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¿Feliz día?

El día del periodista se ha vuelto una fecha trágica. Una encuesta revela que los reporteros creen que en Colombia hay autocensura y miedo.

26 de febrero de 2002

En Colombia hace muchos años que el periodismo dejó de ser el mejor oficio del mundo y que los periodistas dejaron de celebrar con júbilo su día el 9 de febrero. Esa fecha se vistió de luto permanente por los más de 160 profesionales asesinados desde 1978 y se convirtió en la ocasión para recordar a los colegas asesinados, evocar a los exiliados y clamar por medidas de protección y seguridad para los que no tienen más opción que quedarse. Este lamento luctuoso no es exagerado. Basta con recordar que en los primeros 42 días del año fueron asesinados en Cali y Manizales, respectivamente, el reportero gráfico de El Caleño Marco Antonio Ayala y el subdirector de La Patria Orlando Sierra Hernández. A Ayala, fotógrafo de sociales y deportes, le dispararon seis tiros en la cabeza cuando se dirigía al laboratorio fotográfico. Sierra recibió un disparo en la cabeza y otro en el cuello frente a las instalaciones del periódico.

En el mismo lapso explotó un carrobomba cerca de las instalaciones del noticiero de televisión del Canal Caracol y Claudia Gurisatti, directora y conductora del programa La Noche de RCN, tuvo que volver a salir del país por problemas de seguridad relacionados con su trabajo. Por eso es apenas normal que la prensa sienta miedo, rabia e impotencia. La reacción inmediata y comprensible ante este fenómeno ha sido el silencio y la autocensura.

Instituciones como la Fundación para la Libertad de Prensa y su red de protección han hecho un esfuerzo grande por entrenar y proteger periodistas en alto riesgo y por denunciar los casos de abuso contra ellos. En varias ocasiones su gestión les ha salvado la vida a algunos comunicadores. Otras entidades, como el proyecto Antonio Nariño y Medios para la Paz, han contribuido a la formación de reporteros de guerra y a la reflexión sobre la importancia de una prensa libre en una democracia. No obstante estas iniciativas son todavía frágiles y falta mucho por hacer. Como lo registró un informe del año pasado sobre el caso colombiano de Reporteros sin Fronteras y el Instituto Prensa y Sociedad, los ataques a los periodistas se dan porque no hay “una organización fuerte de defensa de la libertad de prensa y de solidaridad profesional”.

Este año el Observatorio de Medios de la Universidad de la Sabana decidió tomarle el pulso a este tema con un sondeo nacional a 159 periodistas que cubren el conflicto armado en 30 ciudades. Los resultados son alentadores y preocupantes a la vez. Entre lo positivo hay que resaltar que los periodistas creen que los medios se autorregulan por responsabilidad profesional, que la existencia de códigos de ética dentro de cada uno de éstos ayuda a garantizar la libertad de prensa, que con una mejor preparación podrían ayudar a fortalecer una cultura del respeto a los derechos humanos y que lo que más les importa a la hora de realizar su trabajo son las víctimas civiles del conflicto.

Entre lo preocupante que revela el sondeo está que el 82 por ciento de los periodistas cree que los medios emiten informaciones sin confirmar como resultado del síndrome de la chiva y que el 52 por ciento piensa que dentro de su medio se aplica la autocensura, bien sea por intereses económicos o por compromisos políticos. Aunque en el gremio periodístico se acepta la autocensura como un mal menor, frente a un hecho tan contundente como perder la vida lo cierto es que el remedio no es tan inofensivo como parece. Al respecto el hoy alcalde Antanas Mockus escribió hace un tiempo en la revista Dinero que “si el propio periodista acepta modificar su comportamiento por presiones, se distorsiona la comunicación, se erosiona su credibilidad y sobre todo cunde la aceptación de una comunicación distorsionada”.

También es inquietante ver en el sondeo que las dos principales razones para no presentar una información o cambiar su contenido en el último año hayan sido las presiones de algún alto funcionario del gobierno y el temor a perder el puesto. César Mauricio Velásquez, decano de la facultad de comunicación social y periodismo de la Universidad de la Sabana, concluye de todo lo anterior que queda en evidencia “el deterioro de la libertad de información en Colombia en los últimos años, el surgimiento de nuevos enemigos de la misma, el miedo de los periodistas a ejercer la profesión y la necesidad de elevar la calidad de los medios para servir mejor al público”. Para apagar este incendio, detener esta degradación y, lo que es mejor, cambiar esta realidad, no hay que dejar de ser el periodista Clark Kent de siempre y volverse Superman.

Una fórmula simple y eficaz para invertir el orden actual de las cosas, ponerles una barrera a las coacciones y las amenazas, es organizar una sólida agremiación de periodistas. Esta solución la planteó la semana pasada durante su visita a Colombia un experto en supervivencia, el periodista Zlatko Dizdarevic, el hombre que durante ocho meses imprimió el periódico Oslobodenje (Liberación) en la sitiada ciudad de Sarajevo durante la guerra de Bosnia. Si a lo anterior se suma una solidaridad activa las cosas serán a otro precio. Prueba de esto es el caso que expuso el periodista Ignacio Gómez la semana pasada en la Universidad de Manizales en una conferencia sobre libertad de expresión. Contó que en 1978 un periodista que investigaba un caso de corrupción local fue asesinado en Atlanta. Es el único caso conocido en que un reportero estadounidense muere en forma violenta en ese país. Como respuesta a este hecho nació el Proyecto Atlanta, que reunió a periodistas investigativos de diferentes medios de comunicación con el único propósito de terminar el trabajo que le había costado la vida a su colega. Gómez se lamentó de que “acá no hemos aprendido a hacer eso (…) Siguen muriendo periodistas y nosotros no hemos aprendido a reaccionar rápidamente y en cadena”.

Estas propuestas son las que tienen más a la mano los periodistas y existen ya unas organizaciones incipientes que pueden ser fortalecidas con su concurso. Lo demás es que la justicia cumpla las sucesivas y repetidas recomendaciones que le han hecho organizaciones de libertad de expresión internacionales: que acabe con la impunidad en los casos de los crímenes de los reporteros y que los autores intelectuales sean condenados. El gobierno ha creado un Programa de Protección a Periodistas que requiere mayores recursos y mayor capacidad de presión para exigir resultados en las investigaciones de atentados contra ellos. No porque estos profesionales tengan corona o merezcan un trato diferente al del resto de la sociedad, simplemente porque cumplen una labor muy importante: la de ser testigos privilegiados de la realidad, la de poder decirle a la gente lo que realmente le está pasando. La prensa libre es la vacuna que tiene la gente corriente contra la manipulación de la información por parte de los poderosos. Que los periodistas se autocensuren para sobrevivir, como parece ser lo que está sucediendo en Colombia, es un síntoma preocupante de lo herida que está la democracia. En las palabras de Dizdarevic en la Biblioteca Luis Angel Arango, “cuando se calla la verdad, este hecho se convierte en un bumerán que se devuelve contra el periodista, contra el oficio, contra el ambiente cultural de una sociedad”. Por eso es tan importante lograr que el periodismo vuelva a ser el mejor oficio del mundo.



La libertad de Prensa y la ética profesional en el cubrimiento del conflicto, visto por los periodistas en Colombia. Universidad de la Sabana