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Maria Cristina Hurtado es directora poblacional de la Secretaría de Integración Social de Bogotá. | Foto: Diana Sánchez

ENTREVISTA

“Nuestras niñas crecen creyendo que a las mujeres se les pega”

María Cristina Hurtado lleva más de 20 años luchando por los derechos de la mujer.

19 de octubre de 2013

SEMANA: ¿Cuál es el costo del abuso sexual para Colombia?

MARÍA CRISTINA HURTADO: Causa ausentismo laboral, obliga a la Justicia a moverse por el país, crea costos en atención médica y tiene consecuencias intergeneracionales: los hijos se acostumbran a ver que el papá insulta y le pega a la mamá y que la obliga a tener relaciones. Muchas niñas crecen creyendo que a las mujeres se les pega. Esto afecta la creación de capital social.

SEMANA: ¿Hay cifras económicas?

M.H.: La violencia intrafamiliar corresponde al 4,2 por ciento de la economía. Y esto, sin que haya un estudio sobre los costos socioeconómicos de los delitos sexuales contra las mujeres, las niñas y las adolescentes.

SEMANA: ¿Cuál es la diferencia entre acoso y abuso sexual?

M.H.: Son delitos sexuales. El acoso casi siempre es de género y resulta de una relación de poder. El abuso abarca violencia de extrema gravedad. La definición de la Organización Mundial de la Salud llama abuso a todos los delitos sexuales. Pienso que necesitamos un concepto más fuerte. Solo así se puede castigar, por ejemplo, el acceso carnal violento a menores de edad.

SEMANA: ¿Por qué la familia es el principal escenario de la violencia de género?

M.H.: Cuando en Colombia les enseñamos a las niñas y los niños que los hombres tienen más derechos que las mujeres, estamos diciéndoles que estas valen menos. Si un día en un hogar hay poca carne, el papá y los hijos varones tienen la prioridad. A las niñas se les frita un huevo, y ya. Y así nuestra cultura también legitima y naturaliza la violencia contra las mujeres. Hay que trabajar con los varones en las escuelas y las familias, pues estos son los principales espacios de socialización. Allí nacen los patrones que definen las relaciones entre los géneros. Esto es importante para la psicología de la sociedad.

SEMANA: ¿Eso qué significa?

M.H.: La violencia de género es un atentado contra la capacidad del ser humano de responder, pues ataca la inteligencia emocional y acaba la autoestima. La víctima es humillada por su manera de pensar, actuar, vestirse... Los agresores dicen: “Usted está fea, no sirve ni para la cama…”. Las encierran con llave, les prohíben hablar. Al final, las víctimas aceptan la agresión y no denuncian. Las mujeres llegan a las comisarías sin bañarse, sin arreglarse… Esta violencia conduce, incluso, al suicidio.

SEMANA: Usted participó en la creación de la Ley 1257 de 2008, uno de los mayores avances legislativos para las mujeres. Su aplicación, sin embargo, está fallando. ¿Por qué?

M.H.: Es que las mismas mujeres ignoran sus derechos. El Estado no ha difundido bien esas leyes. Otros factores son la falta de credibilidad de la Justicia y el miedo a la retaliación, sea porque las mujeres son dependientes económicamente, porque creen que el hombre va a cambiar o porque tienen reservas al hablar con un médico, un juez, un fiscal o un defensor.

SEMANA: Usted critica que en Colombia no se hable de feminicidio. ¿Cuál es la diferencia con el homicidio?

M.H.: El caso de la vendedora ambulante Rosa Elvira Cely es muy diciente. Uno no lleva a una mujer a las dos de la mañana al Parque Nacional de Bogotá para violarla porque sí, sino porque es mujer y porque hay un imaginario según el cual a ellas se les viola. Eso no habría pasado con un hombre. 

Mucha gente conoce los feminicidios de Ciudad Juárez, en México. Allá surgió un patrón evidente: no aparecían hombres violados, asesinados y desmembrados. Solo mujeres. Y las violaban y asesinaban porque eran mujeres. En términos clínicos, a esas víctimas las violaron porque tenían una vagina. En Colombia, el 90 por ciento de las víctimas de violencia entre parejas corresponde a mujeres; el 85 por ciento de las afectadas por la violencia sexual son mujeres. Este es un crimen de género.