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Pocos tienen raíces tan arraigadas en la historia del poder en colombia como Vargas Lleras

PERFIL

Germán Vargas, el Lleras

Le ha dedicado toda su vida a la política, y en esta campaña le demostró al país que tiene el talante de un buen líder. Mientras su carácter es su mayor virtud y su peor defecto, su juventud es su mejor aliado en el camino a la Presidencia.

24 de abril de 2010

Si algo marca una diferencia entre Germán Vargas Lleras y los demás candidatos a la Presidencia es su árbol genealógico. Pocos colombianos tienen como él raíces tan arraigadas en la historia del poder en Colombia. Mal contados, son 200 años de protagonismo político los que lleva a cuestas. La referencia más cercana es su abuelo Carlos Lleras Restrepo, que llegó a la Presidencia cuando Germán tenía apenas cuatro años y se ganó tal respeto que un botafuego como el escritor Fernando Vallejo, que no deja títere con cabeza, dijo hace poco en una entrevista: “Una vez voté por Carlos Lleras Restrepo. Era un hombre honorable”.

Son menos conocidos, aunque no menos ilustres, otros de sus antepasados. Por el lado de los Lleras, Lorenzo María, su abuelo en cuarto grado, ocupó todo tipo de cargos públicos desde ministro de Relaciones Exteriores hasta alcalde de Bogotá, en función del cual, en 1834, sacó de la ciudad a Manuelita Sáenz. Y por otra rama familiar, la de los Restrepo, está José Félix de Restrepo, su abuelo en quinto grado, quien fue maestro de protagonistas de la independencia como Francisco Antonio Zea, Francisco José de Caldas y Camilo Torres.

No hay hoy una figura política en Colombia con un linaje como este. Lo cual puede ser una ventaja pero también marca un destino. Le quedaba muy difícil sustraerse de su propia historia. Y menos aún luego de que su abuelo le escribió una dedicatoria: “Para Germán Vargas Lleras, de quien espero me supere en el servicio del liberalismo y de Colombia, con el entrañable afecto de... Carlos Lleras Restrepo”.

A pesar de todo el abolengo, no fue la política su primer oficio. Él se dedicó, desde el colegio, al negocio de la miniteca. Su precoz carrera de empresario se cortó de tajo cuando le estaba ganando la indisciplina y después de rodar de colegio en colegio su papá –el abogado Germán Vargas Espinosa– decidió mandarlo interno a la preparatoria de Georgetown, en Washington.

Germán no era fácil de manejar. “Era un muchacho rebelde”, cuenta uno de sus familiares. Pero también curioso y travieso. Uno de los pocos recuerdos que tiene uno de sus hermanos de cuando su abuelo era presidente es que los tres hermanitos (Germán, Enrique y José Antonio) casi se mueren en Hatogrande luego de que el hoy candidato se encontró un polvito que parecía gelatina y se lo comieron sin saber que era veneno. Cuando apenas tenía 13 años, su mamá –Clemencia, la hija mayor del presidente– murió de un infarto fulminante.

Su vida dio el vuelco definitivo en 1982, cuando comenzó a estudiar Derecho en la Universidad del Rosario y de manera simultánea se convirtió en el secretario privado de su abuelo. Todas las tardes, en la casona de Quinta Camacho que todavía se conserva, Germán llegaba de la universidad y almorzaba con el ex presidente. Luego se iban a la mansarda y se dedicaba a recopilarle ciertos detalles de los últimos 70 años de la política del país. Con la ayuda de esos memorandos, su abuelo escribió Crónica de mi propia vida, de la que dejó 11 volúmenes y su nieto Germán se encargó de publicar hace poco el número 12.

¿Qué aprendió de su abuelo Carlos Lleras? ¿Qué consejos marcaron su vida política? Son preguntas que Germán se rehúsa a contestar. No hay una razón muy clara de por qué. Algunos dicen que es tímido. Otros dicen que como buen cachaco es muy reservado. Y la periodista María Isabel Rueda se atrevió a tildarlo, con cariño, como antipático.“Saque sus propias conclusiones”, es lo que el candidato responde con cierto deje autoritario en el tono de su voz.

Hay rasgos que por momentos parecen calcados el uno del otro. Los dos han tenido fama de bravos, y lo son. Los dos le jalan duro al cigarrillo: a Carlos Lleras una vez le tomaron una foto con dos en la boca y Germán Vargas abre la puerta de su camioneta blindada, sin importar que vaya en marcha, para poder fumar. Y a los dos les gusta la microgerencia: el Presidente escribía él mismo algunos de sus decretos y Germán Vargas no solo revisa hasta los comunicados de prensa, sino que va con una libreta tomando nota de cada cosa que le dicen por todo el país. En la política, empezaron de abajo, el uno como diputado de Cundinamarca y el otro como concejal de Bojacá. Y tanto el abuelo como el candidato han trenzado su destino con la familia Galán: Carlos Lleras metió a Luis Carlos a la política. Luis Carlos hizo lo propio con Germán. Y ahora este también lo aplicó con Carlos Fernando. Alfonso López Michelsen escribió alguna vez: “Tenía fama de estudioso y de clientelista (...) y después de varios años el hombre de Estado eclipsó por completo al caudillo municipal”. ¿Hablaba de Carlos o de Germán?
Tal vez por toda esta historia es por la que mientras a los demás candidatos de la actual contienda presidencial se les conoce como Mockus, Sanín, Santos, Petro, en el caso de Germán no basta con el Vargas.

Medio siglo de votos

Germán Vargas comenzó a brillar con luz propia cuando llegó al Senado. Estuvo cuatro veces. Desde 1994, cuando entró raspando, hasta 2006, cuando sacó la más alta votación y prácticamente duplicó a los que venían detrás en el pelotón. Y si a eso se le suman sus otras faenas electorales, bajo el paraguas del galanismo, la de 1984, como concejal del pueblo natal de su familia paterna, y las dos veces que fue elegido para el Concejo de Bogotá, en total son más de 25 años dedicados al arte de cultivar votos.
 
En el Senado llega su consagración. Gracias a su gran olfato político, Germán Vargas se les midió durante el gobierno de Ernesto Samper a los temas más calientes. Esos que en principio nadie quiere asumir porque es como colgarse una lápida en el cuello, pero que al final de cuentas, además del beneficio que brindan al país, se convierten en una gran vitrina mediática y política. El más difícil de todos fue la Ley de Extinción de Dominio. En ese momento se calculaba que una cuarta parte de la tierra cultivable del país estaba en poder de criminales. Y esta era la primera herramienta que tendría el Estado para quitarles ese botín. Germán Vargas, con su socia Claudia Blum, padecieron 14 meses de amenazas, con carro bomba incluido, hasta que lograron aprobarla.

El otro gran frente de batalla del senador fue el del estamento militar. Se convirtió en el intérprete de sus necesidades en el Congreso en temas tan complejos como la Ley de Genocidio y Desaparición Forzada o el fuero militar. El mismo Germán Vargas cuenta que se trasladó seis meses al Ministerio de Defensa a estudiar a fondo la cuestión castrense.
Y en octubre de 2001, el senador se fajó un debate que marcó la historia: con fotografías en mano denunció lo que para él eran abusos de los guerrilleros en el Caguán, y el proceso de paz de Pastrana con las Farc comenzó a tambalear.

Para completar su faena en contra de las mafias del crimen, Germán Vargas también tomó posiciones que molestaron a los paramilitares, pidió endurecer las penas de la Ley de Justicia y Paz y públicamente rechazó la entrada de Eleonora Pineda a las listas de Cambio Radical.

Gracias a esas batallas se fortaleció como figura política en el país, pero no salió ileso. Sufrió dos atentados: uno en 2002 con libro bomba que le cercenó tres dedos de una mano y otro en 2005 cuando un carro explotó a su paso en Bogotá.

Por todo eso hay una verdad histórica que nadie discute: Germán Vargas Lleras ya les había declarado la guerra a las Farc antes de que Álvaro Uribe hablara de seguridad democrática.

Llegó a su clímax en las urnas en 2006. Logró armar un partido unipersonal como Cambio Radical y a punta de votos –sin estar en el poder– creó una estructura de 15 senadores y 22 representantes, 1.700 concejales –11 de ellos en Bogotá–, casi 300 alcaldes y tres gobernadores.

Esos sorprendentes resultados se vieron luego empañados con el escándalo de la parapolítica. Seis de sus senadores y tres de sus representantes fueron detenidos. Vargas se defiende hoy diciendo que a todos ellos los estaban investigando por hechos ocurridos para las elecciones de 2002, cuando él todavía no estaba en ese partido. En su beneficio hay que decir que para las elecciones del pasado 14 de marzo puso mucha atención en depurar las listas, lo que no hicieron ni el Partido de la U ni el Partido Conservador, ni el Partido Liberal. De los 15 senadores que tenía solo sacó ahora 8: “Si hubiera aceptado a todos los que me pidieron aval, hubiera ganado las parlamentarias”, dice.

Germán Vargas Lleras parece estar listo para ser Presidente. Con una brillante carrera en el Congreso, con posgrado en manzanilla y doctorado en elecciones, con una gran dosis de liderazgo y con una campaña que todos han calificado como la mejor. Pero en la práctica, le faltó un solo detalle: Uribe. Vargas se convirtió, en momentos clave, en la piedra en el zapato. Tumbó el primer intento de reforma para aprobar la reelección y puso su grano de arena para la caída del referendo para la segunda reelección. De manera que Uribe, a la hora de señalar el heredero de la seguridad democrática, escogió a otro. Nada es perfecto, y menos en política, donde no solo se premia la disciplina, el criterio y la astucia. Hay factores que van más allá de la voluntad personal y el talante de hombre público. El primero es la sintonía con el pueblo. Y Germán, hasta ahora, no la ha logrado. Y el segundo es una sintonía con las coyunturas electorales. Ahí Vargas quedó atenazado entre las mayorías que proclaman al heredero de Uribe –Santos– y las mayorías que vitorean la renovación –Mockus–.

Pero Germán Vargas es un hombre muy joven a pesar de las cicatrices que le han dejado sus innumerables batallas políticas. Con escasos 48 años ha demostrado en esta campaña que está listo para asumir las riendas de uno de los países más difíciles de gobernar. Solo falta que los astros se le alineen, y tiene todavía mucho tiempo para eso.