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El municipio de Inzá, al cual pertenece el corregimiento de Pisimbalá, es el escenario de una disputa que hace recordar a la Franja de Gaza.

INTOLERANCIA

Guerra por una escuela

Los indígenas y los campesinos de un municipio de Cauca se pelean a muerte una sede educativa. El conflicto ya dejó heridos, desplazados, amenazados, y se teme una tragedia peor.

12 de marzo de 2011

Eran las tres de la madrugada cuando los gritos ahogaron la música de la verbena popular que se celebraba en la Casa de la Cultura de Pisimbalá, un corregimiento apacible de Inzá, Cauca, a cuatro horas por trocha de Popayán. En un abrir y cerrar de ojos, el jolgorio con el que los campesinos recibían la Nochebuena de 2010 se convirtió en una batalla campal. Entre las víctimas graves había cuatro profesores, algunos con impactos de bala. Otros deambulaban por el sitio con las manos colgando de una hebra de piel por cuenta de los machetazos.

Algunos medios locales registraron la noticia como un ataque de los indígenas nasa que viven en un resguardo que comparte territorio con los campesinos del corregimiento. Si bien aún no hay certeza sobre quién comenzó, lo cierto es que fueron destruidas la única sala de computadores y la biblioteca de la zona.

Esa no era la primera vez que los indígenas y los campesinos de Pisimbalá se enfrentaban. Ya lo habían hecho el 28 de mayo y el 7 de julio del año pasado. Hoy el conflicto suma al menos veinte personas heridas, cinco amenazadas y dos familias desplazadas.

Esa peculiar guerra se debe a un hecho absurdo: ambas comunidades (indígenas y campesinos) se enfrascaron en una pelea por la sede del colegio Instituto Microempresarial Agropecuario San Andrés, más conocido como Imas. El establecimiento no funciona desde el 21 de abril de 2010, cuando el cabildo indígena lo ocupó para exigir autonomía educativa. Allí recibían clases, en forma conjunta, 330 estudiantes de ambas comunidades.

Después de convivir durante siglos, hoy los 3.380 indígenas del resguardo nasa y los mil campesinos del corregimiento no se pueden ver. Ese caserío enclavado en las selvas de Tierradentro (Patrimonio Histórico y Cultural de la Humanidad), que vive de sembrar la tierra y del turismo que jalona el museo arqueológico y una capilla con más de 500 años, está convertido en un territorio a punto de estallar.

Mientras tanto, cada comunidad se las arregla como puede para educar a sus hijos. Los niños nasa reciben sus clases alrededor de una fogata, que para ellos es el centro del universo, a la que llaman Tulpa. El sitio no fue escogido al azar, y bajo las llamas están enterrados los cordones umbilicales de los niños del resguardo. La leyenda dice que al estar allá se conectan con la madre tierra y aprenden sus conocimientos.

A mil metros del cambuche escolar de los nasa, los hacinados son los hijos de los campesinos no indígenas. Reciben sus lecciones en los andenes, la cocina o el garaje de la Casa de la Cultura y la cancha de fútbol de una pequeña escuela que no dio abasto para atenderlos. "Cualquier rincón sirve de salón", dijo Jenny Gaviria, psicóloga del centro educativo.

El colegio que hoy nadie usa era compartido por ambas comunidades desde 1996, cuando fue construido en un lugar en el que los linderos del resguardo son inciertos. Pero esa convivencia se dañó en febrero de 2010, cuando la Secretaría de Educación de Cauca sacó al Imas de la lista de las 148 instituciones con autonomía indígena de la región. Mientras los indígenas piden que el colegio imparta la educación ancestral para preservar sus raíces culturales, los campesinos rechazan esa posibilidad y exigen la propiedad del colegio.

Manuela Silva, rectora del polémico colegio, cree que tras la puja por la sede escolar lo que hay es un interés "por el dominio territorial y el manejo de los recursos de la educación". Hoy, con ribetes de conflicto étnico, el asunto requirió la intervención del propio gobierno a través de los ministerios de Educación, de Interior, la Defensoría del Pueblo y las autoridades de Cauca.

Irónicamente, los campesinos no son los únicos que se oponen a que el colegio sea exclusivo del resguardo. Entre los detractores hay estudiantes indígenas que argumentan que la cátedra de Cultura y Sociedad de una hora semanal, que incluía la enseñanza de la lengua nasa yuwe, era suficiente. Justamente ese vacío cultural es la piedra angular del conflicto: "Estamos perdiendo identidad. Muchos de nuestros hijos ni siquiera saben sembrar yuca o tejer, y prefieren comer arroz y no mote, que es nuestro plato tradicional", aseguró Marina Yugue, gobernadora del resguardo.

Anderson Domínguez, orientador de humanidades que dicta clases en el resguardo, precisó que muchos niños no hablan nasa yuwe "porque les da pena, ya que se burlan de ellos". Su compañero Rodrigo Sánchez concluye que si el colegio estuviera en otro territorio, "sería un excelente modelo educativo".

La frase del orientador resume la raíz del problema, ya que hoy no existe un programa educativo para zonas donde confluyan minorías étnicas dentro de territorios indígenas, como ocurre en Pisimbalá. El propio Ministerio de Educación reconoce que el caso es sui géneris y afirma que estudian el tema a través de unas mesas de trabajo que esperan concluir en tres meses.

Mientras ello ocurre, San Andrés de Pisimbalá seguirá dividido por una línea imaginaria que separa dos territorios hermanos que se pelean a muerte la sede del único colegio donde debieron aprender que cualquier guerra, por justa que parezca, siempre será absurda.