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Goles sin paz

La explosión de violencia en El Campín, que dejó un muerto y 17 heridos, mostró la dimensión del drama social de los jóvenes en el país.

15 de mayo de 2005

En cualquier lugar que nos sorprenda la muerte, ¡bienvenida sea!". Este llamado a la guerra de Ernesto Che Guevara estaba en un afiche del cuarto del joven Édison Andrés Garzón, muerto el pasado miércoles en el partido entre Santa Fe y América. Resultó ser un paradójico epitafio después de lo ocurrido el miércoles en el estadio El Campín de Bogotá.

Esa noche se esperaba una jornada de fútbol y alegría, pero el partido terminó como uno de los enfrentamientos de hinchas y barras más salvaje y lamentable de la historia reciente del fútbol en la capital. Además del aficionado muerto hubo 17 heridos, de los cuales tres se debaten entre la vida y la muerte, resultado de un episodio caótico en el que el árbitro fue agredido y el campo invadido por más de 50 hinchas, mientras la violencia se apoderaba de la tribuna sur. Toda una batalla por un simple partido de fútbol.

Todo comenzó con el enfrentamiento entre los miembros de la Guardia Albirroja de Santa Fe. Las dramáticas imágenes de televisión mostraron cuando Jason Leandro Ruiz fue golpeado casi hasta la muerte por sus compañeros de hinchada y desesperado saltó de la tribuna para salvar su vida. Después los enfurecidos aficionados se enfrentaron con agentes de policía y saltaron las vallas para agredir a los del América.

Pero el hecho más lamentable ocurrió en la oscuridad de los corredores del estadio. En medio de la trifulca, los hermanos Édison Andrés y Edwin Garzón, de 20 y 17 años, lograron doblar y guardar en una maleta la bandera de cerca de siete metros que habían preparado durante el fin de semana pasado. Juntos salieron corriendo hacia las escaleras para salir del estadio. Edwin y un amigo, distraídos por la Policía que trataba de calmar con bolillo a los furibundos hinchas, no pudieron observar que a Andrés lo apuñalaron en uno de los pasillos de las escaleras de la tribuna.

Edwin escuchó los gritos de su hermano y salió detrás del agresor, que se perdió entre la hinchada americana. "Debajo del saco rojo tenía la camiseta Kappa del América", comentó. Andrés cayó al suelo sin respiración. Cuatro personas lo bajaron al primer piso. Líderes de las barras del equipo escarlata negaron que alguno de los suyos fuera el responsable, pero advirtieron que en caso de que sea de ellos, lo denunciarán ante las autoridades.

Algunos policías bachilleres miraban aterrados sin poder ayudar ya que ninguno de ellos tenía una radio para contactar a un centro médico. Unos 10 minutos después varios hinchas y personas que se encontraban allí lograron detener una ambulancia que pasaba por los alrededores del estadio. Sin embargo, era tarde, el joven había muerto.

Muchos de los asistentes al estadio advirtieron que las requisas ?"raquetas", como dicen ellos? en las entradas al estadio fueron laxas, tanto que en muchas fechas no se había visto el alto consumo y la venta de alcohol y alucinógenos como el pasado miércoles. "Esta vez ni siquiera nos hicieron quitar los zapatos como ocurre siempre. Yo llevaba cinturón con reata y no se dieron cuenta, tampoco me quitaron el encendedor", dice Andrés, un miembro de la Guardia Roja.

Tal y como estaba escrito en los protocolos de seguridad para este tipo de encuentros, el grueso de los 500 policías, especialmente la fuerza antimotín, estaba fuera del estadio pues es donde históricamente se han presentado los desmanes. No obstante, como le dijeron a SEMANA varios miembros de la Guardia, "dentro de la tribuna constantemente hay enfrentamientos y la pelea con Ruiz venía desde hace más de tres años porque iban al estadio a resolver problemas de pandilla y robar".

Todo indica que la Policía no solo falló cuando un hincha de Santa Fe entró como a un parque público, golpeó al árbitro y salió, tal y como lo advirtió el general Héctor García, sino en todo el esquema de seguridad. Dentro del recinto deportivo sólo había 64 agentes para mantener el orden, mientras que la fuerza antimotín y el grueso de la fuerza estaba afuera, a la espera de frenar supuestos enfrentamientos.

La administración distrital advirtió que estos protocolos serán revisados, pues en ellos no se contemplaba la posibilidad de un enfrentamiento entre seguidores de un mismo equipo.

Otro tema que quedó en evidencia fue la falta de atención que la alcaldía de Lucho Garzón le ha dado a las barras. En lo que va corrido de su mandato nunca se ha reunido con ellos, pese a la solicitud de algunas barras que le han querido expresar sus avances de convivencia y sus necesidades sociales. Así lo expresaron a esta revista miembros de la Fundación Juan Manuel Bermúdez Nieto, que trabaja con dirigentes de diferentes barras en Bogotá para hacer de éstas, grupos con contenido social.

Precisamente el programa Goles en Paz, que tras lograr un éxito en la convivencia de las barras en el interior del estadio en más de 200 partidos, está en crisis. El año pasado no recibió recursos de la ciudad y sólo ahora le entregaron 118 millones de pesos. Además, sus acciones no han podido ir más allá del estadio para afrontar la realidad que se vive en los barrios de la capital, donde hay territorios vedados para hinchas de un equipo y el otro, o se producen enfrentamientos que por lo general no son denunciados.

No es suficiente con pagar el entierro del joven Édison Garzón, poner detectores de metales en las entradas al estadio, mejorar el tablero electrónico, intensificar pruebas de alcoholemia o suspender los partidos del Santa Fe. Se requieren acciones que ataquen la realidad en la que viven estos hinchas, en su gran mayoría jóvenes que no tienen posibilidades de terminar estudios, de seguir una carrera universitaria o conseguir un empleo.

Y lo más importante: Se necesita que en este caso haya justicia. Se sabe que el Alcalde le entregó a la Fiscalía todas las imágenes de las cámaras internas del estadio para que reconstruya los hechos. Es necesario que se ubique a los responsables, se les judicialice y se les condene ejemplarmente, porque de no hacerlo, se corre el riesgo de que la violencia entre las barras continúe dentro y fuera del estadio. O lo más grave, que un tercero como los paramilitares aproveche este momento y ponga orden a través del terror, tal y como ocurrió en Medellín. Algo que sería desastroso para una ciudad como Bogotá.