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GABO NOBEL

31 de enero de 1983

Todos los años se repite la misma historia en las salas de redacción. Forma parte ya de un ritual periodístico. Los archivos se convierten en las más preciadas fuentes de información. Es la época de los balances de fin de año. Hay que seleccionar los hechos y personajes que han hecho noticia en 365 días. Es necesario escribir resúmenes, hacer recuentos y, sobre todo, hay que escoger el personaJe del año.
En 1982, como sucede casi siempre en los concursos de belleza, la decisión final fue muy difícil. Dos figuras se disputaban el primer lugar con sobrados méritos cada una: el presidente Betancur y García Márquez. Daniel Samper, con el ingenio y humor que lo caracterizan, propuso la solución salomónica: "El personaje del año es Beligabo o Gabosario, como lo prefieran". E indudablemente dio en el clavo. Aunque B.B. es el colombiano que, hoy por hoy, goza de la mayor popularidad y el mayor prestigio político en el país, también es cierto que García Márquez, al ganar el Nobel, obtuvo la consagración simbólica que ya millones de lectores en 32 idiomas diferentes le habían dado con la lectura de sus cuentos y novelas.
Vestido de inmaculado liquiliqui blanco --según él el traje que usaban su abuelo y los grandes patriarcas y generales del Caribe--, no pudo ocultar la emoción que lo embargaba.
Había olvidado ya que un día había dicho que el Nobel era una "monumental lagartería". Y con parsimonia, los ojos brillantes, en medio del círculo reservado a unos pocos elegidos, escuchó la más prolongada y cálida ovación que haya recibido Nobel alguno.
A pesar de la polémica desatada entre los corronchos y los anti-corronchos, la euforia del trópico que hábilmente había hecho colar en la helada Estocolmo estaba allí. Y estaba en su mujer, la hija del boticario, y en su hijo y en sus contertulios de "La Cueva" de Barranquilla, en las flores amarillas que agredían el negro de los "fracs" acartonados de sus amigos de siempre y en la música que, contenida aún, lo esperaba en el banquete de 700 invitados.
Con Gabo, Macondo invadió la sala, como había invadido para siempre la mente de millones de lectores. Entonces, ceremoniosamente, giró sobre sus pies e hizo una discreta venia hacia el lugar que ocupaban los reyes y luego hacia el palco de los invitados de honor. Lo hizo lentamente como queriendo detener el tiempo. Entonces, seguramente, recordó de un solo golpe los tiempos remotos de su infancia.
Probablemente tuvo la visión de su abuela, esa viejita menuda y cenicienta, siempre de luto, que nutrió su imaginación con historias de duendes y fantasmas, con mitos y leyendas. La recordó, sin duda alguna, como su plataforma de lanzamiento. Por ella cayó en la trampa de escribir. Gracias a la materia prima de la que lo nutrió, García Márquez pudo "edificar" a Macondo y convertirlo en la metáfora de América. Porque como él mismo lo dijera alguna vez "la realidad, tarde o temprano, termina por darle la razón a la imaginación ".
Pero esa América, que en su novela más importante había sido condenada a una inapelable soledad, había sido presentada en el discurso ante la Academia Sueca, como el continente que busca una salida de su aislamiento histórico, de ese subdesarrollo que se manifiesta en el analfabetismo, la desnutrición, la persecución política...: "Nos sentimos con el derecho a creer que todavía no es demasiado tarde para emprender (...) una nueva y arrasadora utopía de la vida (...) donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra ".
García Márquez partió en dos la historia del Nobel. No sólo convirtió un formulismo académico en un discreto pero contundente acto político, sino que, tímido confeso, no quiso estar solo y convirtió la entrega del premio en una gran fiesta folclórica. La soledad del escritor, adobada con la fama ganada, no lo habían preparado para el Nobel. Por éso llamó a sus amigos y pidió al gobierno colombiano que no lo abandonara, que mandara grupos folclóricos representativos. Y lo que muchos pensaron que sería el oso más grande de la historia colombiana, se convirtió en la más auténtica muestra de identidad latinoamericana. Una vez más, la flor amarilla había ahuyentado esa "pava" a la que tanto teme el Nobel Gabo.
Y ese prestidigitador de imágenes y de palabras que ha desatado una gabomanía y una gabolatría incontenibles, logró poner de moda, si no el vestido, sí por lo menos la palabra liquiliqui. Su popularidad fue, en poco tiempo, inversamente proporcional al desprestigio de la palabra autopréstamo, otra de las palabras del año.
Todo había comenzado la noche del miércoles 20 de octubre cuando, desde Suecia, le fue comunicado a García Márquez que era el Nobel de Literatura número 79. Entonces, tal vez sintió miedo. Corrió a refugiarse en casa de su amigo Alvaro Mutis. Comprendió que el Nobel no lo hacía invulnerable. A partir de ese momento su vida no iba a ser la misma. A pesar de sí mismo. La avalancha de periodistas, de camarógrafos, de fotográfos frente a los cuales se siente a veces tan impotente era apenas la primera señal.
Siempre había querido ser lo que ahora es y aquello por lo cual ha sido consagrado, novelista. Partiéndose el alma, a trompadas con las palabras, imponiéndose una férrea disciplina, ha llegado a la cumbre. Pero quiere volver, como en un eterno retorno de lo mismo, a ser lo que era, periodista. Para no sentirse viejo.-