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Germán Vargas Lleras | Foto: Alejandro Acosta

PERFIL

Vargas Lleras, el motor de la infraestructura

¿Cómo ha hecho el vicepresidente de Colombia para poner a marchar las obras anunciadas? ¿Qué va a pasar en enero próximo en Bogotá?

Armando Neira
2 de diciembre de 2015

A las 11 y 35 de la mañana del miércoles 11 de noviembre llegó el agua potable al municipio de Atrato (Chocó). Hasta ese momento, sus pobladores vivían en la más triste de las contradicciones: en los libros de geografía aparece como una envidiable potencia hídrica, pero ellos en su cotidianidad morían de sed.

Sus humildes casas están levantadas a orillas del río del mismo nombre, el más caudaloso del país; los niños prefieren jugar sin camisa por la eterna humedad que se pega a la piel y una lluvia fina cae mañana y tarde. Hay agua aquí y allá. Pero, ¿un vaso de agua para beber? “Eso no le importaba a ningún gobierno hasta ahora”, dice el alcalde, Juan Bejarano Martínez. Pero a esta hora, sin embargo, se muestra feliz. No quiere mirar al pasado sino sumarse al jolgorio.

Acaban de abrir el hidrante de la Planta de Tratamiento de Agua Potable (PTAP) recién terminada y que surtirá de agua a cada una de las viviendas de sus 3.014 habitantes. Hay música, danzas, cantos, es un festejo emotivo. El agua brota diáfana, fresca. El vicepresidente de la República, Germán Vargas Lleras, queda todo empapado. Toma una garrafa, la llena y brinda con Martínez. Ambos se muestran radiantes.

En estos mismos días, en los que la humanidad ha visto imágenes aéreas, en alta definición, tomadas de Marte, como si estuviera a la vuelta de la esquina; en los que grandes almacenes promocionan la venta de drones cual juguetes y en los que la revista Science les da portada a robots que trabajan sin supervisión humana, aquí, en este punto, en mitad de una vegetación exuberante, la gente celebra porque se abre una llave y sale agua. “Estábamos muy atrasados”, dice Vargas Lleras. “En el último informe del Banco Mundial, Colombia ocupa el puesto 18 en materia de infraestructura, superando solo a Guyana, Honduras, Cuba y Haití”. ¿Por qué tanta desidia de los gobiernos anteriores en esta materia? “Hombre, responde él, yo no tengo tiempo de mirar atrás”.

Al que cumple, se le paga

La verdad pasa por dos razones: falta de voluntad política y eficiencia. Vargas Lleras anota que antes del gobierno Santos, el presupuesto para infraestructura no superaba el 1 por ciento del PIB. A eso se sumaban modalidades equivocadas de contratación, falta de diseños, de planeación y la costumbre de que cada contrato de obra pública se convertía en un pleito jurídico. De hecho, en algunas regiones se ironizaba con la afirmación de que varias empresas del sector tenían más abogados que ingenieros. Hoy, al contrario, se trabaja con cronogramas rigurosos. Al que no cumple no se le paga.

Y los recursos son astronómicos. En vías, aeropuertos y puertos se están invirtiendo 70 billones de pesos, eso es cinco veces lo que se gastó en la ampliación del Canal de Panamá, uno de los íconos de la infraestructura mundial. En el portafolio de obras hay de todo como en botica aunque se destacan las vías de cuarta generación, conocidas como 4G, que demandan 36 billones y con las que se espera de una vez por todas decirles adiós a caminos que parecen de herradura. La idea ahora son las dobles calzadas, los seis carriles.

Por eso, Vargas Lleras anda con el acelerador a fondo. Se encuentra una mañana en San Andrés, rodeado de un mar de siete colores, en la tarde, en el corazón de los vastos Llanos Orientales y en la noche en su amplia oficina hablando de cifras, cálculos estructurales, millones de metros cúbicos de tierra por remover. “Si uno no está encima de las cosas estas no se hacen”, dice. La firma de un contrato aquí, la revisión de otro allá, es una correría sin tregua.

De hecho, el vicepresidente vive de un lado para el otro en avión. Cada semana dedica seis días para viajar. De norte a sur. De oriente a occidente. “Soy un andariego”, anota. Y recuerda que eso es de siempre, pues desde muy joven empezó a trabajar en el Ministerio de Agricultura, del galanista Gabriel Rosas Vega, donde recorría trochas y caminos rurales. “No me puedo quedar quieto”, anota.

Mientras habla, saca papeles de un maletín en donde guarda varias libretas. Una de ellas es amarilla en la que figuran cientos de proyectos, hoy en construcción. Hay nombres lejanos, poéticos: carretera Puerta de Hierro - Palmar de Varela; tramo Mulaló - Loboguerrero; vía El Sisga - El Secreto; trayecto El Viajano - San Marcos, entre otros. ¿Se sabe usted todos los nombres? “Sí, claro”, responde. ¿Los memoriza? “Lo que pasa es que cuando uno ha estado en ellos en más de una ocasión se los aprende”, argumenta. Además, cuenta, que ese es su trabajo. “Hacer las cosas”. Pero, ¿con tantos frentes abiertos cómo no correr el riesgo de que muchos de ellos se queden en el papel? ¿Cómo se le ocurre?, levanta la voz. Entonces cuenta su método de trabajo.

¿Se hizo o no?

Cada lunes, muy temprano, sienta a todos los ministros y a los jefes de las entidades encargadas de los proyectos de infraestructura que pasan por las vías, acueductos, aeropuertos, alcantarillados y viviendas, principalmente, y uno a uno les va tomando la tarea. Él mismo marca con colores, como un semáforo, el estado de la tarea: verde porque va bien, rojo porque no. Y empieza la lista: ¿Esto se hizo o no se hizo?

Los funcionarios saben que no tienen posibilidades de argumentar un punto intermedio. “Es qué...”, “Lo que pasó...”, “... fue que...”. “No”, dice él cortante. “¿Se hizo o no se hizo?”. Si así fue, él le pone color verde, de lo contrario, va el rojo. “Tradicionalmente en el país, cuenta Vargas Lleras, había muchos funcionarios en el sector público que se les iba el día, los meses, los años, dando excusas, viendo pasar el tiempo sin que resolvieran los problemas. ¡Conmigo no!”.

La dinámica impuesta por él es replicada por su equipo, que le marcha como un relojito. El día de la inauguración del acueducto en el Atrato estaba junto a Vargas Lleras buena parte del gabinete: Natalia Abello, ministra de Transporte; Cecilia Álvarez-Correa, ministra de Comercio; David Luna, ministro de las TIC, y Mariana Garcés Córdoba, ministra de Cultura. Esa mañana, él se mostraba muy satisfecho por una noticia que llegaba a la misma hora desde Bogotá: el Ministerio de Vivienda, en cabeza de Luis Felipe Henao, uno de sus pupilos, ocupaba los lugares de privilegio en la evaluación de gestión realizada por la firma Cifras y Conceptos y en la de favorabilidad de la firma Gallup.

“¡Lo felicito!”, le dijo Vargas Lleras a Henao por teléfono. “Las cosas se han hecho bien y esto nos motiva a seguir llegando a zonas apartadas del país”, le respondió el ministro. Entonces el vicepresidente manifestó que estas valoraciones eran el reconocimiento al esfuerzo del gobierno Santos por llevar agua potable, alcantarillado y vivienda en los programas de Casa Gratis, Casa Ahorro, Mi Casa Ya. Siempre, dice él, para la población más vulnerable. De hecho, ese mismo día visitó el conjunto de la ciudadela MIA (Mestizos, Indígenas, Afrodescedientes) en Quibdó. Desde el aire, los edificios se levantan con sus bellos colores alrededor de jardines bien cuidados y una cancha de baloncesto.

En la Urbanización MIA se invirtieron 80.391 millones de pesos para construir viviendas de 45 metros cuadrados tipo apartamento, canchas polideportivas de uso común, zonas de juegos infantiles y un salón múltiple. Estas viviendas, hechas en concreto, están dotadas con todos los servicios públicos.

Son para estratos 0 y 1 que ahora van a vivir en una de las zonas más elegantes de la capital del Chocó. “Le estamos devolviendo la dignidad a la gente”, dice Vargas Lleras. “Especialmente a la que por generaciones ha estado más abandonada”. Entonces surge la pregunta inevitable: sus críticos dicen que usted es el típico cachaco, criado en los más exclusivos clubes de Bogotá. ¿Qué piensa cuando lee esos comentarios? “No tengo tiempo para pararle bolas a eso”, dice. Eso sí, reta a cualquiera para comparar quién ha viajado más a cada uno de los rincones apartados del país llevando soluciones.

Y no solo ha viajado, sino posiblemente es la persona que más cafés ha probado en campos y ciudades. En efecto, este nieto del expresidente Carlos Lleras Restrepo y quien desempeña el cargo de vicepresidente desde el 7 de agosto de 2014, no para de tomar tinto. Allí sus anfitriones le tienen listas varias olletas de café que él consume en sus correrías sociales. Su otra debilidad es el cigarrillo. No acaba de fumarse uno cuando enciende el siguiente.

Hacer caso, nada más

Y en este trasegar también escucha la pregunta que gravita en el ambiente. Que él no está al frente del más ambicioso sacudón a la infraestructura en la historia del país sino que está allanando su propio camino hacia la Casa de Nariño en condición de presidente para las elecciones de 2018. “Le repito que lo único que hago es caso”. Sorprende que uno de los hombres que más poder acumula hoy por hoy en Colombia diga que se limita a obedecer. ¿A quién? “Al presidente Santos quien me asignó estas tareas que yo solo trato de cumplir a cabalidad”.

En efecto, a cada uno de los sitios en donde llega, Vargas Lleras empieza con la mención “del gobierno del presidente Santos”. Y dice que lo hace, no solo por una lealtad natural sino también por dar ejemplo de hacer la tarea. Anota que uno de los problemas que históricamente han tenido los empleados públicos es la de no concentrarse en hacer bien hechas las labores asignadas. Por ese mismo motivo, él no se desvía ni un milímetro en controversias que no le corresponden, incluso de la trascendencia monumental como es el proceso de paz. “El presidente y su equipo de negociadores maneja eso. Yo no”.

¿Entonces? ¿Trabaja para las generaciones futuras en materia de infraestructura? “No. Esto no es para el futuro. Esto es el presente”. Y pone, como ejemplo, que quienes transiten por Ruta del Sol 1, en el tramo Guaduas-Puerto Salgar, se podrán dar una impresión de lo que se está haciendo. Antes, se tardaba cuatro horas y media en recorrerse, ahora se hace en 45 minutos.

En la percepción ciudadana, Vargas Lleras goza de un reconocimiento general. En la encuesta de Gallup tiene una imagen favorable del 58 por ciento; y el reconocimiento también quedó en evidencia en las recientes elecciones del poder local. Su partido, Cambio Radical, triunfó en diez gobernaciones, de las que siete fueron con aval propio y tres con coaval, y ganó 249 alcaldías, entre ellas la más importante, la de Bogotá, con Enrique Peñalosa. Además de la Gobernación de Cundinamarca lo que hace que buena parte de las decisiones que se tomen hacia delante en el corazón del país estén hoy en sus manos.

¿Puede esperar la capital un revolcón tan fuerte en materia de obras como el que se está sintiendo en el resto de Colombia? “Eso está en manos del señor alcalde”, dice. Pero también cuenta que ahora sí habrá más sintonía para llevar a cabo unas obras urgentes en materia de entradas y salidas a la ciudad que es lo que le corresponde a la nación y en materia de las viviendas gratis para las personas de más bajos recursos. “Le garantizo que en la primera quincena del próximo mes de enero, recién posesionado Peñalosa, vamos a poner en marcha el más ambicioso programa de 10.000 casas, 10.000, en Bogotá”.
 
El cura constructor

¿Será verdad tanta belleza? “Claro que sí”, sentencia Vargas Lleras. Entre sus contradictores dicen que él vive en un país de fantasía. Uno de sus asesores responde que este es un país atípico porque tradicionalmente se criticaba a los políticos porque iban de pueblo en pueblo prometiendo obras y no las hacían y ahora hay quienes le buscan el quiebre a él porque no promete las obras sino que las hace. Él, por su parte, no responde. Dice que el éxito en la infraestructura pasa por estar al frente de cada una de las obras para que se hagan y se entreguen. “Por eso, insiste, no tengo tiempo de entrar a polémicas porque ya arranco para otro viaje”. ¿Para qué? “Porque al terminar el gobierno Santos, en el 2018, vamos a dejar en infraestructura a este país en el tercer puesto en la región, solo después de Brasil y México”.

Su agenda está repleta. Tiene cita con los pesos pesados de una de las firmas constructoras más poderosas del país, con el sacerdote Jorge Andrés Duque de la Corporación Diocesana de Cartago, entidad que construyó 300 casas en Tadó y ahora va a hacer 100 más en Itsmina. “Yo hablo con el que quiera trabajar”, dice Vargas Lleras. El cura le contó un día que su comunidad hacía casas para la gente más necesitada y que su interés no era ganar plata. Como al comienzo nadie se quería meter en Chocó por las condiciones climáticas –llueve todos los días–, y las dificultades para llevar los materiales desde Pereira en una vía donde los deslizamientos son frecuentes, a nadie le interesaba arriesgar su capital. “Usted viera las casas tan bonitas que hicimos, con techo especial para el calor, son tan bellas”, dice el padre Duque.

El religioso cuenta que en este país se necesitan más quijotes. Lo cierto es que hasta ahora era tan monumental la desidia por hacer obras tan elementales que en los actuales momentos de avances científicos y tecnológicos, en Atrato aún se escucha el eco feliz de la algarabía de sus habitantes porque abren la llave y, no es un milagro, sale agua potable.