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Fanny Mikey La sorpresiva muerte de la fundadora y alma del festival abrió la caja de pandora : todos creen ser los exclusivos intérpretes de la última la voluntad de Fanny , para justificar sus ansias de poder

POLÉMICA

¿Final feliz?

Después de meses de intrigas y tejemanejes, el papel que tenía Fanny Mikey quedó repartido en dos cargos: director del Teatro y directora del Festival. Muchos vaticinan una pugna de poder.

7 de marzo de 2009

Debieron pasar seis meses de la muerte de Fanny Mikey para poner la casa en orden en el Teatro Nacional y el Festival Iberoamericano de Teatro. Quizá como dice Juan Camilo Sierra, miembro de la junta directiva del Teatro Nacional, "no hubo tiempo para el duelo". El que dejó una mujer que, para todos los implicados en esta historia, era una fuerza de la naturaleza genial e irreemplazable.

Cuando murió Fanny muchos se preguntaron quién podría ocupar su lugar al frente de la dirección ejecutiva tanto del Teatro como del Festival, pues esa era la lógica con la que durante 20 años había funcionado el esquema empresarial trazado por ella misma. En ese momento apareció el nombre del ex ministro de Cultura Ramiro Osorio, ante el cual hubo consenso. Así, en noviembre del año pasado, el asunto parecía zanjado. Sin embargo, esa decisión se ventiló en medios antes de que Osorio hubiera aceptado plenamente y ahí, para muchos de los consultados por SEMANA, comenzaron los problemas. Osorio no aceptó finalmente ser el sucesor de Fanny y, como ocurre en las historias de la realeza, una vez muerto el rey, muchos quisieron intrigar para ocupar el trono.

Nombres como el de Miguel Durán y Ángela Montoya sonaron con insistencia. Esta no aceptó cuando supo que se dividiría el cargo que ocupaba Fanny en dos, y que ella sería la nueva directora del Teatro Nacional, pero no del Festival Iberoamericano. Y declinó el ofrecimiento con el argumento de que "la dirección del Teatro Nacional y del Festival Iberoamericano de Teatro deberían quedar en cabeza de una misma persona, con el propósito de garantizar un manejo eficiente y armónico de estas dos entidades". Esto tenía sentido en la medida en que, en vida de Fanny, el Festival fue una especie de hijo del Teatro Nacional. Como lo explica Sierra "el Teatro funciona con un personal que durante los 24 meses que dura la organización del Festival se pone al servicio de éste. Y a medida que se acerca la fecha de realización va creciendo en personal, pero sólo temporalmente". La lógica indicaba que las cosas siguieran funcionando de la misma manera pero, según una fuente consultada por SEMANA "al morir Fanny, las juntas comenzaron a actuar como pequeñas reuniones que querían tomar decisiones personales en vez de institucionales". Su legado estaba en riesgo.

El nombre de Ana Marta de Pizarro, quien fue considerada en vida de Fanny Mikey como su escudera, dividió a las juntas. En la del Teatro, conformada por Juan Camilo Sierra, William Cruz, Jaime Castro, Luis Guillermo Soto y Gustavo Vasco, su nombre no fue siquiera considerado. En la del Iberoamericano, en la que repiten Vasco, Soto, Cruz, y Castro además de Ana Milena Muñoz de Gaviria, Jorge Alí Triana y Juan Antonio Pungilupi, se nombró a Ana Marta como nueva directora del Festival. Muchos creyeron que con esa decisión había pasado la tormenta. Columnistas, personajes de la cultura y hasta el alcalde Samuel Moreno, que en una carta abierta apoyó a Pizarro, aplaudieron la decisión. Pero estaban equivocados. A los pocos días se oía en los corrillos que el voto del suplente designado por Jorge Alí Triana había sido impugnado. Ana Marta de Pizarro era legalmente la nueva directora del Festival, pero no se podría posesionar. No le habían hecho, por otro lado, una oferta económica y no había firmado ningún documento.

Días después se supo que Jaime Castro y Luis Guillermo Soto, dos de los tres miembros más antiguos de ese comité, habían renunciado después de la elección de Ana Marta de Pizarro. Aún no queda claro, sin embargo, por qué durante el mes que transcurrió desde las renuncias, ellos seguían presentes en las reuniones ni por qué el pasado 4 de marzo, Jaime Castro tuvo voz y voto en la elección del nuevo director del Teatro, que quedó en manos del banquero Luis Guillermo Soto.

¿Era válido, entonces, que miembros que renunciaron participaran de la elección? Si en un momento se puso en duda la posesión de Ana Marta de Pizarro por ser el voto decisivo el de un suplente, ¿no sería justo preguntarse lo mismo en este caso, cuando el voto decisivo fue el de un antiguo miembro de la junta, aunque al parecer su renuncia no había sido oficial?

La gota que rebosó la copa, sin embargo, ocurrió el pasado miércoles cuando se supo que el nuevo director de la Fundación del Teatro sería Luis Guillermo Soto, una de las tres personas que votó en contra de Ana Marta de Pizarro. Al día siguiente, La W dijo que tras la elección, Ana Marta no se posesionaría, hecho que ella desmintió a SEMANA el pasado jueves. "Mi decisión está tomada. Pero yo necesito condiciones que no comprometan mi independencia".

Lo que queda claro hasta aquí es que el Festival ha sido tratado como un asunto personal y no se le ha dado la seriedad que amerita un evento que ya es patrimonio de la ciudad. No está de más recordar que no sólo las directivas han hecho del Festival lo que es, sino la participación entusiasta del público bogotano.

Los poderes están repartidos. Soto, a quien apoya el equipo técnico del festival, fizcalizará la gestión de Ana Marta de Pizarro, a quien apoyan los medios y los artistas.

Queda la pregunta de si esta historia de intrigas tendrá un final feliz, y si podrán armonizarse las relaciones , cuando ni Vasco ni Soto confían en las capacidades de Ana Marta de Pizarro, ni ella cree que ellos estén actuando de buena voluntad.