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"Quienes sostienen la tesis de la polarización tendrían que explicar por qué la única manera en que Iván Duque y Gustavo Petro obtuvieron semejante éxito electoral fue moviendo su discurso hacia el centro"

ENTREVISTA

“Duque tendrá que controlar a los extremistas”

El politólogo Francisco Gutiérrez asegura que, a pesar del triunfo de la derecha y de la alta votación de la izquierda, no hay polarización.

23 de junio de 2018

SEMANA: Hace un año usted mencionaba que más que polarización, existía en el país una radicalización de derecha encarnada en la fuerza del uribismo y de sectores ultraconservadores. ¿Cómo queda el panorama después de las elecciones?

FRANCISCO GUTIÉRREZ: Aunque ha variado un poco, me mantengo en esa idea. Quienes sostienen la tesis de la polarización tendrían que explicar por qué la única manera en que Iván Duque y Gustavo Petro obtuvieron semejante éxito electoral fue moviendo su discurso hacia el centro. Aunque Duque no se movió programáticamente y continuó con una agenda muy conservadora, verbalmente se movió hacia el centro. Petro hizo el acercamiento al centro tanto discursiva como programáticamente después de su alianza con los verdes. Si correrse al centro fue lo exitoso, ¿dónde está la polarización?

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SEMANA: ¿Pero el triunfo de Duque es evidencia, entonces, de un triunfo del centro o de esa radicalización de derecha que usted menciona?

F.G.: El Centro Democrático me recuerda al Partido Conservador de finales de los cuarenta, con todas las reservas que hay que tener con las analogías históricas. Hay un sector político radicalizado y muy brutal, que se expresa por ejemplo en los trinos de Paloma Valencia y José Obdulio Gaviria diciendo que la izquierda, unida a la Corte Suprema, quieren “secuestrar” a su jefe político. En el otro extremo del espectro político, no hay ni de lejos un actor tan radicalizado. Hay un solo sector –la derecha dura dentro del uribismo– con un discurso duro, a veces incluso violento, contra la paz, la institucionalidad democrática básica y los derechos esenciales.

"¿Alguien ha pensado que Peñalosa pueda hacer la ALO o TransMilenio por la Séptima sin expropiar? De hecho, revisando la historia, los primeros que propusieron aumentar impuestos a los grandes latifundios que estaban improductivos fueron Mariano Ospina Pérez y Gustavo Rojas Pinilla"

SEMANA: Pero en su discurso de triunfo, Duque apeló a la unidad…

F.G.: Ese discurso tiene tanto de largo como de ancho. El aspecto positivo es que insiste en que no reconoce a ningún colombiano como enemigo. No obstante, podría tener también una lectura antidemocrática, al invitar a que todos los colombianos tiren para el mismo lado. En una democracia necesitamos espacio para las disidencias, para el debate, para la inclusión. El principio básico de la democracia es que si no toda la gente tira para el mismo lado, pueden crearse también bienes sociales como la deliberación y el disenso.

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SEMANA: También creía hace un año que la izquierda se había acercado al centro con el proceso de paz. ¿Sigue esa izquierda tirando al centro o se radicalizó con la votación que obtuvo Petro en segunda vuelta?

F.G.: Su programa fue menos de izquierda que lo que el establecimiento, e incluso él mismo, creyeron. Me llamó mucho la atención lo que sucedió con el tema de las expropiaciones y el pánico que generaron a su alrededor. ¿Alguien ha pensado que Peñalosa pueda hacer la ALO o TransMilenio por la Séptima sin expropiar? De hecho, revisando la historia, los primeros que propusieron aumentar impuestos a los grandes latifundios que estaban improductivos fueron Mariano Ospina Pérez y Gustavo Rojas Pinilla. Desde hace un siglo propuestas como esas vienen siendo defendidas por economistas como Albert Hirschman. Todo ese pánico que armaron alrededor de la supuesta expropiación fue una ridiculez y una ilustración soberbia de lo que hemos perdido como sociedad (claro, también hemos ganados muchas cosas).

SEMANA: ¿Qué rol pueden jugar los nichos sociales con los que Petro hizo campaña (ambientalistas, animalistas, víctimas, académicos) en este contexto?

F.G.: Petro venía cultivando auditorios con políticas públicas. Su alcaldía, por ejemplo, tuvo políticas concretas de inclusión de la población LGBTI; defensa de las víctimas; estímulo a los ambientalistas… Tres años después de salir de la administración distrital logró articular esas fuerzas a su estrategia política.

"El grueso de las fuerzas que fueron santistas está tratando de volver a la nube uribista. Es un esfuerzo casi que penosamente obvio. El grueso de Cambio Radical y de La U, y por otro lado los conservadores, terminarán haciendo parte de la coalición que sostuvo a Álvaro Uribe durante ocho años"

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SEMANA: Usted ha dicho que esta campaña rompió lugares comunes. ¿Cuáles?

F.G.: Van algunos ejemplos entre muchos posibles. Primero, creer que con los medios tradicionales y las redes sociales, la plaza pública había llegado a su fin. Segundo, creer que no había manera de movilizar a los sectores populares y a los jóvenes; que la insatisfacción de unos y otros no podía tener expresión electoral. Tercero, considerar que los partidos son cosa de ayer: la campaña de Duque fue muy partidista, encabezada por el Centro Democrático, una fuerza muy sólida y estructurada, con una disciplina para perros. Cuarto, la fantasía de las maquinarias y de suponer que esa entelequia pondría presidente, como si fuera una especie de bancada que vota junta y muy disciplinada. Quinto, asumir que esas maquinarias –que en su acepción más creíble son simplemente un sinónimo de clientela–no tienen ningún punto de contacto con la opinión. Sexto, creer que Colombia nunca iba a llegar a un voto programático: estas elecciones fueron muy programáticas, un debate entre la derecha dura y una coalición de centro-izquierda.

SEMANA: Profundice su visión sobre el papel de las maquinarias…

F.G.: Hay que diferenciar entre la maquinaria y el clientelismo. La primera es la estructura que tiene un partido: políticos, comités, formadores de opinión, voluntarios…. En muchas partes del mundo los grandes partidos tuvieron, y aún tienen, maquinarias de verdad. Aquí no. Pero en estas elecciones nos encontramos con alguna semblanza de maquinaria partidista, un poco en su versión posmoderna. En el caso del Centro Democrático, es una maquinaria de activistas construida sobre redes flexibles de voluntarios y adherentes, algunos muy apasionados y movidos por el odio, que más que instrucciones reciben señales públicas y operan a partir de allí. Es gente muy activa que, sumada, genera opinión de una manera impresionante. En la campaña de Petro vi nichos y estructuras relacionadas con activismos específicos. El clientelismo en cambio está basado en el intercambio de favores, es casi el antónimo de maquinaria. Y eso se notó durante esta campaña. ¿Cuándo se vio en Twitter un movimiento a favor del Partido Liberal, del Conservador o de La U? ¿Cuándo alguien defiende a Álvaro Ashton, Hernán Andrade o Roy Barreras? En 2018 las maquinarias funcionaron, pero la clase política cayó en cuenta de que el clientelismo ni es endosable, ni elige presidente. Esta última idea nunca se había procesado y llevó a errores de cálculo. En esta elección perdió el clientelismo y ganó la maquinaria de activistas que, en el caso del Centro Democrático, merece un estudio propio.

SEMANA: Las tensiones uribismo-petrismo fueron en los últimos años tensiones entre el uribismo y el santismo. ¿Cómo se adaptan las fuerzas políticas a esta realidad?

F.G.: El grueso de las fuerzas que fueron santistas está tratando de volver a la nube uribista. Es un esfuerzo casi que penosamente obvio. El grueso de Cambio Radical y de La U, y por otro lado los conservadores, terminarán haciendo parte de la coalición que sostuvo a Álvaro Uribe durante ocho años. También gente del Partido Liberal estará haciendo fila. La gran pregunta es si los van a admitir, porque el uribismo viene cargado de tigre, con muchas cuentas de cobro y entre sus miembros más radicales los que fueron santistas son considerados traidores y merecen castigo. Santos cambió al uribismo; ahora la figura del traidor tiene en esa fuerza un lugar muy especial. Eso, entre otras, llevará a que los uribistas radicales le respiren en la nuca a Duque desde el principio.

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SEMANA: ¿Esa adaptación de la mayoría de fuerzas políticas es garantía de gobernabilidad?

F.G.: No. Por un lado, el Congreso que le toca a Duque es profundamente diverso. Las fuerzas que apoyan al nuevo gobierno serán muy difíciles de disciplinar y estarán cobrando duro por sus favores. Piense en los conservadores, cuyo apoyo crítico a todos los gobiernos en los últimos años ha consistido en preguntar: “¿Cuánto me da para seguirlo apoyando?”. Y Duque tendrá que impulsar proyectos complejos y políticamente costosos –una reforma a la justicia controvertida y eventualmente la reelección, para no nombrar sino dos--. Además, la oposición es fuerte, y no hay que olvidar que Petro fue un soberbio parlamentario y ahora tendrá un asiento en el Congreso.

SEMANA: Para muchos Iván Duque es una incógnita. ¿Cómo lo ve usted?

F.G.: Entiendo a quienes defienden la tesis del compás de espera, pero hay muchas razones para temer. Ni durante su campaña ni después de su triunfo ha dado Duque una sola muestra de querer controlar a los extremistas dentro de su coalición. Lo que la opinión de pronto aún no ha interiorizado es que estas personas no se portan así por maleducadas o desapacibles –aunque muchas de ellas lo sean-, sino porque están expresando unas demandas y unos intereses muy tangibles, en un momento en el que hay apuestas enormes en juego. Duque no le ha parado el carro a los extremistas y a los violentos dentro de su partido, y no hay indicio alguno de que quiera o pueda hacerlo.

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