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Gustavo Petro y Enrique Peñalosa están empatados en el primer lugar, pero también tienen la mayor desfavorabilidad. Por esto, mientras ellos ya parecen haber llegado a su techo, candidatos jóvenes como Carlos Fernando Galán y Gina Parody podrían crecer.

POLÍTICA

¿Experiencia o renovación?

Como van las cosas, la campaña por la Alcaldía de Bogotá se podría polarizar entre Gustavo Petro y Enrique Peñalosa, dos pesos pesados con una imagen negativa muy alta. El escenario perfecto para que se cuele un tercero.

9 de julio de 2011

La campaña electoral para la Alcaldía de Bogotá presenta una curiosa paradoja: la encabezan los dos candidatos que tienen la imagen negativa más alta. Enrique Peñalosa y Gustavo Petro se disputan la cabeza en tres listas aparentemente incompatibles: la de intención de voto, la de imagen desfavorable y la de por quién no votaría nunca el electorado.

Varias encuestas, con distinta metodología, coinciden en estos resultados. En la de Cifras y Conceptos, el negativo de Peñalosa y Petro es, respectivamente, de 47 y 39 por ciento, y en la pregunta de "¿por quién no votaría jamás?" obtuvieron un 18 y 16 por ciento cada uno. En intención de voto, ese estudio les concede 15,4 por ciento a Petro y 14,6 a Peñalosa. Otra encuesta, realizada por el Centro de Consultoría y publicada esta semana en CM&, le da el primer lugar a Peñalosa, con 20 por ciento, y el segundo a Petro, con 17. Es un hecho: son los punteros y están empatados, a pesar de ser los campeones en la desfavorabilidad.

¿Cómo se explica la contradicción si se supone que la gente vota por los candidatos que le gustan? La respuesta tiene que ver con el hecho de que dentro del amplio grupo de candidatos que han lanzado sus campañas de forma oficial, Peñalosa y Petro son los más conocidos. Tienen mucho pasado y no les da miedo defender posiciones que no son populares. Y eso les permite acumular a la vez altos odios y grandes apoyos. Esa situación les abre una oportunidad a las campañas de sus competidores más jóvenes: Carlos Fernando Galán, Gina Parody y David Luna. Uno de los axiomas más aceptados en materia de estrategia electoral es que la imagen negativa es un problema grave porque impone un techo después del cual es imposible seguir creciendo y, en cambio, el desconocimiento es una oportunidad porque permite subir en la medida en que el candidato logra mayores niveles de reconocimiento.

Según las encuestas, Galán y Parody -y en menor medida Luna- tienen cartas para apostarle a que los punteros se estancarán mientras que ellos pueden crecer. Galán ocupa un tercer lugar sólido en la encuesta de Cifras y Conceptos, con 10,7 por ciento, mientras que Parody tiene un lugar semejante en la del Centro de Consultoría, con 13 por ciento. Luna, en cambio, no se ha movido de los alrededores del 5 por ciento. Pero son aspirantes con un perfil que reúne alta simpatía entre las pocas personas que los conocen, y no tienen, en consecuencia, un límite muy visible. Los estrategas prefieren hacer campañas de este tipo, en las que pueden sumar con un discurso proactivo para dar a conocer al aspirante en vez de roer el duro hueso de imágenes negativas que se han enquistado con el paso de los años.

¿Lograrán Galán o Parody colarse por el medio de la disputa entre Peñalosa y Petro? Si el futuro de la campaña sigue el mismo ritmo de los últimos meses, habrá que esperar cambios, altibajos y sorpresas más que situaciones inmodificables. Pero mientras los candidatos jóvenes tratarán de convertirse en un tercero que crece, Petro y Peñalosa intentarán polarizar entre ellos y mostrarse como los únicos con posibilidades reales de ganar.

El gran reto de Gustavo Petro, para bajar la parte negativa de su imagen, es convencer al electorado de que la izquierda todavía puede gobernar sin caer en las malas prácticas que tienen sumida a la actual Alcaldía en altos niveles de desaprobación y en manos de una alcaldesa encargada mientras el titular está destituido. Petro hizo denuncias sobre el papel de la contratación y se retiró del Polo. ¿Bastarán estos movimientos para quitarse la responsabilidad de haber ayudado a la elección de Moreno? Y otra pregunta más compleja: ¿está superada la polarización en la que un sector amplio castiga su militancia del pasado en una izquierda más radical?

Los desafíos de Enrique Peñalosa para romper el techo que le ha impedido crecer en casi todas las elecciones en las que ha participado son de otra naturaleza, pero también muy complejos. La imagen del exalcalde se ha deteriorado desde que dejó el cargo, con altos niveles de aprobación. El discurso de sus opositores contra programas claves de su gobierno -TransMilenio en vez de metro, sobre todo- ha pegado y también lo han afectado sus erráticos movimientos políticos en los que pasó por el Partido Liberal, por el movimiento El País que Soñamos y por los verdes.

En esta campaña, Peñalosa se ha enredado en el manejo de la adhesión del expresidente Uribe. El Partido Verde se dividió y los posibles beneficios electorales -el endoso del uribismo de clase media- son a futuro, mientras los costos de imagen se han notado en el presente. Uribe no tiene en Bogotá la misma acogida que alcanza en otras regiones del país, y su apoyo se produjo en momentos en que a su popularidad le empiezan a salir grietas visibles -su imagen negativa ha subido en todas las encuestas- y cuando la agenda noticiosa está copada por los procesos judiciales contra varios de sus exfuncionarios en escándalos de corrupción.

Solo en los próximos meses se sabrá si las fisuras que se observan en las campañas de los dos favoritos, Peñalosa y Petro, son menores o si se convertirán en boquetes por los que se pueden colar Galán o Parody, que están en el tercer puesto. El primero de ellos, el concejal Carlos Fernando Galán, ha sido mencionado por encuestadores y por miembros de otras campañas como el mejor dotado para dar una sorpresa. El candidato de Cambio Radical cuenta con la simpatía que despierta su apellido en la ciudad: según César Caballero, todos los miembros de la familia del caudillo asesinado que han participado en política -Alfonso Valdivieso, el primo; Juan Manuel Galán, el hijo; Antonio Galán, el hermano, y el mismo Carlos Fernando en su campaña al Concejo- han contado con una base electoral significativa como cuota inicial. Galán acaba de lanzar una campaña publicitaria que evoca las de su padre y profundizará una estrategia que sigue parámetros, conceptos y equipos semejantes a los que utilizó Germán Vargas Lleras -el líder natural del partido- en la presidencial de 2010.

Por su parte, Gina Parody tiene características que caen bien en el electorado de opinión bogotano. Es independiente -se inscribirá por firmas- y tiene una preparación académica sólida. Su campaña, hasta el momento, se ha concentrado en presentar propuestas elaboradas y originales sobre diversos temas que no han tenido trascendencia pero que pueden ser una carta de presentación atractiva en la fase final, cuando haya mayor interés de los medios y de los ciudadanos en el debate. Su condición de mujer es un activo para un electorado que quiere cambios después del desastre de Samuel Moreno.

Según las encuestas, Galán y Parody tienen una oportunidad cierta de crecer. La pregunta es cuánto. ¿Les alcanzará el impulso para llegar al primer lugar o solo para convertirse en fenómenos importantes de cara al futuro? La mejor opción para una tercería sería una la unión de Parody, Luna o Galán o al menos de dos de esos tres. Pero en este momento ese escenario es poco probable. Aunque entre los tres hay afinidades ideológicas, generacionales y hasta de estilo, el problema es más de mecánica.

Combatir el desconocimiento del público es más factible que la tarea que tienen los punteros -cambiar la imagen negativa-, pero tampoco es fácil. Se requieren tiempo y recursos, y la falta de experiencia, cuando se trata de gobernar una ciudad en crisis como Bogotá, es un punto negativo. También habrá que ver qué pasa si Antanas Mockus se lanza, qué hará el Partido Conservador y si aparecerán nuevos candidatos.

Lo que no se puede descartar, por ahora, es que la campaña se defina por el dilema entre experiencia y renovación. La primera se busca cuando hay grandes problemas entre manos. Y la segunda, cuando hay inconformidad con la manera como se ha gobernado. Lo curioso es que en la Bogotá de 2011 hay ambas cosas a la vez.