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Sentados en la misma mesa para hablar sobre un pacto por la paz estaban el procurador Alejandro Ordóñez, Marta Lucía Ramírez, Clara López, Carlos H. Trujillo García, León Valencia y Luis Fernando Velasco. | Foto: P.G.N.

POLÍTICA

¿Es posible un pacto por la paz?

En medio de la polarización, amigos y enemigos del proceso de paz se reunieron en Acore para hablar sobre el tema. Un buen primer paso.

14 de febrero de 2015

En medio de la ardiente batalla de trinos que se llevó a cabo a comienzos de la semana pasada entre el santismo y el uribismo, casi todos relacionados con el proceso de La Habana, pasó inadvertida una imagen que tenía muchos motivos para llamar la atención: la de un conversatorio convocado por Acore (Asociación de Oficiales retirados de las Fuerzas Militares) sobre las posibilidades de convocar un Pacto Nacional por la Paz.

Lo primero que tendría que haber sorprendido fue la variedad de los puntos de vista que atendieron el llamado. Sentados en una misma mesa estaban la excandidata presidencial del Polo Democrático, Clara López; la exaspirante conservadora, Marta Lucía Ramírez; el senador liberal, Luis Fernando Velasco; la fórmula vicepresidencial del uribismo en las últimas elecciones, Carlos Holmes Trujillo, y el analista y columnista León Valencia. Una milimétrica representación de las corrientes que conforman el mapa político de la actualidad.

Pero había otro invitado, todavía más sorprendente: el procurador general, Alejandro Ordóñez. Su presencia, en medio de políticos activos y en la sede de una organización que en las elecciones del año pasado se alineó con la campaña de Óscar Iván Zuluaga en su crítica a las negociaciones con las Farc, en principio sonaba a conspiración contra el proceso. Y sin embargo Ordóñez –el artífice intelectual de la convocatoria– utilizó el escenario para reiterar la tesis de que el país debe marchar hacia un amplio pacto por la paz. Las posibilidades ciertas de la firma de un acuerdo en Cuba se deben tomar con seriedad, piensa el procurador, y se necesita de una convergencia de todos los sectores para asegurar que, hacia el futuro, el texto se cumplirá y no se quedará en el papel.

Se sabe que Ordóñez ha hablado del tema incluso con el expresidente Álvaro Uribe. Y que, después de una primera reunión en la que intercambió puntos de vista sobre una aproximación, en una segunda el exmandatario fue enfático en afirmar que no confía en el presidente Juan Manuel Santos y que, en consecuencia, nada tiene que hablar. Tal como están las cosas, una alianza por la paz podría contar con algunos elementos del uribismo pero no con su jefe. Así lo demuestran la presencia de Carlos Holmes Trujillo García en Acore y las propuestas –críticas pero constructivas– que recientemente ha hecho el excomisionado de Paz, Luis Carlos Restrepo.

La aceptación a compartir mesa significa que todos los asistentes consideran conveniente buscar un pacto. El actual proceso de paz se ha llevado a cabo en un clima de polarización que contrasta con el consenso que rodeó a los anteriores. No obstante, entre el ideal de un entendimiento y la realidad de unos desacuerdos profundos hay un largo trecho. Ordóñez y Marta Lucía Ramírez exigen garantías de no impunidad que para Clara López, Luis Fernando Velasco y León Valencia hacen inviable la negociación. Para estos últimos, algunas de las condiciones que quisieran imponer los críticos del proceso equivaldrían a imponerle a Santos, triunfador en las elecciones de 2014, el programa que fue derrotado en las urnas.

A pesar de todo, el ejercicio no es inútil y tiene aportes concretos que hacer. Acercar posiciones, por ejemplo, y trabajar en mecanismos de participación de la sociedad civil en el proceso de paz. O incluso, construir fórmulas de verificación del cumplimiento del cese al fuego unilateral declarado por las Farc, o sobre futuros compromisos para dejar las armas, después de la firma de un acuerdo.

Lo cierto es que el encuentro de Acore tiene mucha tela que cortar y no debió pasar de agache. Menos aún el protagonismo del procurador Ordóñez en este asunto, que para algunos no podría explicarse sino como parte de futuras aspiraciones presidenciales, que irían en contravía de una imagen de palo en la rueda para un proceso de paz que podría concretarse.