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Guerra en la arena

Decenas de muertos y centenares de desplazados wayuu es el saldo de la llegada de los paramilitares a controlar el narcotráfico en La Guajira.

23 de mayo de 2004

Los miembros de la etnia wayuu se han distinguido por el orgullo de su raza y por su capacidad para vivir en las condiciones inhóspitas de la alta Guajira. Una cosa y otra consiguieron durante años mantener su supremacía sobre otros indígenas, evitar la llegada de los colonizadores y mantener en paz sus costumbres y tradiciones ancestrales.

Pero esa situación está en un sangriento proceso de cambio con la llegada de un grupo irregular de "arijunas", es decir, de no indígenas, que han sembrado la muerte y la destrucción. Se trata de los paramilitares del grupo de Jorge Tobar, alias 'el Papa' o 'Jorge 40', quienes desplazaron en la Sierra Nevada y en la troncal del Caribe al cabecilla Hernán Giraldo.

La alta Guajira, por su localización geográfica y la ausencia del Estado, ha sido desde tiempos inmemoriales el punto de llegada del contrabando, controlado tradicionalmente por los jefes indígenas. Con la aparición del narcotráfico, era inevitable que se canalizara también por ese territorio solitario y olvidado.

Los paramilitares de '40' llegaron para hacerse al control de los puertos naturales que facilitan la salida de lanchas rápidas y de las salinetas que se usan como aeropuertos. Para el efecto se aliaron con algunos jefes indígenas como José María Barrios, alias 'Chema Bala', y comenzaron el asesinato de sus potenciales adversarios.

Sin embargo, un incidente en Portete hizo que la violencia se desbocara. En una parranda en la que departían 'paracos' y policías, "de repente empezaron a discutir, no sabemos si por plata o por mujeres, y dos policías resultaron muertos", contó a SEMANA uno de los sobrevivientes, que se encuentra en Venezuela.

Un anciano wayuu contó en su escaso español que los paras amenazaron a todos los presentes y les dijeron que "el que abría la boca era muerto". Como era de esperarse, comenzó la sangría. Dos jóvenes que en busca de protección se acercaron al comando de Policía de Uribia fueron asesinados por los paras, que los esperaban al regresar, "antes de llegar a Puerto Nuevo". Otras dos mujeres que presenciaron el caso y fueron llamadas a declarar fueron asesinadas "con motosierra", según contó una joven del clan Uriana. Con ello el conflicto se volvió incontrolable y de futuro incierto, pues en la cultura wayuu la mujer es intocable, y transgredir esa norma sólo "desencadena venganza y guerra".

Por lo pronto el éxodo de más de 600 indígenas hizo que el conflicto se hiciera público. En las poblaciones fronterizas del lado venezolano hay 192 wayuu que, más tranquilos, relatan las atrocidades a las que fueron sometidos. Como Rafael, del clan Epinayu, quien contó que dos de sus hijos fueron quemados vivos en su vehículo y que cinco sobrinos y su mamá fueron cortados con motosierra. En Colombia los afectados buscaron el apoyo de la Organización Nacional de Indígenas de Colombia (Onic), a la que denunciaron que los 'paracos' llegan a las rancherías, violan a las jóvenes doncellas mientras otros pobladores de todas las condiciones son torturados, asesinados y picados. Precisan que además de los muertos conocidos, hay un número indeterminado de wayuu que han sido asesinados y enterrados en diferentes zonas de Portete.

Ante esos hechos el alcalde de Uribia decidió aplazar el festival de la Cultura Wayuu, que se celebraría del 21 al 23 de mayo; mientras, acosado por la prensa el gobernador de La Guajira, José Luis González Crespo, señaló a las autodefensas como responsables de las muertes y el desplazamiento de los indígenas.

Entre tanto, en las calles de Uribia es posible ver a los altivos wayuu viviendo en parques y avenidas. Como tantas otras víctimas de la violencia en Colombia, esperan que alguien, sea la Onic, la ONU o el propio Estado colombiano, les garantice el derecho a vivir.