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Fuera de foco

Una película francesa sobre el mundo del sicariato de Medellín produce un escándalo cinematográfico sin precedentes.

6 de noviembre de 2000

Pocas veces una película ha generado tanto escándalo sin ser vista. La Virgen de los sicarios, que apenas se estrenará en noviembre, ya fue objeto de un editorial de la revista Diners, de un programa de La Noche, de Claudia Gurisatti, y de una gritería al aire, en La FM, de Julio Sánchez Cristo.

El origen de la controversia fue un editorial de Germán Santamaría en la revista Diners, en el cual pidió que la película fuera prohibida en el país y, si esto no es posible, “saboteada”.

¿Qué puede haber llevado a un periodista reconocido a semejante llamado a la censura? Según él, la repugnancia que le causa ver a su patria degradada por cuenta del resentimiento de un escritor homosexual frustrado. En el editorial en cuestión Santamaría afirma que: “No se asume como una obra de ficción, pues es el deambular por la ciudad de un escritor llamado igualmente Fernando Vallejo, autor de la novela y guionista de la película, acompañado por dos sicarios. Se acuestan, se matan, matan y reducen a Simón Bolívar, al Papa, a los últimos presidentes de Colombia, a todos los antioqueños, a los colombianos en general y, por supuesto, a Dios, en una manada de …”.

Si quedaba algún interrogante sobre el significado de los puntos suspensivos, quedó totalmente despejado el viernes pasado cuando, en una entrevista radial en La FM, Fernando Vallejo dijo al aire que el actual Presidente de la República era un h.p. que debería ser eliminado por haber entregado el país a la guerrilla.

Esta afirmación causó una conmoción en la cabina que prácticamente llevó a que se censurara la entrevista de un tajo. Para todos los que escucharon a Vallejo quedó claro que se trata de un personaje bastante extravagante cuyo radicalismo siempre causa polémica. Como el mismo Santamaría recordó en su editorial, en el reciente encuentro de escritores internacionales, que tuvo lugar en Bogotá hace pocas semanas, Vallejo pronunció un discurso en el cual les exigió a todos los colombianos que abandonaran su país y les pidió que no se reprodujeran más, con el argumento de que la vida no tiene justificación pues hay sólo tristeza, vejez y muerte.

¿Pero qué es lo que contiene finalmente la película para haber generado semejante tormenta? En primer lugar es necesario aclarar que se trata de la adaptación para cine de una novela de Vallejo bastante conocida: La Virgen de los sicarios. La obra es una especie de autobiografía del autor, quien es un escritor antioqueño que se ausentó de Medellín durante más de 20 años, y quien descubre, a su regreso, la tenebrosa cultura de los sicarios, alrededor de la cual gira toda la obra.

Vallejo es abiertamente homosexual y este es un elemento indispensable de su novela y de la película. En ésta conoce y se enamora de un sicario de nombre Alexis, de 16 años de edad, con el cual vive un apasionado y tormentoso romance que termina trágicamente. Durante una hora y 45 minutos los protagonistas de la pe-

lícula, Fernando y Alexis, pasean por Medellín, alternando permanentemente entre iglesias y asesinatos. La mayoría de éstas corren por cuenta de Alexis, quien le dispara sin inmutarse a todo el que por cualquier circunstancia se cruza en su camino o en el de Fernando.

La temática central de la cinta es muy sencilla: en Colombia la muerte en forma violenta es considerada una muerte natural. Barbet Schroeder, el director francoiraní, por una de esas coincidencias de la vida creció en Colombia, donde su padre trabajó durante algunos años. Por lo tanto la película no sólo tiene algo de autobiográfica para el guionista sino también para el director. Este vivió, entre otros episodios de infancia, el 9 de abril, que según afirma lo marcó de por vida.

Era un niño de 7 años cuando miró desde su ventana los saqueos del centro de Bogotá en esa trágica fecha. Le llamó la atención ver a seis hombres cargando una enorme nevera que se estaban robando, bajo las órdenes de un personaje que tenía un pañuelo rojo amarrado en la cabeza y un machete en la mano. Según le ha contado a los periódicos europeos en las entrevistas que ha dado en estos días, uno de los seis hombres que cargaba la nevera se cansó y protestó ante el del machete. La respuesta de éste fue un golpe certero con el cual lo decapitó. La cabeza cayó al suelo mientras el cuerpo acéfalo permaneció durante varios segundos de pie sosteniendo el refrigerador.

Esta inverosímil historia despertará el escepticismo de muchos colombianos. Sin embargo muestra, por decir lo menos, una afinidad entre Schroerder y Vallejo en cuanto a la forma como ven la violencia en Colombia. Por eso algunas escenas de la película dejarán frío a más de un asistente.

Pero más allá del grado de violencia explícita que muestra la cinta, su proyección plantea varios debates que van al fondo del papel del séptimo arte en una sociedad en conflicto como la colombiana. Por ejemplo, con su prohibición, hasta dónde se pretende tapar el sol con las manos de una realidad sangrienta y cotidiana que muchas veces desborda la ficción. Y hasta dónde pe-

lículas que destilan muerte por todos los poros, como La Virgen de los sicarios, son una forma perversa de estereotipar en el cajón de ‘asesinos’ a una sociedad en la que la mayoría de la población lo único que trata es de salir adelante en medio del fuego cruzado de los violentos. Otro debate que ha suscitado esta película es el de la libertad de expresión, y en ese ruedo el periodista Santamaría se equivoca al pedir que se censure el largometraje. Los colombianos tienen derecho a ver las distintas interpretaciones artísticas que se tejen sobre su realidad, así sean crudas y no gusten en ciertos sectores. Por eso el debate no es si se debe o no censurar la película sino la clase de cine que los directores le deberían ofrecer a una sociedad angustiada y que no le gusta mirarse en el espejo. ¿Dónde están las películas —nacionales o extranjeras— que dibujan al colombiano medio que desafía la adversidad? El país necesita menos historias de quien aprieta el gatillo y más de quien quiere vivir.

El llamado de Santamaría seguramente fracasará y, por el contrario, el escándalo hará que aumenten la curiosidad y la taquilla. En todo caso en dos meses los colombianos podrán juzgar quién tiene la razón: si los productores, que creen que han elaborado una radiografía de la violencia colombiana o Germán Santamaría, quien considera que han hecho una caricatura amarillista que constituye una falta de respeto con el país.