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Gaviria se sacude

El director del Partido Liberal, César Gaviria, tomó distancia de Horacio Serpa y de Ernesto Samper por la resurrección del proceso 8.000. ¿Habrá tormenta?

17 de febrero de 2007

Como si se tratara de un alma en pena que busca encontrar el camino al descanso eterno, reapareció el proceso 8.000 y de nuevo le jaló los pies al Partido Liberal.

Los liberales aspiran a fortalecerse enarbolando las banderas de oposición, encabezados por el ex presidente César Gaviria como director único del partido, y promueven un proceso de renovación de sus figuras. Pero justo en este momento, el regreso del 8.000 se convierte en un profundo dilema que retiñe las dudas sobre dos de sus más importantes líderes de los últimos años: Ernesto Samper y Horacio Serpa.

Gaviria lo pensó y al final del viernes 16, luego de que la tormenta parecía amainar por los nuevos hechos de la para-política, redactó un mensaje en el que se abstiene de apoyar alguna de las versiones revividas sobre lo que pasó en la campaña de 1994. La voz cantante del Partido Liberal, con milimetría semántica pero con contundencia retórica, no interviene en el rifirrafe de acusaciones y defensas de los protagonistas del escándalo. De las palabras de Botero, dice que "no va a valorar la verosimilitud de sus afirmaciones"; y de las reacciones de Samper y Serpa sólo menciona que ellos "se han mantenido en sus versiones sobre lo que entonces aconteció y aluden a los fallos que los exoneraron".

Pero Gaviria marcó la distancia con un párrafo contundente que no deja dudas de que se vienen tormentas con rayos y centellas en el liberalismo: "Al Partido Liberal le hizo mucho daño el proceso 8.000. El liberalismo, en el proceso de depuración de sus costumbres políticas en el cual está comprometido, no puede salir en la defensa política de una interpretación que simplemente tenga como argumento los pronunciamientos judiciales de entonces". O sea que para Gaviria no es suficiente la verdad judicial, sino que señala una responsabilidad política.

La noche del martes 14 de febrero, con las declaraciones del ex ministro Fernando Botero, los liberales sintieron el escalofrío del pasado en presente. De inmediato sobre el trapo rojo se posó el peso del elefante de esa alianza con el narcotráfico que marcó trágicamente el último gobierno de ese partido y que lo llevó a un desprestigio del cual no se repone.

De un momento a otro y sin que nadie lo esperara, el país revivió imágenes de hace 12 años protagonizadas por los mismos políticos de entonces, interrogados sobre los mismos asuntos, cuyas respuestas dejaron en esencia las mismas dudas que siempre han existido y que son la razón central de que las heridas no sanen.

Ernesto Samper, el ex presidente del escándalo, sigue vigente en la vida política nacional. Tiene una vocería pública en el tema del acuerdo humanitario y se sabe que en las altas esferas del Estado colombiano aún hay cuotas samperistas. El ex presidente tomó distancia del Partido Liberal, se acercó más al uribismo y estuvo nombrado embajador en Francia. Nombramiento que el mismo fantasma del 8.000 le quitó de las manos. No es un secreto que el país ve en él representado el paso rampante de la impunidad. Pero también es cierto que tiene en sus manos un fallo que lo absuelve.

Y Horacio Serpa fue candidato liberal en las tres últimas elecciones presidenciales y tres veces fue derrotado. Es símbolo por haber sido el más férreo defensor del presidente Samper y carga con otra cruz que él mismo se impuso por sus vaivenes entre la oposición y el gobierno. Pero, a su vez, Serpa es el líder liberal más identificado por la opinión, el más seguido y el más votado. Su capital político incluso le permitió lanzarse de nuevo a una especie de suicidio político en la pasada contienda presidencial.

"Quienes resulten comprometidos en el proceso 8.000 deben dejarnos el campo libre para reconstruir el Partido Liberal", dijo el ex senador Andrés González. "No voy a salir a defender a Serpa y a Samper por estar en el 8.000, motivo por el cual en su momento me retiré del partido",aseguró el ex precandidato Rafael Pardo. Dos pronunciamientos que no dejan dudas de que en el liberalismo se inició una etapa que pretende empezar a expiar ese capítulo del pasado que no le ha permitido volver a ser una opción de poder.