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| Foto: Revista Semana

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Uribe: ¡qué triunfo!

La derrota del Sí altera la ecuación de la política colombiana a favor del expresidente, pero deja sumido el país en la incertidumbre.

3 de octubre de 2016

En la historia reciente de Colombia ha habido pocas victorias políticas tan espectaculares como la que acaba de tener el expresidente Álvaro Uribe. Se decía que había cometido un error al escoger hacer una campaña por el No en lugar de haber optado por convocar a la abstención. Lo habían ridiculizado por su show con megáfono en las calles de Cartagena mientras 15 jefes de Estado, el secretario general de Naciones Unidas y otras personalidades de talla mundial homenajeaban al presidente Santos. Muchos comenzaron a especular sobre el futuro político que tendría después de la derrota. Pero ese entierro definitivamente resultó prematuro.

Contra todo pronóstico ganó el No. En teoría, Uribe comparte el triunfo con el expresidente Andrés Pastrana, el exprocurador Alejandro Ordóñez, Marta Lucía Ramírez, Jaime Castro y otros. Pero en la práctica la figura fortalecida con la derrota del acuerdo de La Habana es el hombre del Ubérrimo. El movimiento que inspiró derrotó a todo el Establecimiento. El hecho de que Uribe capitalice hoy esa votación no quiere decir que los votantes sean todos uribistas. Muchos votaron como un rechazo a las FARC y a los acuerdos, y otros lo hicieron para rechazar al gobierno de Santos.

En la lista de perdedores no sólo está el presidente Santos, sino los partidos de la coalición de gobierno, prácticamente todos los medios de comunicación, los encuestadores, el 90 % de los columnistas, la izquierda, la academia y toda la comunidad internacional.

Sorprendentemente no es la primera vez que Uribe derrota al Establecimiento. Lo había hecho cuando llegó a la Presidencia en el 2002 como un candidato independiente de las fuerzas políticas tradicionales. También lo hizo en la primera vuelta de la última elección presidencial, cuando Óscar Iván Zuluaga derrotó al presidente Santos. Pero nada se compara con el milagro político de este domingo.

Las claves de su victoria fueron dos: 1) Haber creado la impresión de que el acuerdo con las FARC se podía renegociar en mejores términos. 2) Haber logrado que la gente percibiera el acuerdo como de la izquierda. Ninguna de estas percepciones era totalmente realista, pero produjo esos dos efectos.

Los acuerdos podrían tener un margen de renegociación, pero muy probablemente no en el punto que más ha obsesionado a la opinión pública: el de la impunidad. Nadie en Colombia quiere volver a la guerra y las FARC han dejado claro que esa no es su intención, aun después de la derrota del Sí en el plebiscito. Pero así como están dispuestos a discutir alternativas, seguramente no lo estarán para terminar en la cárcel. Ese para ellos ha sido un tema inamovible. Por lo tanto los que votaron No para verlos en la cárcel muy posiblemente no tendrán esa satisfacción.

Otro éxito de Uribe en su cruzada contra las 297 páginas de La Habana es que la gente, en vez de percibir el acuerdo como nacional, lo percibió como de izquierda. Uribe no buscó eso explícitamente, pero el posicionamiento del Centro Democrático como un partido de derecha y el cuento del castro-chavismo pusieron al acuerdo en la otra orilla. La mayoría de los puntos de este no tenían por qué tener ese sesgo, pues eran sensatos, necesarios y previsibles para una negociación de esta naturaleza. En todos los acuerdos de paz hay cierto grado de impunidad, cierto grado de apoyo a los desmovilizados y definitivamente participación política, por definición el eje de estos procesos. El mismo expresidente Uribe había sido en el pasado el abanderado de los principales puntos que ahora critica. Los caballos de batalla del Centro Democrático fueron su oposición a que los guerrilleros no pagaran cárcel, a las diez curules aseguradas, a las reformas a la Constitución para garantizar la participación política y a los 623.000 pesos mensuales para los desmovilizados durante la transición.

Uribe, a lo largo de su carrera política, había liderado iniciativas muy similares en estos frentes. Promovió que los desmovilizados del M-19 no fueran a la cárcel, pidió públicamente reformar la Constitución para que los guerrilleros pudieran ir al Congreso y durante su gobierno se les dio más de un millón de pesos mensuales de hoy a los desmovilizados tanto de la guerrilla como de los paramilitares. Sin embargo, esa falta de coherencia no le quitó credibilidad a su discurso.

Ante un triunfo tan inesperado como el del domingo, Álvaro Uribe puede darse el lujo de ser magnánimo. Sus declaraciones esa noche fueron conciliatorias y constructivas. Quienes aseguraban que el triunfo del No era volver a la guerra han quedado desautorizados. El resultado del plebiscito ha creado una gran crisis política, pero se va a solucionar a las buenas. Todas las partes han dejado claro que la voluntad de paz se impone sobre cualquier otra consideración. Habrá debates sobre constituyentes y sobre delegación en el Congreso, pero no regreso al monte.

Sin embargo, el resultado del domingo constituye más un triunfo personal que uno para Colombia. Triunfo personal, porque cambia la ecuación política a favor de Álvaro Uribe y en contra de Juan Manuel Santos. Ese impacto se extenderá seguramente a la campaña presidencial del 2018, pues si Uribe era un David en este plebiscito, de la noche a la mañana pasó a ser un Goliat. Pero el país entra en un limbo que tendrá consecuencias económicas y probablemente de orden público. La debilidad política con que quedó el presidente complicará el trámite de la indispensable reforma tributaria. Muchas de las inversiones que hubieran entrado si ganaba el Sí, quedarán por ahora en el aire. El anunciado despegue económico que se anticipaba para comenzar a arreglar las finanzas del país no tendrá lugar por ahora y la crisis se podría profundizar.

Si algo queda claro es que hay más desconfianza, más incertidumbre y más polarización que antes. No es exagerado afirmar que este resultado es comparable al brexit por el cual Reino Unido decidió salir de la Unión Europea. Lo única sorpresa que le queda al mundo es que en noviembre gane Donald Trump.