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GUARDIANES DE LA SELVA

“En el Amazonas está mi corazón”

SEMANA se une a la iniciativa de Univision Noticias y The Guardian para llamar la atención sobre el cambio climático. Fernando Trujillo, director de la Fundación Omacha, cuenta cómo la vida lo encargó de proteger a los delfines rosados y otras especies acuáticas que viven en la selva.

María Paula Castro
19 de enero de 2017

Semana.com: Usted nació en Bogotá, en medio de la gran ciudad. ¿Cómo terminó en la Amazonía? 

Fernando Trujillo: Me gusta definirme como un ciudadano del mundo. Mi interés por el cuidado de la naturaleza se debe a varias cosas. Siempre quise el tema de la biología marina, los océanos, los ríos… me llamaban poderosamente la atención. Yo decía que quería ser científico y al mismo tiempo humanista, y todo el mundo lo veía como una contradicción. Para mí, hay que hacer ciencia pero pensando en la gente.

Semana.com: ¿Y por qué los delfines? 

Fernando Trujillo: Cuando era joven me empecé a inclinar por el estudio de los delfines, tiburones y las especies marinas. Me decían que los delfines en Colombia no existían. En 1985 tuve un encuentro con  Jacques Cousteau y le hice un par de preguntas. Él me dijo “¡los delfines existen en Colombia! Están en el Amazonas”. Hablar con él encendió una chispa en mí.  Así, como estudiante universitario, terminé en un avión de carga camino al Amazonas, y arribando a un pueblito en el sur del trapecio Amazónico. Al llegar, mi aproximación a los delfines era muy romántica. ¡Pero es que encontrar delfines en la selva es algo que uno no se lo cree! Es espectacular. Ir caminando o por el río y ver cómo de un momento a otro salta uno de estos maravillosos animales. Al ver eso, y ver cómo alrededor de estas especies de agua dulce se establecen creencias y mitos, ver su importancia en una comunidad, se armó ahí un poderoso objetivo de vida de tratar de hacer algo por ellos. 

Semana.com: Biología marina fue entonces la carrera perfecta para usted…

F.T.: Solo me presenté a una universidad y a esta carrera. Uno estudia una carrera pero también tiene que matricularse en la universidad de la vida. Llegué al Amazonas con la arrogancia de un estudiante universitario que cree saber todo, y no sabía nada. 

Incluso los indígenas me pusieron un apodo “Omacha”, yo me reía y decía “debe ser algo muy malo”. Hasta que un día me puse de serio y les dije “¡díganme qué es omacha!”. Ellos respondieron que como me veían aguantando hambre y sol, todo el tiempo metido en el agua, yo era un delfín que se había transformado en hombre. Eso significa omacha: el delfín que se transforma en gente. 

Cuando creé la fundación le puse ese nombre porque me pareció una metáfora muy acertada: es ponerse en el lugar de una especie, de un ecosistema. Incluso a mi hija mayor empezaron a decirle Omacha ach, que quiere decir la hija o la cría del delfín vuelto hombre.

Semana.com: Cuando estaba en la universidad, ¿en algún momento se imaginó estar haciendo lo que ahora realiza? 

F.T.: No. Por supuesto que no. Tenía grandes sueños, como todo el mundo. Siempre he sido un soñador. Siempre he sido de esas personas comprometidas con salvar el mundo. Me he metido con mucha pasión y cabeza sin saber que llegaría a este punto: llegué al Amazonas con 19 años. Ya tengo 49. Son 30 años vinculado a esto.

En la Universidad, sentí que no me estaban apoyando lo suficiente. Mi propio jefe me dijo que tenía que volar, que hiciera una maestría, un doctorado… que me preparara. Y eso hice. 

A raíz de una historia triste de un delfín que no pude salvar en el Amazonas, historia que llegó hasta el otro lado del mundo, de Inglaterra me donaron 5.796 dólares, lo recuerdo muy bien, a principios de los 90. Con ese dinero construí una estación biológica en el Amazonas. Tuvimos que aprender a cargar troncos, a trabajar en la selva. Fue muy duro, pero esta estación ha servido para que más de 100 personas hagan sus tesis allí. 

Semana.com: ¿Y por qué el amazonas?

F.T.: Desde la universidad venía pensando en el Amazonas, pero siempre me lo planteaban muy difícil: “Es muy costoso”, “allá no hay personas”, “allá no hay combustible…”

Cuando por fin arranqué para ese destino, llegué con 190 mil pesos. Eso no alcanzaba para hotel, ni para comida… Terminé en una residencia de pescadores. Fueron unos comienzos duros, difíciles, pero yo estaba enamorado. Cuando me preguntan “¿Qué prefiere? ¿El Amazonas o el Orinocco?” Yo les respondo: en el Amazonas tengo mi corazón y en el Orinoco mi cerebro. Yo crecí en el Amazonas. Me hice hombre allá. Mis valores y trato con las personas se moldearon en el Amazonas. 

Todo inició con los delfines, y comencé a trabajar todos los proyectos con un componente social. Lo que pasa con el delfín rosado es que es cazado para ser utilizado como carnada en países como Brasil y Perú, para pescar mota, un pez que se comercializa en las ciudades. Pero no tiene sentido hablar de protección a las especies si no le damos a las comunidades otras posibilidades para mantener su economía. En el 2007 recibí un premio (el Whitley Gold Award) por haber podido vincular el tema científico con lo económico, político y social. Por haber vinculado todos los niveles para poder armar una sola estrategia. Hemos desarrollado una visión integral, una conciencia por los ecosistemas acuáticos, nombramos a los delfines como embajadores. En pocas palabras, el hilo conductor del programa de conservación han sido los delfines para ir articulando el todo. Por toda esta gestión, incluso he sido amenazado. 

Semana.com: ¿En qué punto aparece la idea de generar la fundación Omacha?

Como ya lo mencioné, empecé en un centro de investigaciones de la universidad. Me di cuenta de que éste, como muchos otros, persiguen más fondos que causas, y a mí me mueven las causas en la vida. Por eso pensé “aquí tenemos que formar una organización.”

Fui a Fundación Natura, hablé con Elsa Matilde su directora, y le planteé la idea para que me aconsejara. Entonces decidí crear Omacha. La fundamos en el 1993. Ya tiene casi 25 años de fundada y es una de las ONGs ambientales más antiguas en Colombia. Jamás me imaginé que iba a ser lo que es. Ha habido años buenos y malos, y la gran satisfacción de recibir reconocimientos nacionales e internacionales. 

Todos los días en Colombia se crean ONGs y todos los días desaparecen. En general, siempre estamos en una posición difícil. Algunos funcionarios de Gobierno nos mira con suspicacia. Y, además, si no haces bien tu trabajo las comunidades podrían echarte. Y aun así somos las ONGs las que nos jugamos el cuello, el pellejo, las que nos metemos a lugares remotos y complejos, incluso con conflicto armado y minería y otras actividades ilegales. 

Semana.com: Ya nos ha mencionado que su trabajo no se limita solamente a la especie animal, sino que busca enlazar todo con las comunidades. Háblenos más sobre eso. 

F.T.: En el Amazonas uno se da cuenta de que el discurso desde la ciudad es muy sencillo, pero no se puede hablar de conservación si no se generan buenas prácticas ambientales y menos aún si no se comprenden las complejidades y necesidades de las comunidades locales. Por ejemplo, un manatí le puede dar de comer a una familia por casi un mes, y a pesar de ser una especie amenazada, esto en un área remota no es relevante para la gente, como sí lo es su seguridad alimentaria. Por eso es necesario implementar alternativas económicas y buenas prácticas ambientales. 

Semana.com: ¿Qué otras problemáticas en la conservación del Amazonas se presentan en nuestro país?

F.T.: Otra problemática es la siguiente: los científicos publicamos artículos científicos que pueden utilizarse para llevar a cabo las políticas. Pero, aquí en Colombia, ¡posiblemente ningún político lee este tipo de artículos! Por eso en países en desarrollo tenemos que lograr que la información llegue a los tomadores de decisiones de múltiples maneras. No podemos solo quedarnos en nuestra burbuja de confort. ¡Hay que hacer lobby y proponer e implementar acciones concretas de conservación! 

Adicionalmente, los delfines a veces son percibidos como competidores por los pescadores, y hay ocasiones en las que al capturar el pescado sale con mordidas de delfín, lo que hace que el precio de éste se disminuya.

Semana.com: Y frente a esto, ¿qué decidieron hacer?

F.T.: Decidimos crear e impulsar una asociación de mujeres encargadas de procesar los pescados mordidos en filetes y hamburguesas (AMAPROPEZ). Así, se creó una nueva opción para generar recursos para la comunidad. Cuando vimos que no había suficiente pescado mordido por delfines hubo que recurrir entonces a otras especies.

Otra alternativa que apoyamos para la población fueron las artesanías. Yo fui el que empecé a decirles a los indígenas que tallaran delfines en madera. Convertimos a los delfines en un ícono del turismo sostenible, y ahora hay un ingreso por turismo de 8,3 millones de dólares. Establecimos convenios con el SENA, las gobernaciones, las alcaldías y las corporaciones, por lo que todo esto, todo lo que hacemos, se está dinamizando.

Semana.com: ¡8,3 millones de dólares es un gran valor!

F.T.: Sí. Hay que mostrar las cifras: de un delfín muerto cazado en Brasil para ser utilizado como carnada se obtienen 20 dólares. En cambio, un delfín vivo en Colombia genera 20.000 dólares anuales. Alguna vez hablando con Carolina Urrutia, ella me decía que desafortunadamente nos toca mostrar como servicios ecosistémicos toda la diversidad de estas regiones, y ha sido necesario cambiar paradigmas. Lo bonito es que incluso este ecosistema sirve de inspiración: hay una diseñadora de modas que en ExpoCali sacó diseños basados en delfines (Ana Lucía Bermúdez). A fin de cuentas, todo el esfuerzo ha valido la pena, e inclusive hemos alcanzado que todo se posicione a nivel internacional. 

Semana.com: ¿Qué impacto ha tenido la Fundación Omacha a nivel internacional?

F.T.: Desde Colombia asesoramos algunos procesos de conservación en Perú, Brasil, Ecuador, y varios países del mundo.  Hemos generado metodologías que funcionan y han cumplido con su finalidad. En convenio Whitley-WWF-Omacha hemos recorrido 25 mil kilómetros de ríos en búsqueda de delfines y otras especies, para poder contarlos a cada uno. El delfín se volvió una excusa para abordar otras problemáticas, como el mercurio, no solamente en el país sino en el planeta.

Semana.com: ¿Qué significa para Fernando Trujillo el Amazonas?

F.T.: Es esperanza, es el punto donde converge el génesis de la vida. Porque el génesis es oxígeno y agua, y el Amazonas es el gran productor de estos dos elementos pues se encarga de generar del 17 al 20% de agua dulce del planeta. Si pensáramos en otro planeta para habitarlo, deberíamos pensar en uno que contara con un ecosistema como el Amazonas.

Semana.com: ¿Qué implicaciones tendrá el Acuerdo de París en el Amazonas?

F.T.: Varias cosas. A nivel internacional hay un sesgo en torno a la Amazonía: se cree que es solo un conjunto de árboles. Y es mucho más que solo eso. Desvinculan el tema acuático, y hay que ver los ríos, humedales y bosques de una manera conjunta. 

Si bien se han incrementado las áreas protegidas a 2,1 millón de kilómetros cuadrados, sumando otros dos millones que corresponden a reservas indígenas, hay un factor que la gente no está visibilizando: las 34 millones de personas que habitan en la región. De ese número, solo 3,5 millones son indígenas. El resto es gente que ha llegado por diferentes factores y ya Las ciudades están surgiendo. Solo como ejemplo: Manaos tiene cuatro millones de habitantes. ¡Es más grande que Barranquilla! Y hay dinámicas locales muy fuertes. Sumado a ello, Brasil tiene 155 represas en el Amazonas y la parte sur amazónica está muy deforestada.

Semana.com: Con respecto a la inversión extranjera en el Amazonas, ¿cree usted que está siendo invertida correctamente?

F.T.: La cooperación internacional está dando millones de dólares para sembrar árboles, invertidos en su mayoría en el pie de monte pero en la parte baja y extensa del Amazonas no hay inversión de recursos. De tal manera que empieza a escasear la pesca y a deteriorarse los ecosistemas poniendo en riesgo la seguridad alimentaria de las  personas, quienes recurrirán a la minería ilegal, a la tala de árboles y  aceptarán el ingreso a sus territorios de actividades extractivas a gran escala como los hidrocarburos. 

Hay que hacer un trabajo mucho más articulado. El cambio climático llegó al Amazonas y llegó para quedarse. Nosotros somos desmedidos y no hay manejo racional, y es necesario manejar esto de manera integral.

Mi invitación es a que el dinero se invierta de una manera inteligente, que realmente llegue a la gente, y no se quede en cadenas burocráticas para sostener el aparato Estatal y en consultorías sin sentido. Deben hacerse programas de largo plazo pero teniendo en cuenta a los 34 millones de seres humanos que habitan la región.