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| Foto: Ana Vallejo

ENTREVISTA

“No estamos condenados ni a la guerra ni a la violencia”: Fernán González

El jesuita, uno de los historiadores y politólogos más respetados del país, habló de su nuevo libro y del proceso de paz.

29 de agosto de 2015

Semana: Su nuevo libro, ‘Poder y violencia en Colombia’, acabó de ser declarado fuera de concurso por el premio Alejandro Ángel Escobar. ¿Esperaba semejante reconocimiento?

Fernán González S.J.: Me cogió por sorpresa, pues es la primera vez que este premio declara una investigación fuera de concurso y eso es todo un honor para mí.

Semana: Si se ha escrito tanto sobre la violencia, ¿qué tiene de novedoso?


F.G.:
La visión distinta que muestra de la violencia política y social. Tradicionalmente este fenómeno se tiende a ver en términos maniqueos, de buenos y malos, rojo y azul, blanco o negro. En cambio nosotros, el grupo de investigación del Cinep, hemos tratado de mostrar cómo en el proceso de formación del Estado y la sociedad colombiana se crearon unos escenarios muy propicios para la violencia. Tratamos de entender qué fue lo que pasó, sin juicios morales.

Semana: Algo difícil de hacer en un país tan polarizado.

F.G.: Normalmente la violencia se ha estudiado de dos maneras: una, que considera que se debe a causas objetivas, como la pobreza, la desigualdad, el problema de la tierra… y otra, que cree que parte de un problema de voluntad, es decir, que se da por motivos o intereses personales. Nosotros decimos que para entender la violencia que ha asolado a Colombia es necesario mezclar ambas cosas y mirarla desde una perspectiva histórica.

Semana: ¿Cómo empezaron a estudiar la violencia y qué descubrieron?

F.G.: Desde los años ochenta comenzamos a estudiar la geografía de la violencia, a ubicar los lugares en donde ocurrían los hechos. Descubrimos que no era igual en todas las regiones, y que tenía que ver con el proceso de colonización campesina.

Semana: También se podría concluir que la violencia es mayor en regiones donde la presencia del Estado es débil.

F.G.: Esa afirmación no es del todo cierta. Nos dimos cuenta de que el Estado hace presencia de manera diferencial. Es decir, que en regiones como Bogotá tiene una presencia fuerte, en otras como Córdoba, Sucre, Cesar y La Guajira delegó sus funciones a las elites locales, y en otras, como las zonas de colonización, no hacía presencia y fue allí donde los grupos como las guerrillas llenaron ese vacío. Pero una menor presencia del Estado en una región no significa que esta sea más violenta porque poderes locales pueden evitarla. Un ejemplo es el de la costa Caribe la Violencia de los cincuenta, allí la presencia del Estado fue débil pero las elites locales lograron mantener al margen este fenómeno.

Semana: Es decir, ¿no ha habido Estado o ha sido fallido en algunos momentos?

F.G.: El Estado fallido fue un concepto inventado por Naciones Unidas para explicar por qué las reformas no funcionaron en África, algo que algunos científicos sociales trataron de aplicar en América Latina, especialmente en Colombia en los años noventa cuando se dijo que el Estado no era capaz de controlar todo su territorio. En contra de esta interpretación, creemos que el Estado colombiano tiene una presencia diferenciada regionalmente.

Semana: Entonces si no somos un Estado fallido ¿cómo se explica la violencia de las últimas décadas?

F.G.:
Junto a la falta de resolución de los conflictos sociales, el recrudecimiento de la violencia de los ochenta tiene que ver con la expansión de la guerrilla de las zonas periféricas del sur, donde nació, hacia las regiones más centrales y el Caribe, donde había más Estado o eran controladas por gamonales locales. Las elites, temerosas de perder su poder y con suficientes dineros para financiar una guerra, armaron ejércitos privados, primero para frenar la guerrilla, y después para confrontarlas en sus zonas de dominio natural. Ese choque de fuerzas, alimentado también por el narcotráfico, produjo en buena medida la violencia que todos conocemos.

Semana: ¿Y usted cómo entiende a las Farc?

F.G.: De dos formas. En las zonas de colonización campesina como Huila, Caquetá y Putumayo se comportan como un actor social y una autoridad natural. En cambio, cuando se trasladaron a otras zonas, como el Andén Pacífico nariñense en las que no tienen ninguna base social, se comportan como un actor militar, un ejército de invasión que trata de dominar las estructuras sociales existentes. Eso explica, por ejemplo, la reciente muerte del líder afro Genaro García.

Semana: Y usted ¿cómo ve el proceso de paz en La Habana?

F.G.: Hay que entender que allá se está llevando un diálogo para lograr un cese al fuego entre actores armados, punto. Allá no se va a resolver la pobreza, la desigualdad o la violencia en las ciudades. La firma de la paz no va a desaparecer, por arte de magia, todos los problemas. Por el contrario, lo más probable es que los conflictos sociales, represados o silenciados por la guerra, resurjan.

Semana: ¿En La Habana se está entregando al país?

F.G.:
No, se han negociado hasta ahora cosas que el país debería haber solucionado con o sin las Farc. Coja el punto del agro para que vea cómo las Farc pasaron de una posición radical a una más moderada. De hecho, creo que era más revolucionaria la reforma de Lleras Restrepo que lo que se acordó en La Habana.

Semana: Pero muchos creen que al final de Uribe estaban arrinconados, prácticamente derrotados.

F.G.: Eso nunca fue del todo así. Lo que hizo Uribe fue devolver a la guerrilla a su estado original, a las zonas periféricas. Pero siendo más exactos, el éxito militar comenzó al final del gobierno Pastrana y con el general Mora, quien hizo la reingeniería del Ejército.

Semana: ¿Por qué la gente odia tanto a las Farc?

F.G.: ¿Qué tipo de gente? Hay que diferenciar. Las personas de las grandes ciudades son muy distintas de los campesinos de las zonas como el Caguán o La Macarena. El problema es que Colombia es una sociedad urbana, en la que hay una incomprensión del problema campesino, y las Farc hacen parte de ese problema.

Semana: ¿Lo de La Habana se va a firmar?

F.G.: Yo creo que sí, y no va a ser tan bueno como unos piensan ni tan malo como otros creen. El problema es cómo se va a llevar lo acordado a las regiones. Es necesario firmar la paz para que haya un cese al fuego que permita tramitar los conflictos sin balas, y luego crear las condiciones para políticamente ir arreglando los problemas sociales.

Semana: ¿Cómo cree que será la participación política de las Farc?

F.G.:
Creo que sus planes están más en participar en la política local que en la nacional. Sin embargo, una de las preocupaciones que algunos tenemos es que van a tener menos fuerza política de las que ellos creen. Muchas organizaciones sociales o de izquierda, que hoy apoyan el proceso, las van a abandonar o van a hacerle oposición, simplemente porque las odian. El problema es que si fracasan políticamente pueden volver al monte o quien sabe a qué.

Semana: ¿Qué le preocupa del país?

F.G.:
Me preocupa la polarización. Es decir, la concepción de la política como un enfrentamiento entre enemigos. La lucha política nunca es entre enemigos sino entre adversarios con discrepancias, porque acá se busca eliminar al enemigo.

Semana: ¿Somos un país violento o somos genéticamente violentos?

F.G.: Esas afirmaciones no me gustan. Todos los países, en algún momento, han sido violentos, y otros no. Hay que entender la violencia dentro de un proceso histórico. Es decir, no estamos condenados ni a la guerra ni a la violencia.