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El Dr. Gustavo Quintana está preparando un libro titulado 'La eutanasia honra la vida'. | Foto: Daniel Reina

ENTREVISTA

“He realizado más de 230 eutanasias”

Gustavo Quintana es, probablemente, el médico colombiano que más conoce el tema. Este es su valioso testimonio a partir de su experiencia.

21 de abril de 2015

De formación jesuita, estudió en el colegio San Bartolomé de la Merced, se graduó de medicina en la Universidad Nacional y hace más de 30 años practicó su primera eutanasia.

Habla con fluidez y claridad, es un hombre ante todo práctico pero sensible, difícilmente conversa sin sonreír. Asegura que hace eutanasias justamente “por lo mucho que ama vivir”.

El procurador Alejandro Ordóñez lo ha tildado de asesino. También lo han llamado ‘sicario’ y ‘doctor de la muerte’. Él lo acepta sin ofenderse, pero precisa que, en ese caso, sería el doctor de la muerte digna.

Ahora ha vuelto a la escena pública a raíz de la resolución que expidió el Ministerio de Salud en la que, entre otras cosas, dispone que para practicar una eutanasia un comité interdisciplinario compuesto por un abogado y un psiquiatra o psicólogo clínico debe avalar la solicitud del paciente o de sus familiares. Semana.com habló con el doctor Gustavo Alfonso Quintana.

Semana.com: ¿Cuál es su opinión de las posturas del procurador frente a la eutanasia?

Gustavo Quintana:
Toda sociedad necesita autoridades y ellas tienen sus puntos de vista. Pero al ejercer la autoridad en un país que es laico, las creencias religiosas son para que cada quien las guarde dentro de su corazón. Sólo ahí deben hacer efecto. Yo no tengo nada en contra del procurador, a pesar de que él me haya tildado de asesino, porque ese es su punto de vista y eso no me hace a mí asesino, yo soy un ser humano que ama la vida.

Semana.com: ¿Qué sentimientos le generan los pacientes que le piden morir?

G. Q.:
No tengo esa máscara negra que usan los verdugos. No, mi cara está siempre al aire libre. Sólo pretendo darles afecto a mis pacientes, pues sólo puedo hacer una eutanasia cuando amo a mis pacientes, porque solamente amándolos puedo entender la necesidad que tienen sobre su propia vida.

Cuando un paciente me dice: ‘Doctor, por favor, ayúdeme a morir’, me está metiendo en algo difícil de entender para los demás, pero que a mí me es más fácil de entender por el afecto que les tengo. Eso es lo que me faculta para tomarlo de su mano y dar ese paso tan trascendental. Alguien debe hacer ese papel. Digamos que la fortuna me escogió a mí y estoy dispuesto a continuar haciéndolo.

Semana.com: ¿Cuál fue su primer acercamiento con la muerte digna?

G. Q.:
Me gradué como médico hace como 42 años y tuve mi consultorio tradicional durante 35 años. Una vez tuve un accidente muy severo y pensé que podía quedar cuadripléjico. Mientras me llevaban al hospital le advertí al médico que si tenía una lesión en la médula espinal no dejara que me hicieran nada. Es decir, que me dejara morir. Desde ese momento consideré que pasar el resto de mi vida en una cama era una cosa muy difícil para lo que yo era en ese entonces.

Semana.com: ¿Y que lo llevó a acercarse a la eutanasia?

G. Q.:
A raíz de esa experiencia tuve contacto con algunos pacientes terminales y en particular con una que quise mucho. Ella tenía un cáncer cerebral, se le operó y le dijeron que si algo salía mal volviera al médico. A los tres años volvió a tener síntomas y se presentó al médico. La examinaron y le dijeron que se tenía que operar, pero que ‘se quedaba en la cirugía’. Por el avance del cáncer iba a ir perdiendo sus capacidades físicas y mentales, iba a llegar un momento en que no reconocería a nadie, no podría alimentarse por sí misma, y así la dejaron.

Un día fui a su casa y vi mucha gente que iba constantemente a verla. Encontré a una persona en posición fetal, pesando menos de 30 kilos: un guiñapo humano de lo que era la mujer bellísima que yo había conocido, entonces le dije a la hija que cómo permitía eso. Hablé profundamente con su hija y entendimos que la dignidad de su madre merecía respeto. Esa fue mi primera eutanasia. Sé que si ella me viera hoy, me lo agradecería.

Semana.com: ¿Qué sintió después?

G. Q.:
Me sentí liberando el alma de una mujer que ya no quería permanecer en un cuerpo que no le pertenecía. Por casos como este me han dicho “usted es un sicario” y me han cuestionado "cuánto cobro". Yo respondo: un sicario le quita su vida a alguien que quiere mantener su vida, y yo jamás hago eso. Siempre es el paciente el que dice: “Doctor, no quiero seguir viviendo”. Inclusive, nunca ha habido familiares que me reprochen la decisión. Por el contrario, aunque les duela profundamente, me lo agradecen.

Semana.com: Entrando en materia, ¿puntualmente cuál es su opinión acerca de la resolución que acaba de expedir el Ministerio de Salud para reglamentar la eutanasia?

G. Q.:
La resolución no sirve. Aunque le comunica a la gente que la eutanasia es legal, la forma como lo plantea es inconveniente. Es hacer pública la enfermedad de un paciente e involucrar a muchas personas en un acto íntimo. Un paciente tiene derecho a que le guarden en secreto profesional lo que está padeciendo. Con esto se quiere dar más poder personas distintas a la persona que quiere morir.

Para ningún paciente va a ser grato pasar cartas y demostrar durante cinco semanas que la decisión es irrevocable. Ahora, si uno de los miembros del comité llega a objetar la eutanasia, la apelación va a tardar al menos un año, y resulta que el paciente se morirá en dos semanas. Eso no tiene el menor sentido.  

Semana.com: ¿Cuál sería su propuesta entonces para reglamentar este tema?

G. Q.:
No darle poder a un abogado ni a un psiquiatra ni a nadie sobre la vida de una persona. Qué tal que un psiquiatra o alguien de este comité interdisciplinario le diga a un paciente “usted no está preparado para tomar esta decisión” o “no está bien que usted tome esta determinación”. Y ese paciente le dijera “usted tampoco tiene bien tomada esa decisión sobre mi vida”. ¿Dónde está la correspondencia? ¿Por qué la jerarquía de la opinión de uno sobre la vida del otro? Aquí se estaría violando la libertad que tiene un paciente para decidir el final de su propia vida. Yo he realizado más de 230 eutanasias y ninguno de los pacientes a los que les he practicado ha querido hacer pública su decisión.

Semana.com: Entonces, ¿cómo va a continuar usted su trabajo con esta nueva regulación?

G. Q.:
Esa es la pregunta que todos me hacen. Yo creo ser la persona que más experiencia tiene en hacer eutanasias, no es por ufanarme simplemente porque de la experiencia nace algo. Sin modestia creo que, por el momento, el Ministerio me debería confiar las eutanasias que se empiecen a solicitar. Me gustaría saber en este momento cuántos médicos se consideran capaces de realizar una eutanasia activa.

Semana.com: ¿Cómo realiza usted el procedimiento?

G. Q.:
Se toma la vena del paciente, en los primeros dos minutos le inyecto una dosis de anestesia doble de lo que se requeriría para sacar el apéndice, por ejemplo. Cae en una anestesia muy profunda y a los cuatro minutos le aplico el despolarizante cardíaco. Lo que hace esto es que apenas llega al corazón, se detiene y entonces deja de circular el oxígeno. Entonces el oxígeno se consume en dos minutos y medio.

Los familiares ven que el paciente se duerme. No van a ver que grite, se mueva, nada. Cuando han pasado unos 15 minutos yo les digo a los familiares que se fue hace unos 10 minutos.

Semana.com: ¿Qué siente después de hacer una eutanasia?

G. Q.:
Es difícil porque la gente a veces me agradece, y yo no entiendo por qué me agradecen darle la muerte al ser que aman. De pronto me agradecen la dignidad con que yo llevo a cabo el procedimiento.

Hace años aprendí con los jesuitas a meditar. Después de hacerlo medito una hora o más. Porque me pregunto qué dejé de hacer que contemplara o no si el paciente tenía en su espíritu todas las razones para decidir lo que hizo. Y así duermo limpio, con la conciencia tranquila.

Semana.com: ¿Qué relación ve entre el suicidio asistido y la eutanasia?

G. Q.:
 En el llamado suicidio asistido un paciente, con la asistencia de su médico, se toma un veneno que lo mata. En pocas palabras, en un suicidio se frustran posibilidades futuras de vida, en una eutanasia no porque ya no hay posibilidad de mejoría. El suicida además es un término peyorativo. Yo prefiero decir culminación voluntaria.

Semana.com: ¿Qué mensaje quiere dejarle al Ministerio de Salud?

G. Q.:
Habrá que evaluar si la legislación sobre la eutanasia la deben hacer unos pocos en el Ministerio o si se debe hacer en el Congreso (que fue justamente lo que reclamó el procurador). Pero además, que no deben reglamentar la eutanasia porque es algo sumamente íntimo entre el paciente y el médico. Debemos entender que una persona que opta por la eutanasia no está optando sino por su propia vida.

Lo que yo planteo seguramente lo considerara la sociedad en unos cien años. Ojalá en ese momento el mismo Estado pueda proveer a los pacientes de las condiciones para realizarse este procedimiento. Ojalá uno pudiera irse cuando está en lo mejor de la vida y no llegar a esa decadencia que en cuestión de tres años lo vuelve un guiñapo que no puede valerse por sí mismo. Yo, en lo personal, me haré mi eutanasia el día que sea impotente y que me vea en un espejo y me vea tan feo que para qué me quedo. Tengo 68 y ninguna de las dos ha pasado.

Semana.com: ¿Cuánto cuesta una eutanasia?

G. Q.:
Los medicamentos pueden costar dos millones de pesos. Yo a veces cobro 200.000 pesos por mis servicios o a veces nada.


Twitter: @miguelreyesg23