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En las elecciones presidenciales de 2006, Carlos Gaviria logró 2,6 millones de votos, una suma histórica para la izquierda colombiana. El viernes se inscribió como candidato a la consulta del Polo Democrático en representación del ala ortodoxa del partido

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Estalla la izquierda

Qué le espera a la izquierda con la salida de Lucho Garzón del Polo Democrático y las peleas de Gustavo Petro con Carlos Gaviria.

30 de mayo de 2009

Con la salida de Luis Eduardo Garzón del Polo Democrático y con la evidente inconformidad con la que se queda en el partido el senador Gustavo Petro muchos se preguntan si lo ocurrido la semana pasada marca un punto de quiebre para la izquierda en Colombia. ¿Se atomizó? ¿Está dejando abierto un boquete para que se recompongan las fichas del ajedrez ideológico en el país?

El retiro del ex alcalde de Bogotá para lanzar su candidatura a la Presidencia no es una simple anécdota. Es la ratificación de que en la pugna interna que se ha venido dando en el Polo triunfó el ala más ortodoxa de la izquierda.

El jueves en la noche todo estaba dado para que se diera una hecatombe. Tras el impacto del retiro de Lucho del partido, su figura más carismática, que Gaviria trató de atenuar lanzando su propia candidatura a la Presidencia, el terreno estaba abonado para que se diera la renuncia de otra de las estrellas del partido, la de Gustavo Petro. El senador también quería irse y lanzar su propia candidatura a través de la recolección de firmas, pero era una aventura demasiado arriesgada. No tenía ni el músculo financiero, ni la estructura política, ni la popularidad ante la opinión para irse solo. Por eso Petro se quedó a regañadientes.

Este episodio pone al descubierto un preocupante retrato de la situación de la izquierda hoy en Colombia. Más allá de la división de sus máximos líderes, que ha sido la gota que rebosó la copa, en las últimas elecciones -salvo la Alcadía de Bogotá y la gobernación de Nariño- se redujo su influencia política en varias regiones del país. En Bogotá, donde el Polo gobierna a través del alcalde Samuel Moreno, la situación no está para festejar. La popularidad de Moreno viene en descenso. Eso no quiere decir que el alcalde no pueda salir en hombros en dos años, pero hoy la situación del gobierno del Polo en Bogotá está en cuidados intensivos.

Un cuadro triste para un partido que hace sólo cuatro años con Carlos Gaviria logró 2,6 millones de votos en las elecciones presidenciales, una votación histórica para la izquierda. Y un año antes, el mismo Polo, con Lucho Garzón a la cabeza, había conquistado en las urnas el segundo cargo más importante del país: la Alcaldía de Bogotá. En esos momentos, el Polo le dio tres grandes lecciones al país: que la izquierda podía trabajar junta, que podía ganar elecciones y que podía gobernar. Era tal el entusiasmo político y electoral que, se pensaba, el Polo se podría convertir en un partido con una vocación real de poder, similar a lo que ha ocurrido con otros partidos o coaliciones de izquierda en América Latina, como el Partido de los Trabajadores de Lula da Silva en Brasil, Encuentro Progresista de Tabaré Vázquez en Uruguay y la Concertación de Michelle Bachelet en Chile.

Sin embargo, el futuro del Polo no es promisorio. La salida de Lucho, si bien no rasguña el aparato del partido, sí es un termómetro de la realidad política y electoral de la izquierda. El Polo pierde en carisma y votos de opinión, pero gana en coherencia ideológica. Se consolida un partido más ortodoxo, más cohesionado alrededor de una plataforma política menos moderada.

La pregunta que se plantea con el incipiente reacomodamiento de fuerzas ad portas de las elecciones presidenciales es quién va a ocupar el espacio de la centro izquierda, cuyas ideas son cada días más vigentes en Colombia. Una izquierda moderna a la que no le dé vergüenza apropiarse del discurso de la seguridad pero que enarbole con fuerza temas como el de la desigualdad, la propiedad de la tierra, los derechos humanos, las minorías o las libertades individuales. ¿Ese espacio ideológico tendrá una estructura política, un partido propio, o será representado sólo por vedettes mediáticas sin vocación política de largo plazo al estilo de los recién bautizados 'quíntuples'?

En la coyuntura actual, la respuesta a esta pregunta pasa por el futuro de los tres líderes más visibles de la izquierda: Carlos Gaviria, Luis Eduardo Garzón y Gustavo Petro. Todos candidatos presidenciales y, hasta hace poco, todos miembros del Polo.

Carlos Gaviria es hoy el líder indiscutible de la izquierda. A pesar de que hace un mes había señalado en el congreso del Polo que no tenía intenciones de ser candidato, decidió lanzarse al agua. Lo hizo, según él, después de que así se lo pidió un reconocido grupo de intelectuales, de estudiantes y el sector político de la izquierda de la vieja guardia liderado por el senador Jorge Robledo, quien hasta 2006 hizo parte del Moir.

Gaviria se siente seguro. Por un lado, a sus espaldas tiene el haber obtenido en la pasada campaña presidencial la segunda votación más alta del país después de la de Álvaro Uribe, y por otro, haberle quitado al Partido Liberal el título de la segunda fuerza electoral más importante del país.

Aunque cuenta con el apoyo de buena parte de los jóvenes del partido, la aspiración de Gaviria recoge las preferencias de los representantes tradicionales de la izquierda colombiana. Además de Robledo, gran parte de los lideres de organizaciones y sindicatos como la CUT, Fecode y la CGT, que han sido la fuente electoral de la izquierda, están con él. También cuenta con el apoyo de líderes con representación política y maquinaria, entre los que están el representante Wilson Borja y los senadores Jaime Dussán e Iván Moreno. Este último, hermano del alcalde Samuel Moreno y dueño de los votos que aún tienen las fuerzas anapistas, interesadas en mantener posiciones de poder en el partido.

"La izquierda está unida y no es vergonzante", dice Carlos Gaviria mientras afirma que su postulación tendrá acogida entre los ciudadanos que no se ubican en el centro ni en la derecha. "No tenemos problema en decir que representamos a una izquierda que se define así de frente y que propugna por transformaciones sociales profundas", insiste. Y precisamente ahí es donde puede estar su mayor fortaleza: en que en el extremo izquierdo del espectro político le queda un espacio para buscar votos a sus anchas. No en vano el resto de eventuales candidatos presidenciales que le hacen oposición al presidente Álvaro Uribe, y entre los que también se incluyen Garzón y Petro, se pelearán a codazo limpio cada uno de los votos de los electores que gravitan en la amplia franja del centro.

Seguramente Carlos Gaviria será criticado por terminar anunciando una aspiración que poco tiempo atrás había desechado y por tratar, según sus críticos, de imponer a toda costa su tesis de llegar a la primera vuelta con un candidato único del partido. No obstante, las críticas se pueden volver irrelevantes si se considera que, entre la militancia, él es quien cuenta con las mayorías. El pasado congreso del Polo dejó ver que tiene el apoyo del 80 por ciento de los delegados nacionales. Y ellos son, en últimas, quienes tienen el poder para llegar a las bases y sumar votos. "La mayoría estamos con él, porque representa la unidad, porque es claro con la izquierda, porque es consistente en sus tesis y nos da línea", dice Fernando Rojas, concejal de Bogotá y delegado nacional del Polo.

Es muy temprano para saber si Gaviria le ganará a Petro la consulta de septiembre pero, si eso sucede -que es muy probable-, hay dos cosas claras para el Polo. Primero, que antes de mayo del año entrante no buscará alianzas con otros sectores progresistas para competirle al presidente Uribe o a quien encarne su candidatura. Segundo, que el espíritu fundacional del partido, en el que se buscaba la inclusión de diferentes sectores políticos y el planteamiento de propuestas reformistas, sucumbirá ante una visión más ortodoxa, coherente y compacta.

Y eso lo tiene claro Petro, que representa el ala moderada del Polo Democrático y quien ha insistido en la necesidad de explorar acuerdos con sectores independientes o liberales para competirle al uribismo antes de la primera vuelta. La semana pasada, sus exigencias llegaron al punto de convertirse en la condición para entrar al partido.

Para Petro, permanecer en él era la opción menos mala. Pocos se lo imaginaban recogiendo firmas para armar su candidatura a la Presidencia y, a pesar de su afinidad con Antanas Mockus, su entrada al grupo independiente de los 'quíntuples' se veía como algo difícil. Al fin y al cabo, ellos, entre los que también se encuentran Luis Eduardo Garzón, Marta Lucía Ramírez, Sergio Fajardo y Enrique Peñalosa, quieren construir un movimiento de centro, cuya única esencia no sea el antiuribismo que, para muchos, Petro representa. Quedarse en el Polo le da, además, la posibilidad de conservar el apoyo de la cuarta parte de los delegados nacionales, quienes le dieron un espaldarazo en el segundo congreso del partido.

Petro tiene varias características que le pueden sumar votos a su proyecto. Primero, la calidad de los debates de control político que ha hecho en temas como las 'chuzadas', la para-política y los falsos positivos le ha permitido posicionarse ante la opinión como un senador serio, estudioso y valiente. Segundo, sus duras críticas al creciente clientelismo en la administración de Samuel Moreno le han dado un reconocido carácter de independencia. Sin embargo, estas dos virtudes lo llenan de aplausos en la galería de los votos de opinión, pero no son suficientes para ganar una elección presidencial. Menos aun en un país en el que aún hay fuertes temores y prejuicios frente al hecho de que un ex combatiente guerrillero llegue al solio de Bolívar, sobre todo cuando aún el país no ha resuelto su conflicto interno con las guerrillas.

Por todo lo anterior, el futuro electoral de Gustavo Petro en el Polo dependerá de su habilidad para reconstruir sus quebrantadas relaciones con el ala radical del partido y de convencerla de la necesidad de hacer alianzas con otras fuerzas. Una meta bastante difícil, si se considera que el 'petrismo' es minoría. De ahí que no sean pocos los que creen que el senador es consciente de los riesgos de esta aventura y que lo que está haciendo es medir sus posibilidades para acariciar su sueño en 2011: la Alcaldía de Bogotá.

A diferencia de la estrategia de Gaviria y de Petro, la de Lucho Garzón no parece ser tan clara. En el mundillo de la política se especula qué estará pensando el ex alcalde de Bogotá. No en vano aparte de su renuncia al Polo la semana pasada, los planteamientos que ha hecho en estos días sobre su futuro político han estado marcados por la ambigüedad.

En 2007, pocos meses antes de salir de la Alcaldía, Lucho comenzó a hacer visible su descontento con el Polo. Con las frases efectistas que lo caracterizan, armó el revuelo diciendo que quería armar un "partido de la calle", un popurrí con políticos de todas las orillas como Gina Parody, Marta Lucía Ramírez, Antanas Mockus y Juan Camilo Restrepo. "Guantanamera" fue el nombre que le puso a su soñado movimiento. Después de refugiarse por más de un año en su columna de El Espectador y en los micrófonos de La FM, decidió aventurarse de nuevo en la arena pública. No es claro cómo lo hará. A algunos les ha mandado el mensaje de que servirá de puente entre sus seguidores y el Partido Liberal. A otros les ha dicho que buscará consolidar la alianza con Mockus, Peñalosa, Marta Lucía Ramírez y Sergio Fajardo. Y como no ha dicho ninguna palabra sobre la forma como se inscribirá como candidato presidencial -por firmas, en otro partido o buscando una personería jurídica-, son muchos los que creen que terminará encabezando una lista a Senado o reencauchándose para volver a la Alcaldía.

Por ahora, lo único claro para Lucho es que no irá más con el Polo, partido del cual venía alejándose desde cuando era alcalde y del cual fue fundador. Las motivaciones para su salida coinciden con los planteamientos críticos de Petro. Al igual que él, tiene un sentido práctico que lo lleva a pensar que la convergencia entre diferentes sectores de la política independiente es necesaria para hacer oposición. Pero también, que el radicalismo de izquierda no es consecuente con las preferencias mayoritarias de los colombianos. Por eso, dice, no tomará parte de "un uribismo antipanfletario sino propositivo".

Cualquier experto en marketing político haría lo imposible por trabajar con Lucho. En últimas, es el político más carismático, con gran capacidad dialéctica y un agudo sentido del humor, sumado a su historia personal de lucha y superación. Es un gran candidato. Pero la simpatía no es suficiente para llegar a la Presidencia. Lucho no tiene cuadros políticos ni la disciplina del manzanillo, y la historia de Colombia ha demostrado que nadie puede llegar a la Casa de Nariño sin una organización propia. Como lo dice uno de sus entrañables amigos, "el luchismo es lucho".

El Polo, que intentaba mirarse en el espejo del Psoe español y convertirse en alternativa de poder, puede terminar pareciéndose más a la Izquierda Unida de ese país, que suena y truena pero no gobierna. La paradoja es que a pesar de la derechización de Colombia, producto de la guerra interna contra la guerrilla, ciertos ideales liberales y de izquierda están empezado a soplar con más fuerza. La llega de Barack Obama luego del oscurantismo de Bush, cierto agotamiento de la política de seguridad democrática del presidente Uribe, problemas estructurales de Colombia no resueltos como la pobreza, la concentración de la tierra, los desplazados, o la violación de los derechos humanos, son el ambiente propicio para que exista un movimiento que capitalice esa coyuntura.

Es la oportunidad de armar una nueva izquierda, más cercana a lo que quiere la gente y a las tendencias mundiales que encabeza Obama. La gran pregunta es quién va a llenar ese espacio. ¿Será un partido sin líderes fuertes como el liberal, o serán líderes fuertes sin partido como los 'quintúples'? O será que Colombia es capaz de crear un partido fuerte con nuevos liderazgos que se tome ese espacio político que se está abriendo y que puede determinar la vida pública en las décadas por venir.