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| Foto: Archivo particular

POLÍTICA

Un puñado de anónimos "refundan" el M-19 en una casa vacía

Dirigidos por un líder alucinante, una pequeña muchedumbre cree haber devuelto a esa guerrilla a la arena política. Esperan poner el próximo presidente y fundar dos pueblos de militantes en el Llano.

21 de febrero de 2017

Dice que tiene 600 hectáreas de tierra en el Llano para fundar dos pueblos del M-19; está seguro de que puede poner el próximo presidente de Colombia y cree que las FARC y el ELN se sentaron a hablar de paz gracias a él. Pero más inverosímiles que las ideas de Rubiel Zapata, quien dice ser un excombatiente guerrillero, son los seguidores que lo secundan.

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El pasado 13 de febrero, un grupo de policías lo montaron en un camión mientras una masa de 40 personas gritaba: "El pueblo está contigo, Zapata". En respuesta, él alzó las manos y arengó victorioso, luego de haber dirigido la toma de un edificio abandonado, en pleno centro de Bogotá, donde izaron las banderas del M-19, la guerrilla en la que dice haber nacido. Ese "operativo", en su razonamiento, es comparable con los viejos golpes publicitarios que ese grupo daba para hacerse visible, como la toma de la Embajada de la República Dominicana, en 1980, o la del Palacio de Justicia, en 1985.

Justo a cuatro cuadras de ese edificio, donde el M-19 fue protagonista del holocausto, Zapata citó a sus seguidores el pasado lunes, decidido a refundar un movimiento político bajo las banderas de esa guerrilla. A las 4:00 de la tarde empezaron a llegar sus seguidores a las Casa Afro. Tocaban en una puerta verde gigante que parecía conducir a nada. Cuando se abría, la voz de Zapata se oía de fondo.

En un salón blanco ocupado por un escritorio, varias decenas de sillas plásticas y una bandera de Colombia, Zapata, vestido de camisa rosada y corbata gris, y los 30 seguidores que reunió ese día, refundaron politicamente el M-19. Al menos, de eso los convenció cuando entre los presentes ungió a siete para que conformaran la mesa directiva. Pero antes de escoger representantes, Zapata dio un discurso de tres horas en el que dijo de todo.

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"Hoy me llamaron varios enemigos del pueblo. Usaron su psicología barata para convencerme de que el M-19 no puede volver a la arena política", sostuvo, y zapateó con fuerza contra el piso, como lo haría si estuviera marchando en medio de la tropa. En esas, entró a la sala un hombre y lo saludó: ¿Qué más, mi comandante? Zapata le sonrió y lo señaló como uno de los "valientes" que estuvieron en la toma de la semana pasada. Entonces, orgulloso, el líder se puso a rememorarla.

A las 5 de la mañana del 13 de febrero, aprovechando lo que quedaba de la oscuridad de la madrugada, alrededor de 40 personas se reunieron frente a un edificio abandonado en la esquina de la avenida Caracas con calle 22. Un muro de tres metros, coronado con alambre de púas, los separaba del interior. Uno de los asistentes a la "toma" calificó lo que hicieron a continuación como una "operación de descenso", sacada de la instrucción militar que Zapata recibió durante su militancia. Lanzaron cuerdas, treparon el muro y saltaron a un parqueadero. Ya desde adentro le abrieron la puerta al resto de manifestantes. 

Se dispersaron por el edificio de seis pisos y en una de sus ventanas rotas izaron una bandera del M-19. Entonces sonaron las alarmas. En cuestión de minutos, la Policía había concretado la retoma del sitio. Concentraron a los manifestantes en el parqueadero y hacia las 8:00 a. m. ya los superaban en número. Afuera, 20 personas, en una extensión de lo que pasaba adentro, protestaban exigiendo vivienda digna en nombre de la Constitución de 1991. Una mujer estaba arropada con la bandera de franjas azules, blancas y rojas de esa guerrilla, la misma de cuyo proceso de desarme se derivó la creación de esa Carta Política.

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Al mediodía, ocho horas después del comienzo de la toma y luego de dialogar con representantes del Distrito y de la Defensoría del Pueblo, policías antimotines entraron a la edificación y sacaron a los manifestantes. Fue un momento tenso. Los montaron en un camión que se enrutó hacia la UPJ de Puente Aranda, en cuyos calabozos pasaron la noche. Zapata fue el último en subirse al camión, lo hizo mientras lanzaba consignas del M-19. Su pequeña multitud le respondió con una aplauso. 

Tras esa efímera operación sintió que habían dado un golpe de opinión y que era tiempo de refundar el movimiento político y, de paso, construir un par de municipios para los militantes. "Los invito a que creemos nuestros pueblos, a uno le ponemos Carlos Pizarro y a otro, Jaime Bateman". Aseguró que ya tiene la tierra, que palabreó 600 hectáreas entre Caquetá y Meta con un par de víctimas del conflicto que están dispuestos a donarlas. Zapata les hizo la promesa a los presentes de que construirán los poblados con casas grandes en las que tendrán gallinas, ganado y cultivos. La gente, la mayoría desplazados, se emocionó con sus palabras. Incluso hablaron de una avanzada que en dos semanas partiría hacia esos terrenos para lotearlos y poner a punto las vías. Zapata les dijo que a esa reunión llegarían los generosos dueños de la tierra, pero cayó la noche y nunca aparecieron.

Mientras Zapata daba su discurso, Jorge Mejía, su Sancho Panza, escudero de sus quijotadas, vigilaba la puerta. Se conocieron en 1995, en Cali. Zapata estaba en una plaza hablándoles de la revolución a unos cuantos jóvenes cuando pasó Mejía, lo oyó y se enganchó con su discurso. Anduvieron por el Valle y Quindío y se reencontraron en octubre pasado, cuando Zapata llegó a Bogotá, la ciudad perfecta para sus planes, porque "aquí aún recuerdan al M". 

Desde cuando se volvieron a ver no se despegan. Duermen bajo el mismo techo, donde cualquier "compañero" les dé posada. Organizan reuniones por toda la ciudad y van a Corabastos, antiguo fortín del M-19, a recoger mercado para ellos y sus seguidores. Todo hace parte, asegura Zapata, de un trabajo político que le viene de sangre. Dice que su padre, Elías Moisés Zapata, anduvo a mediados del siglo XX con bandoleros como "Chispas" y Pedro Antonio Marín cuando todavía no era conocido como "Tirofijo". Y que en esas correrías de guerra, su papá terminó en el M-19 y, por eso, en 1976 nació en el seno de la guerrilla, donde dice haber estado hasta su desarme, en 1990, cuando él tenía 14 años. Incluso rememora el campamento en Santo Domingo, Cauca, donde Carlos Pizarro concentró a sus hombres para su acuartelamiento final. 

Pasaron las tres horas de discurso en las que no tomó ni una gota de agua. Para entonces, algunos de sus seguidores habían hecho siesta, otros habían grabado sus palabras y otros le habían tomado fotos. Llegó el momento de formar la junta directiva del M-19. Zapata esgrimió una resolución del Consejo Nacional Electoral con la que, les dijo a todos, se les reconoce como movimiento. Realmente era un documento que explica el proceso necesario para conformar un partido político. 

Zapata preguntó: "¿Quién quiere postularse para ser director del Movimiento Político M-19?". Todos gritan al unísono: "¡Usted!" Y Zapata sonrió complacido y le dictó a la redactora del acta. Ponga ahí: "elegido por unanimidad".  En este punto, era difícil entender por qué hay quienes tienen fe en su discurso grandilocuente y descabellado. Pero al indagar entre las historias de los seguidores de Zapata apareció una posible respuesta: todos son muy pobres y la mayoría desplazados. Son desesperanzados. Les queda entonces aferrarse al delirio.

Zapata, quien asegura que pondrá el próximo presidente y al menos 30 congresistas en las próximas elecciones, dirigió sin mucho rigor la elección del resto de la supuesta junta directiva del M-19. Hacia las 8:00 p. m. terminó la jornada extendiendo una Biblia para tomarles juramento a sus ungidos. Hizo los votos en nombre de Dios y la Patria y, cuando terminó, la pequeña masa le correspondió con un aplauso al delirante Zapata.