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Gustavo Duncan, autor del libro Democracia Feroz | Foto: Esteban Vega

ANÁLISIS

"Petro tiene graves problemas de personalidad": Gustavo Duncan

El profesor de la Universidad Eafit y columnista habla de su nuevo libro 'Democracia Feroz' en el que explica por qué los colombianos no castigan con su voto a la clase política corrupta. "Con Duque, existiría el riesgo de un populismo de derecha", dice.

13 de abril de 2018

SEMANA: ¿Por qué escribió este libro?
Gustavo Duncan: Este libro aparece en una coyuntura muy específica. En el momento en que se pone en marcha el proceso de paz con las Farc y en que ya no tenemos unos grupos paramilitares vinculados a la discusión política del país, sino que se han reducido a puras organizaciones criminales. Antes el conflicto no había dejado traslucir el gran problema político que tiene el país: la configuración de una élite política que no tiene control por parte de la sociedad.

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SEMANA: ¿Cómo es esa configuración de la élite política colombiana?
G.D.: A lo largo de la historia, la clase política colombiana adquirió una serie de comportamientos inadmisibles en cualquier democracia actual ligados a la corrupción y a acciones antiéticas. Pero a pesar de actuar así permanecen en el poder porque la gente no los castiga y no los sanciona en las urnas porque los vuelven a elegir o a sus parientes o a políticos cercanos. Y en el caso de que salgan del juego electoral llega otra clase política que reproduce los mismos vicios. En el fondo, se trata de una clase política que dentro del juego democrático responde a unas lógicas económicas que van desde la informalidad hasta la ilegalidad. El libro plantea que la corrupción en Colombia se explica en gran parte porque hay una clase política que funciona como una pantalla de protección institucional a toda esa economía que mueve a la mitad del país y que necesita de ese amparo porque es informal, ilegal o criminal.

SEMANA: ¿Por qué la sociedad colombiana no es capaz de controlar a su clase política?
G.D.: Porque pese a que en Colombia hay elecciones periódicas, prensa libre y organizaciones de la sociedad civil, no es capaz de sancionar efectivamente con sus votos y opinión a la clase política luego de que se destapa un escándalo. Y la razón se debe a que más de la mitad de la población colombiana vive de los contratos públicos, las ventas informales, el contrabando o el narcotráfico, entre otras actividades subterráneas. Y esas personas votan por los que protejan sus formas de ganarse la vida, así no sean los mejores administradores de los presupuestos públicos y no provean los servicios del Estado de manera eficiente.

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SEMANA: ¿Por qué es tan importante ese factor de economía informal e ilegal en la configuración de la clase política?
G.D.: Voy a poner un ejemplo que no pude exponer en el libro por razones de seguridad. Se trata de un lavador, alguien muy famoso que ya ha aparecido en los medios de comunicación y que trae mercancía de contrabando de todo tipo. Este señor patrocina numerosas campañas políticas. Sucede que él posee las condiciones para hacer elegir a políticos que sean afines y le ofrezcan no perseguir sus actividades. Sus protegidos, una vez elegidos van a entorpecer toda actividad en contra del lavado de dólares. El gran problema que existe con este señor no es que el Estado no lo pueda aplastar sino que toda la gente que gravita a su alrededor lo protege. El Estado no es tan débil como muchos creen y puede emprender medidas en contra de este delincuente, pero eso significa que tiene que ir en contra de toda la gente que él posicionó en el Estado y en contra de los votantes que de alguna manera se benefician de sus actividades. Entonces, esa es la explicación de cómo un sujeto sindicado de asesinato y de actividades sumamente peligrosas se convierte en un poder dentro del Estado que neutraliza su acción y que de paso garantiza el nombramiento de políticos corruptos.

SEMANA: En su libro usted dice que una de las razones por las que la clase política actúa de esa manera se debe a la exclusión económica de una gran parte de la población colombiana ¿Cómo explica esto?
G.D.: Sí, Colombia es un país profundamente excluyente en el campo económico y por eso el narcotráfico ha sido tan exitoso. Llevó a cabo un poderoso proceso de inclusión así fuera de manera ilegal. Este es un tema interesante e importante. El tráfico ilegal de drogas se funda en la ideología de la globalización y es la ampliación e inclusión de los mercados. La izquierda no ha comprendido que el problema del grueso de los colombianos pobres no es la explotación. Esta gente no es explotada por el sistema capitalista sino que está por fuera del sistema. El narco ofreció una oportunidad de inclusión. Y a pesar de todos sus costos la gente simplemente escogió incluirse en los mercados a través de los excedentes que generaba el narco. El resultado es que esta gente al final va a defender su inclusión en el mercado patrocinando prácticas políticas inadmisibles en una democracia. En últimas lo que en el fondo el libro propone es una economía política de la corrupción.

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SEMANA: En su libro usted se enfoca en los casos de corrupción después de la Constitución del 91 ¿Acaso ese tipo de clase política no existía antes?
G.D.: Por supuesto que la corrupción y compra de políticos ha existido desde antes, pero la Constitución del 91 cambió las reglas de juego políticas y profundizó este fenómeno. Antes de 1991 la élite bogotana, que copaba los puestos burocráticos nacionales y designaba los cargos regionales como las alcaldías y gobernaciones, tenía una forma de negociar con las élites regionales con mucho margen de maniobra su favor. Con la apertura democrática esta forma de negociación cambió y le dio mayor poder a las regiones. Si vemos el caso de Odebrecht, por ejemplo, el escándalo pasó por Sahagún porque el dueño de la maquinaria, el que producía los votos estaba allí, así el que definía el contrato estuviera en Bogotá.

SEMANA: ¿Cómo salir de ese círculo vicioso?
G.D.: El presidente juega un papel fundamental en el cambio de este panorama. Colombia necesita un gobernante con voluntad de romper el esquema de negociación con la clase política. El costo de gobernabilidad no pueden ser las concesiones en términos de defensa de intereses inmediatos de los políticos. El deber del presidente debe ser domesticar la clase política así represente un costo en gobernabilidad. Y para decirlo de una vez la cura no está ni en una Constituyente ni en una reforma política. En cualquiera de los dos casos el Ejecutivo deberá negociar con la misma clase política. Tenemos primero que resolver la relación con la clase política para poder hacer una buena Constituyente o cambios institucionales.

SEMANA: Entonces, ¿no es necesaria una reforma política?
G.D.: Como dije previamente, en la actualidad una reforma implica hacer numerosas concesiones a la clase política. Si cambiar leyes implica darle más poder a esa clase nunca habrá cambios institucionales de fondo porque los políticos no negociarán sus beneficios. Si esto sigue así y no se cambia la manera de negociar con la clase política es mejor aplazar cualquier reforma.

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SEMANA: En este sentido, ¿cómo ve el fenómeno de Petro?
G.D.:  Algo que me gusta del fenómeno Petro es que por primera vez se manifestó una enorme indignación contra la clase política y contra la élite dirigente. Sin embargo, y reconociendo además que es un excelente político, creo que como presidente sería una gran frustración para el país. En parte por su megalomanía. Petro tiene graves problemas de personalidad. Confunde el hecho de obtener el poder con la misión personal de un salvador y no como un tema de solución de problemas concretos de la gente. Eso se ve plasmado en el hecho de que cree tener la respuesta para todo, por encima de la opinión de los especialistas de cada tema. Además, sus tres grandes propuestas (la Constituyente, acabar con las EPS de un tajo y poner fin a la renta minera) llevarían a una gran frustración de esos sectores populares que pasarán a una situación peor de pobreza y desatención por el Estado. Esto no lo digo porque Petro de sea izquierda o que la izquierda tenga proyectos inviables. Evo Morales, al margen ya de los temas de libertades y de querer perpetuarse a toda costa en la presidencia, tuvo logros significativos en lo económico, en inclusión social, en reivindicación simbólica de sectores excluidos, etc. El propio caso de Correa, uno tiene que reconocer los logros en infraestructura y en la reforma a la educación superior, así después se haya convertido en un megalómano autoritario.

SEMANA: ¿Qué opina de Duque? ¿Será él el títere de Uribe como algunos dicen?
G.D.: Duque es la línea moderada dentro del uribismo, y en ese sentido da un parte de tranquilidad. Sin embargo, tenemos que responder por Uribe, porque sin él, Duque no hubiera sido el candidato de estas elecciones, como tampoco lo hubiera sido Santos en 2010. Por lo tanto, toca hablar del legado del ahora senador del Centro Democrático. El antiuribismo se ha preocupado mucho por los temas relacionados con derechos humanos, pero creo que lo más crítico de Uribe fueron sus ganas de disponer de un tercer periodo presidencial, allí hubiera podido romper el orden institucional y en ese momento no hubiéramos sido una democracia. Por eso si alguna preocupación le puede caber a uno con la presidencia de Duque es que se quieran hacer cambios constitucionales que abrirían una caja de pandora innecesaria en estos momentos. Existiría el riesgo de un populismo de derecha en este caso.