Home

Nación

Artículo

SALUD

Estrés postraumático: nueva batalla tras superar el cautiverio

Las condiciones infrahumanas a las que han sido sometidos los secuestrados pueden causar trastornos mentales, cambio de humor y dificultades para relacionarse con el entorno. Los expertos dicen que "nunca volverán a ser quienes eran".

Karem Racines Arévalo, periodista de Semana.com
31 de marzo de 2012

Un incidente traumático prolongado, como el sometimiento a secuestro por muchos años, puede desencadenar síntomas diversos que perturban las vidas de las víctimas y de sus allegados.
 
La liberación de 10 uniformados de la fuerza pública colombiana marca, para ellos, el inicio de una lucha por conseguir  reacomodo en un entorno que puede haber dejado de serles familiar.  

Ángela Tapias Saldaña, especialista en peritaje sicológico y miembro de la Asociación Latinoamericana de Psicología Jurídica y Forense, explica que el estrés postraumático es un trastorno de ansiedad que surge después de que una persona pasa por un evento que le causó pavor.
 
Las personas que lo manifiestan siguen "reviviendo" las experiencias asociadas al evento, en este caso el secuestro, en períodos superiores a tres meses después de haber recuperado la libertad.

Este trastorno se manifiesta a través de tres síntomas:

- Repetición de la vivencia: con la idea de que el evento sigue sucediendo o puede volver a suceder en cualquier momento. 

- La evasión: evitan las cosas que les recuerdan el evento traumático, como pensamientos, sentimientos o conversaciones sobre el incidente.

- Aumento de excitación emocional: evidencian dificultades para conciliar o mantener el sueño, irritabilidad, dificultad para concentrarse, pueden permanecer hiperalertas o cautelosos sin una razón clara, demuestran nerviosismo o facilidad para asustarse.

También pueden presentar amnesia, reducción del interés por realizar ciertas actividades que antes les interesaban, sensación de desapego o enajenación, restricción de la vida afectiva, desesperanza e irritabilidad.

Los policías y militares que han estado privados de su libertad entre 10 y 14  años, en manos de las FARC, han sido sometidos a un trato despótico, mediante amenazas físicas y verbales que han minado su dignidad y su integridad. Fueron separados sorpresivamente de sus núcleos familiares y obligados a renunciar a su autonomía.

Quienes regresan a sus casas ahora, han acumulado experiencias y frustraciones que pueden haberlos transformado en personas muy distintas a quienes eran antes de que ocurriera la captura.  

"Eso no quiere decir que necesariamente manifestarán los síntomas del estrés postraumático o desarrollarán algún tipo de patología psicológica. Hay sujetos que se defienden de mejor manera ante hechos controversiales o agresiones, y otros que se reconocen más débiles. Todo depende de la personalidad de la víctima antes de ser sometida al confinamiento.
 
Lo que sí es innegable es que estas personas nunca volverán a ser quienes eran. Tendrán secuelas emocionales, pero no por eso perderán su capacidad para relacionarse de forma armónica con su gente", apunta Hernán Santacruz Oleas, médico psiquiatra-psicoanalista titular de la cátedra de psiquiatría de la Universidad Javeriana.

El psiquiatra hace énfasis en que los liberados, en todos los casos, necesitarán acompañamiento psicoterapéutico, pero no se puede establecer cuál es el tiempo necesario para garantizar la evolución. Todo dependerá del tipo de conflicto emocional que manifiesten, las características del grupo familiar, sus expectativas y la actitud que asuman ante su nueva condición de exsecuestrados.

Víctimas directas

Las investigadoras Carmen Elvira Navia y Marcela Ossa, en un artículo publicado en la revista de Estudios Sociales de la Universidad de Los Andes, refieren que las familias de los secuestrados viven a su vez un cautiverio virtual. "No hay barrotes, no han sido aisladas del mundo, ni tienen una pistola enfrente pero se encuentran encerradas psicológicamente por un secuestrador que aparece y desaparece".                            

Las familias de los secuestrados, de repente, se encuentran con el sufrimiento y la posibilidad de que el ser querido muera. No pueden controlar lo que ocurre y la impotencia desencadena estados emocionales muy fuertes: culpa, represión, temor y angustia.
 
Aparecen también dificultades para dormir, para concentrarse, para comer; se altera la memoria y hasta los detalles más obvios se olvidan. No se tiene la disponibilidad, ni la energía para continuar con las actividades que se venían desempeñando y simplemente no se puede o no se quiere hacer nada.

Así como el secuestro se puede asumir como una "muerte en vida", la liberación se presenta como una resurrección. Lo que sigue inmediatamente al retorno es la euforia. Muestras de solidaridad, deseos de abrazar a la persona, escucharla y ofrecerle los gustos de los que estuvo privada por tanto tiempo. Pero ese momento pasa, y en menos de lo que se cree, la rutina hace que salgan las secuelas de la separación extendida.

Para ello, los expertos recomiendan recurrir a la asistencia de profesionales que guíen el proceso de adaptación tanto del liberado como de los miembros de su entorno más cercano. "La dinámica de relacionamiento varía y cada caso tiene características y soluciones distintas", precisa Santacruz.

Otras consecuencias

Ante la constante posibilidad de no salir con vida del cautiverio, las personas pueden adquirir creencias religiosas o afianzarlas en caso de que ya las tuvieran, puesto que la amenaza de muerte constante les incita a refugiarse en un ser superior. La fe les permite mantener viva la esperanza del retorno y a su devoción pueden atribuir el éxito de la liberación. 

Esta situación extrema pone a las familias en contacto con el lado destructivo de la naturaleza humana y las lleva a cuestionar sus creencias sobre lo bueno y lo malo y a denigrar constantemente de las instituciones y el sistema en que les ha tocado vivir.

El miedo generalizado, la desesperanza, la sensación de impotencia frente a lo que acontece y la tendencia a aceptar pasivamente lo que sucede a nuestro alrededor son efectos psicológicos de la vivencia constante del secuestro que sugieren la presencia de un trauma psicosocial; la herida psíquica ha sido producida socialmente, se mantiene y alimenta en la relación entre el individuo y la sociedad que constantemente se va deteriorando.