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Guerra: ¿qué tan listos?

Las Fuerzas Armadas son hoy más capaces de enfrentar a la guerrilla pero aún falta mucho para golpear sus finanzas y derrotar el secuestro.

22 de octubre de 2001

Nadie podria negarlo. Hoy las Fuerzas Armadas colombianas están mucho mejor preparadas para defenderse en una guerra con las Farc. Mejor en recursos: el presupuesto para las Fuerzas Militares y de seguridad ya alcanzó el récord histórico de sobrepasar el 3,5 por ciento del PIB (ver cuadro). Mejor en capacidad aérea: los helicópteros de combate pasaron de 18 a 30 en los últimos tres años y los de transporte de 124 a 223, incluyendo los 32 que llegaron recientemente para el Ejército y los dos para la Policía dentro del Plan Colombia. Aunque estos últimos no pueden ser utilizados en operaciones contrainsurgentes sí estarán combatiendo el narcotráfico, sustento de las Farc en el sur del país, al igual que los tres batallones antinarcóticos. Han sido repotenciados los viejos aviones OV-10 y A-37 y los dos fantasma —con visión nocturna— del Ejército han realizado una labor invaluable de apoyo en combate pues las tropas en terreno se comunican con éste y le informan sobre las posiciones de los guerrilleros para que pueda atacarlos. Las Fuerzas Armadas también están mejor en la profesionalización de los soldados: este año habrá cerca de 140.000 hombres armados defendiendo al Estado y, de éstos, 55.000 son profesionales, mucho mejor entrenados que los bachilleres conscriptos que reemplazaron. Muchos de ellos integran las cinco nuevas brigadas móviles, más eficientes en el patrullaje y con mayor capacidad ofensiva. Hay además 87.000 soldados regulares, jóvenes que prestan servicio militar obligatorio por 18 meses, la gran mayoría cuidando la infraestructura nacional. Todos estos recursos, la moral en alto, un mejor trabajo entre las fuerzas, una capacidad aérea sustancialmente superior y más coordinada con el Ejército en el combate y una reciente fuerza de patrullaje fluvial de la Armada hacen pensar que, salvo un error militar, no es probable que las Farc puedan volver a dar un golpe de las dimensiones catastróficas de las Delicias o El Billar. Las posibilidades de que las Farc ataquen en forma sostenida la infraestructura nacional también se han disminuido. Por comunicaciones y movilidad las Fuerzas Militares están en mejores condiciones que antes de contener este tipo de ataques. No obstante el terrorismo de este estilo es barato y fácil de ejecutar; en cambio, muy difícil de prevenir y, más aún, capturar a los responsables. Una muestra de ello fue el hecho de que la exitosa Fuerza de Despliegue Rápido pudo controlar las voladuras al oleoducto en Arauca mientras estuvo allí pero apenas salió retornaron los sabotajes. “No pudimos hacer mucho para golpear realmente a la guerrilla allí”, dijo entonces uno de los oficiales que participó en el operativo. Para la otra guerra, la de los secuestros, las extorsiones, el lavado de dinero, y el forzado cogobierno en alcaldías y gobernaciones, el Estado está bastante menos preparado. El alcance de las labores de inteligencia en las Fuerzas Militares todavía es muy limitado. “Sigue siendo muy compartimentada y demasiado dependiente en fuentes humanas, más baratas pero menos confiables”, dijo un experto en el tema. A pesar de la imaginación popular la información estadounidense de radares e inteligencia electrónica no siempre es compartida con sus pares colombianos. En materia de secuestro, después de muchos tumbos, se ha logrado articular una política más coherente desde el Ministerio de Defensa y se han fortalecido los Gaula. Por eso quizás el problema ha empezado a ceder. A octubre pasado cayó en 34 por ciento con respecto al año anterior. Pero esto puede tener otra explicación menos optimista: con la ley 002 los colombianos están pagando y evitan así ser secuestrados. De todos modos los niveles del secuestro en Colombia son escandalosos. La finanzas de la guerrilla siguen prácticamente intactas, aun después de muchos anuncios e instituciones dedicadas a seguirlas en el DAS y en los ministerios de Hacienda y de Defensa. Inclusive no se han podido detectar luego de la creación por parte de Estados Unidos de comités internacionales para el seguimiento al lavado de dinero del terrorismo después del 11 de septiembre. Dar golpes contundentes que congelen los fondos de las Farc y obstruyan sus suministros de armas, municiones o comida es una tarea pendiente. También lo es la protección del Estado a sus gobernantes locales para que puedan resistir el chantaje y la presión de las Farc para ‘cogobernar’. En resumen, indiscutiblemente han mejorado la capacidad, la moral y la legitimidad de las Fuerzas Armadas de pelear una guerra total contra las Farc. Pero todavía falta mucho para poder asegurar que por la vía militar se finalice la guerra más rápido que por la vía negociada. Si no hay proceso de paz la sola guerra va a necesitar un Estado más decidido a dar la pelea, no sólo en el terreno de combate sino también en el campo financiero y político. Y esta última batalla no la pueden dar sólo los soldados, sino todo el país.