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EN PLATA BLANCA

"El papel que mejor represento es el de Amparo Grisales"

La diva lanzó su libro ‘Mi cuerpo consciente’, habla de su filosofía de vida y su secreto de belleza.

21 de diciembre de 2013

MARÍA JIMENA DUZÁN: La gente cree que usted se ha hecho cirugías, que se la pasa como Madonna durmiendo en una tina de hielo y que hace de todo para detener el tiempo. ¿Le tiene miedo a la vejez?

AMPARO GRISALES: A mí me inventan las cirugías de las demás, me ponen todos los años que las demás se quitan y me ponen todos los amantes que no he metido a la cama. Soy como el foco. Pero le voy a decir una cosa: yo soy muy distinta de lo que la gente se imagina.


La gente me señala como si hubieran estado en la cama de uno. A veces también me dicen que está sola porque ya no levanta. La verdad es que la gente no conoce de mí sino lo que ha visto en la televisión. Mire, yo tengo grandes amigos que se han vuelto muy importantes y creo que si se hubieran acostado conmigo no serían mis amigos. Ellos, que me quieren tanto, saben que no soy solo belleza.

M.J.D.: ¿Me está diciendo que usted se inventó a esa Amparo Grisales a la que le dicen la Diva?

A.G.: Pues sí. El papel que mejor he representado yo en mi vida es el de Amparo Grisales. Pero a la Amparo real muy pocos la conocen. Por eso quise hacer este libro, donde aparece la Amparo que no se conoce. Dicen por ahí que uno en la vida tiene que sembrar un árbol, escribir un libro y tener hijos. Árboles he sembrado muchos, hijos he tenido muchas mascotas, me encantan los animales. Me faltaba escribir un libro. Por eso lo hice.  

M.J.D.: ¿Nunca quiso tener hijos porque se le dañaba la figura?

A.G.: Yo tomé la decisión de no tener hijos desde hace mucho tiempo porque yo fui un bebé azul. Nací con asfixia y casi me muero en el parto. Pensaron que no iba a sobrevivir y me bautizaron a las doce de la noche. Esa impresión me quedó para siempre: le tengo pavor al parto y no porque me dañe la figura como muchos creen. Conozco amigas mías deportistas, que hacen ejercicio conmigo, que han tenido tres y cuatro hijos, ¡con unos cuerpazos!... Eso no tiene nada que ver.

M.J.D.: Usted confiesa en el libro que la única cirugía que se ha hecho es la de los senos y que en general le huye a este tipo de intervenciones en el cuerpo. ¿No se ha hecho nada más?

A.G.: Mire, el busto sí se lo han hecho todas. Unas, porque no tienen, otras porque quieren más. Dentro del medio nuestro eso es muy normal. Y las que se las ponen cuando tienen hijos se las quieren subir y arreglar porque han amamantado. Por eso yo cuento que sí, que yo me hice el busto pero que siempre le he huido a las cirugías. 

Yo digo que tengo una nariz grandísima y que, si fuese adicta a las cirugías, lo primero que me habría hecho sería la  nariz. Cosa que no voy a hacer nunca, porque ese es el centro de tu cara y de tu mirada. De ver cómo las mujeres se están haciendo estragos en su cuerpo quise escribir este libro. Para contar cómo fue que yo descubrí que se le puede ir ganando tiempo al tiempo.  

M.J.D.: Usted en el libro plantea que para ser siempre joven hay que tener una buena alimentación y una vida sana. Esta Amparo casi que asceta, más virginal, no la conoce el país. ¿Será que sí le creen?

A.G.: Mire, yo siempre he sido así. Yo empecé como una lolita a los catorce años a salir en las portadas y en ese momento ni siquiera las mujeres salían en las portadas. No fui la primera en desnudarme porque ya lo habían hecho otras, pero el hecho de hacerlo era un acto audaz. En ese sentido abrí mentalidades, me expuse a ser criticada y señalada como una cualquiera. Nadie se imaginó que mi primer desnudo fue en una malla color piel en La mala hora. 

¡En ese tiempo ni siquiera había desnudos porque no se podía! Luego en todas las novelas supe escoger muy bien los personajes, porque yo creo que tengo una manera muy diferente de mostrar la sensualidad, sin que sea vulgar ni falsamente voluptuosa. Yo no soy esa mujer que encarna esa moda de hoy de los pompis inmensos, los labios grandotes, el busto enorme. Tampoco estoy de acuerdo con los implantes. Ahora veo que las mujeres se ponen mentón y pómulos. Eso se nota. Esa moda nunca la he entendido y precisamente por ver esos estragos que las mujeres se hacen es que escribí ese libro. 

Mire yo tengo un sentido de la estética muy diferente; soy deportista desde pequeña y siempre he hecho ejercicio. Soy una mujer disciplinada. En el libro digo que para moldear el cuerpo primero tienes que moldear la voluntad. También quería tumbar ciertos tabús como el de que yo duermo en una bañera llena de hielo. ¡Jamás!

M.J.D.: Y tampoco se ha puesto Botox? No le creo...

A.G.: Eso sí, yo me pongo un poquito de Botox. Pero es que eso se lo ponen las niñas de treinta, los hombres de cuarenta, de cincuenta. Me lo pongo eso sí solo en un gordito que se me forma en el ceño para que se me desaparezca la arruga. Pero no me pongo en ninguna otra parte de la cara. Tampoco en los labios. Y me lo aplico cada dos años. A mí gusta que si me río se me vea la arruguita. 

Las expresiones hay que mostrarlas sobre todo si eres actriz. Siempre he creído que es lindo que a uno se le reflejen en la cara el bagaje y la experiencia que trae en la vida. Hay una frase de cajón que me mandan por Twitter con mucha frecuencia: ‘Ve Amparo, hay que saber envejecer con dignidad’. Yo no sé por qué me dicen eso. ¿Que más dignidad que poder cumplir años sana, pudiendo correr siete kilómetros diarios, poder ser flexible? ¿Les parece poco? Por eso escribí este libro. Para que vean quién soy de verdad. Sin embargo aclaro que este tampoco es un libro para señoras mayores. Es para todas las mujeres. Hablo de lo malo de las dietas, de la bulimia, de la anorexia.   

M.J.D.: ¿Le tiene miedo a la vejez?

A.G.: A mí eso no me asusta. Va a llegar un momento en que me voy a ver mayor. Es obvio. Pero si tengo la piel que tengo, el cuerpo que tengo y la energía que tengo, pues no me siento vieja. Para mí, vejez es deterioro. Madurez es en cambio otra cosa. Eso es la sabiduría del conocimiento, cosa que he ido adquiriendo con el paso del tiempo. Mi mamá siempre nos ha dicho que esa palabra (vejez) no se dice. Como uno se sienta es como lo ven a uno. Por eso la belleza no se inyecta, se proyecta.