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La gente de Gramalote busca renacer de las ruinas por medio de la fe | Foto: Guillermo Torres

RECONSTRUCCIÓN

Gramalote, el pueblo que quiere florecer en el desierto

El municipio norsantandereano que hace casi año y medio fue evacuado preventivamente por el deslizamiento de la montaña donde está ubicado, enfrenta hoy el drama de la depresión y el 'rebusque'. Quiere renacer construyendo lazos sociales.

Daniel Guillermo López
2 de mayo de 2012

Más de 100 familias tratan de renacer en medio de la tragedia que convirtió a Gramalote en un pueblo fantasma. Vicente Lasso, el cura párroco de la comunidad, hace un llamado al Gobierno sobre las falencias que tiene la atención a las víctimas del desastre natural.
 
Ellos, que enfrentan la carga de su propia tragedia material, también deben afrontan a sus propios demonios: la tristeza propia del desarraigo, sumada a la necesidad de la subsistencia diaria. "(Las autoridades) se han preocupado más por el arriendo y el subsidio económico que por las cosas sicológicas y espirituales", advirtió el párroco.
 
A la desventura del desalojo se ha sumado, como consecuencia, la de muerte. Varias familias han perdido a sus familiares en el último año y medio porque el destierro al que los obligó la naturaleza aceleró los fallecimientos o los llevó al suicidio.
 
Un carnicero que se fue a vivir a Cúcuta se mató tras propinarse más de diez puñaladas. El cura Lasso asegura que "se suicidó porque le faltó ayuda y acompañamiento espiritual". Para Trinidad Mendoza, representante de La Palestina -un albergue a cinco minutos del viejo pueblo-: "Él se mató por que la familia lo dejó solo".
 
Otras personas han muerto por el rebusque. La riesgosa recolección de bloques de ladrillo y latas se convirtió en una actividad normal en el día a día del municipio abandonado, donde por cuenta de la debilidad geológica del terreno, sumada a las lluvias de la temporada, siguen cayendo muros sin manera de saber dónde se derrumbará el próximo.
 
Los bloques que se pueden recuperar enteros son comprados por los pobladores de los municipios vecinos. "A 300 pesos se vende el bloque al vecino que consiguió sus tejas" comentó Mendoza.
 
El Espectador reseñó que algunas personas del pueblo desarrollaron un método aun más aventurado de 'rebusque': arañar las casas resquebrajadas en busca de hierro, cobre, ladrillo u otro material de construcción para vender.
 
Sin embargo, con la llegada del párroco Lasso, la comunidad se ha vuelto a reunir y a retomar las actividades propias del municipio. Por medio de la religión, con la celebración de la Semana Santa y el mes mariano, los gramaloteños buscan florecer en el desierto de su desdicha.
 
Habitantes del pueblo le dijeron a El Colombiano que "antes que miedo, es la necesidad de reunirse con otros tercos que suelen regresar al pueblo, de vez en cuando, para sentarse a recordar, en medio de los ladrillos".
 
Volver a reunirse y encontrar a sus vecinos ha hecho que el pueblo conserve la esperanza de reconstruir su comunidad, sin importar dónde se edifique el nuevo Gramalote en el futuro.