seres queridos.

A las 8:00 de la mañana, en la estrecha sala de una casa del barrio Palermo, al lado del batallón del Ejército, Luz Mary Ruiz, de 51 años, no podía contener el llanto. Estaba sentada junto al ataúd donde reposaba el cuerpo de su hija menor, Deysi Rosero Ruiz, de 26 años, quien no pudo salvarse de la tragedia que arrasó con el barrio San Miguel. Los vecinos y sus familiares buscaban forma de darle consuelo, pero la mujer ni siquiera podía pronunciar palabra alguna.


Luz Mary Ruiz junto al féretro de su hija menor. Foto: Carlos Julio Martínez/SEMANA

En medio del dolor por tener que llevar a la tumba a la menor de sus hijas, aún le quedaban lágrimas de impotencia por su nieto, Juan David Rueda Rosero, de nueve años, que no solo quedó huérfano, sino que está lejos de la familia. El domingo apareció en una lista de heridos de gravedad, y en las anotaciones se señalaba que había sido trasladado en un avión ambulancia a la ciudad de Neiva (Huila). La familia no ha podido reunir dinero para ir a rescatarlo. Puede ser uno de los niños que no está con su familia, a pesar de que la información oficial advierte lo contrario.

Jeniffer, la hija mayor de Luz Mary dice que la tragedia se pudo evitar. “Esto iba a suceder, lo sabían todos los políticos. Pero acá solo vienen en las pinches elecciones, si lo ven a uno sin aretes, pues tome sus aretes, ahí sí. Pero pasan las elecciones y vienen las tragedias. ¿Por qué no trasladaron  a toda la gente del barrio hace cinco años? ”, decía con rabia y la voz entrecortada. “Necesitamos urgente ir a Neiva a recuperar a nuestro Juan David”, clamaba en una súplica dirigida al cielo, porque ya no confía en la ayuda terrenal.


Wilmer Lossa, en el puente de las víctimas, en Villagarzón, espera que el río le devuelva el cuerpo de su madre. Foto: Carlos Julio Martínez/SEMANA

Treinta kilómetros al sur de Mocoa, entre los municipios de Villagarzón y Puerto Limón, las lágrimas de Wilmer Lossa, de 29 años, eran de impotencia y desesperación. Vive en el corregimiento de Santana, y por segundo día consecutivo llegó desde el amanecer al puente de madera sobre el río Mocoa, a la altura del lugar conocido como Salto del Indio. Estaba parado en la mitad, recostado en los barandas de cuerda. En ese puente, que fue construido el año pasado como monumento en memoria de las víctimas del conflicto en el Putumayo, pasa todo el día mirando al río, y espera que la corriente le traiga el cuerpo de su madre, María Marleni Acosta, quien desapareció en la avalancha. Su padre se salvó. En Mocoa sus otros hermanos buscan hasta por debajo de las piedras, en los escombros, en los cementerios, en el hospital, en la morgue.  “Ya no sabemos dónde más buscar”, pues dice que también estuvieron en Puerto Limón y hasta en Puerto Asís. A pesar de que las esperanzas se consumen con cada minuto que pasa, dice que volverá al puente, pues confía que de bajar la creciente del Mocoa, pueda encontrar el cuerpo de su madre.

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En el paraje conocido como el Salto del Indio, en Villagarzón, está desplegado un equipo de rescatistas liderado por el cuerpo de bomberos de Pitalito. Este lunes removieron manualmente escombros, troncos de árboles, piedra, en busca de más cuerpos. El domingo, en aquel punto, habían podido recuperar 25 cuerpos, aparecieron en la superficie incrustados entre las gigantescas rocas, y las ramas de los árboles arrasados por río. El sargento Jhon Vergara Mendoza, jefe de los bomberos, dice que “la esperanza es lo último que se pierde, pero minuto a minuto se reducen las posibilidades”. Pese a ello, se mantendrán hasta que ya no existan las mínimas probabilidades.


El cuerpo de bomberos de Pitalito, Huila, recuperó 25 cadáveres el domingo. Este lunes las labores no tuvieron éxito. Fotos Carlos Julio Martínez/SEMANA 

Al medio día, en la vereda San José del Pepino, límite rural entre Mocoa y Villagarzón, del río Mocoa apareció una nueva víctima. Mario Fernando Melo, de 38 años, dueño de la finca Vaguará, se dejó llevar por una nube de moscas y el sobrevuelo de las aves carroñeras. Caminó por el borde del río  y comprobó sus sospechas. Era el cuerpo de un hombre, de entre 20 y 30 años,  según su descripción, y con un tatuaje en el tobillo. Se comunicó con los rescatistas, y minutos después llegó una cuadrilla de miembros de la Cruz Roja y el Ejército, quienes arriesgando el pellejo pudieron recuperar el cadáver, en alto grado de descomposición. “No sé si alegrarme o llorar. Habrá una familia que podrá enterrar a su ser querido”.


El lunes fue rescatado el cuerpo de un hombre en la vereda San José de Pepino, en Villagarzón (Putumayo). Foto Carlos Julio Martínez

A las 4:00 de la tarde sonaron las campanas en la iglesia de la plaza General Santander, donde se ven decenas de familias con costales llenos de ropa sentadas en el piso y los bancos que rodean el busto de Francisco de Paula Santander. Anunciaban la eucaristía de Laura Sofía Alegría, de cinco años, otra víctima de la avalancha. Cuando terminó la misa, y a la salida de la iglesia, una camioneta del Inpec se estacionó frente a la puerta de la iglesia. El padre de la niña, Ricardo Alegría, quien purga una condena en la misma cárcel en la que el río arrasó con uno de sus muros, no lo dejaron salir de la camioneta, apenas la abrieron la puerta y le acercaron el pequeño cofre de color blanco. El hombre, esposado, se abrazó al cajón y se atacó a llorar.

Foto: Carlos Julio Martínez / Enviado Especial de Semana

Un cartel de papel periódico, en la puerta de la iglesia, invitaba a los vecinos a una misa campal en el cementerio Normandía, a las afueras de Mocoa. A las cinco en punto de la tarde, como el poema de García Lorca, el padre Nelson de Jesús Cruz Soler, de la parroquia Jesús de la Eucaristía de Mocoa, levantó sus manos para dar la primera bendición. A su alrededor decenas de sepultureros levantaban las picas y las palas para cavar las fosas. El olor a putrefacto y a formol producía nauseas. Todos en el cementerio tenían que llevar tapabocas.

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El Normandía es un parque cementerio ubicado sobre varias colinas. Alrededor del improvisado altar, llegaban los cofres que salían desde la improvisada morgue que se levantó desde el día de la tragedia. Allí los preparaban, y los sellaban en bolsas plasticas muy gruesas. Una montaña de ataudes se iba reduciendo a medida que se utilizaban.  Los cajones los marcaban con dos números, el del protocolo y el del acta, rotulados sobre una cinta de enmascarar. Las funcionarias del cementerio revisaban para evitar confusiones. Una familia lloraba sobre un féretro, cuando les dijeron que era el cuerpo equivocado.  Una vez llegaban a la colina los sepultureros sacaban el metro, los medían, y empezaban la tarea de cavar las fosas. En menos de diez minutos ya estaba la tierra destapada.


El lunes comenzaron los sepelios en el cementerio Normandía de Putumayo. Foto: Carlos Julio Martínez/SEMANA

Lo que sucedía cada vez que llegaba un cofre era desgarrador. Angie, una desconsolada mujer  se tiró sobre la tierra cuando terminaron de sepultar a Leidy Yurani, su hermanita. Con las uñas empezó a escarbar la tierra como si quisiera desenterrarla. Los gritos de dolor y el desesperado llanto conmovían incluso a los más fríos sepultureros.

“Mamita porqué nos dejaste mamita, porque se llevan a mi hija, porque toda mi familia se fue…”, gritaba desesperadamente una mujer entre lágrimas. Un hombre de la Cruz Roja la abrazaba, y la mujer se resistía. Al otro lado un hombre trataba de darle aliento. "Los vivos te necesitan, debes ser la líder de tu familia", palabras insuficientes para ahogar el dolor. Gritaba y lloraba, y se resistía a que echaran tierra sobre los cofres. No paraba de gritar hasta que pareció quedar sin fuerzas, y cayó al piso. Primero lo hizo en una fosa, después en la de al lado. Tuvo que enterrar en una sola tarde a su mamá, a su hermana, a sus dos tías. En una fosa hasta tres ataúdes, uno sobre otro. En el tercer día después de la tragedia, Mocoa llora sin consuelo.

* Si usted quiere auxiliar con dinero a los afectados de esta tragedia, puede consignar a través de esta cuenta de ahorros habilitada por la Presidencia de la República: Banco Davivienda, N° 021666888.