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| Foto: Archivo particular

POLÍTICA

Cristo y Martínez hacen la ‘V’ de la victoria

Donde había choques y discrepancias, ahora hay sonrisas y camaradería. Ambos ministros posaron abrazados tras aprobarse la mayoría de la reforma al equilibrio de poderes. Aun así, queda un duro escollo.

5 de junio de 2015

La tarea principal que el presidente Juan Manuel Santos le encomendó al ministro del Interior, Juan Fernando Cristo, fue la reforma al equilibrio de poderes. El máximo objetivo era eliminar la reelección presidencial, una figura que, a juicio del actual Gobierno -su más reciente beneficiario-, había generado un desajuste en el sistema de pesos y contrapesos constitucionales.

No era una labor fácil. Pese a que había acuerdo entre los partidos políticos (salvo el uribismo) en eliminar la posibilidad de que los mandatarios sumaran cuatro años más su periodo, el proyecto se fue convirtiendo en una compleja mezcolanza entre reforma política y reforma a la justicia, con resultados más que controvertidos.

La misión de Cristo era titánica por los antecedentes del Congreso. Desde la promulgación de la Constitución del 91, el Legislativo fue el pantano en el que naufragaron diversas iniciativas para reformar a la justicia.

De hecho, fueron varios los ministros que se hundieron junto con sus naves, como los uribistas Sabas Pretelt, Carlos Holguín Sardy y Fabio Valencia Cosio. Ya en la era Santos vivieron lo propio Federico Rengifo y Juan Carlos Esguerra.

Si Cristo no conseguía que el proyecto saliera a flote, el mensaje que le enviaría al país es que el Congreso no era posible darle trámite a reformas de esta envergadura, por lo que se allanaba el camino para una Asamblea Nacional Constituyente.

Pesada carga

No fue, precisamente, un camino de rosas el que tuvo que transitar Cristo. La iniciativa no solo empezó a ser moneda de cambio entre parlamentarios de la Unidad Nacional y el propio gobierno, sino que la armonía de los primeros debates fue girando hacia una pugna, en especial, con el poder judicial.

A la mitad del trámite, apareció como protagonista el superministro de Presidencia, Néstor Humberto Martínez, quien con pulso y liderazgo, y con el poder de quien administra el computador de Palacio, disciplinó a los congresistas a los que dilataban el trámite en pos de sus prebendas.

Cuando el proyecto estaba en problemas, Martínez salía de su oficina en la Casa de Nariño, atravesaba Plaza de Armas y se adentraba en el Capitolio para calmar las aguas. Él fue clave para conjurar el golpe contra una eventual candidatura del vicepresidente Germán Vargas Lleras, cuando se proponía inhabilitar al titular de ese cargo para las elecciones del 2018.

Pero no siempre fue un incondicional del ministro Cristo. Néstor Humberto parecía ‘pisarle las mangueras’ y opacar sus funciones. Si bien no ventilaron en público sus diferencias hace solo dos semanas quedaron en evidencia, cuando protagonizaron un inusitado choque en la Cámara de Representantes y que obligó a intervenir al presidente Santos.

Cristo y los ponentes habían trabajado arduamente durante semanas en la fórmula para buscar una fórmula para reemplazar al Consejo Superior de la Judicatura, en la que vincularon a representantes de los jueces y la academia, además de un gerente.

Tras una reunión con el presidente de la Corte Suprema, el magistrado Leonidas Bustos, Martínez se apareció en la plenaria para boicotear esa propuesta y presentar a cambio una alternativa que dejaba en manos de las altas cortes la administración de la rama.

Pese al escándalo y las acusaciones de que Martinez buscaba hacerse con el cargo de Fiscal General, las llamas se extinguieron prontamente. El superministro pareció perder el pulso, pero quizá fue el más empeñado en que la reforma fuera consensuada con las altas cortes, algo que no se logró.
Los magistrados, ni el fiscal general, Eduardo Montealegre, aparecieron de nuevo por el Congreso, luego de que propiciaron un golpe contra la reforma al pedir su hundimiento, amenazar con una demanda y hasta impulsar la idea de una Constituyente.

Periodo de agitación

Fueron ocho meses convulsos, en los que ambos miembros del gabinete recibieron ‘palo’ de los congresistas y hasta de la opinión pública. Por ejemplo, hay que recordar como la senadora Claudia López (P. Verde) acusó a Cristo de “torcido” porque, supuestamente, “cambió hojas de las ponencias a media noche” e incumplió acuerdos con los ponentes. Todo eso quedó superado.

Fue un periodo en el que también hubo derrotas sonoras. La principal fue en la propuesta de la Comisión de Aforados, en la que el Gobierno proponía que solo investigara y no que acusara. Tampoco tuvieron eco la ampliación del periodo presidencial a cinco años o que los periodos de los alcaldes y gobernadores fueran simultáneos con los del presidente de la República.

Tras los numerosos tropiezos, se puede decir que Cristo y Martínez están a punto de cumplir su tarea. Hasta la noche del jueves consiguieron la aprobación del grueso del proyecto. Faltan solo tres artículos que se resolverán el martes.

Es por eso la imagen de ambos, en la plenaria de la Cámara, haciendo la ‘V’ de la victoria, y que fue tomada por un congresista, pueda resumir esta legislatura.

Aunque estos dos ministros están a punto de aprobar esta asignatura, ellos saben que lo harán raspando. La reforma saldrá sin el respaldo del uribismo y del Polo, sin el consenso con las altas cortes, y apenas con las mayorías mínimas requeridas. El octavo debate la reforma está siendo aprobada justo con los 84 votos que necesita.

El superministro Martínez ya podrá abandonar su cargo, algo que se da por descontado, y Cristo afrontará con más tranquilidad su segundo año como ministro del Interior. 

Pese al gesto triunfalista, les falta el escollo más difícil: la conciliación del texto de Cámara y Senado donde cualquier cosa puede pasar.

Precisamente, muchos recuerdan que en la pasada reforma de la justicia, ocurrió lo peor. El entonces presidente de la Cámara Simón Gaviria no leyó el texto, al ministro Esguerra lo dejaron por fuera de la reunión donde se perfeccionaría el texto de esa reforma que a la final le colgaron los ‘micos’ que la convirtieron en la peor vergüenza de los últimos tiempos. Fue el recordatorio que al mejor panadero, se le puede quemar el pan a la puerta del horno.