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"Hoy perdí un poco las ganas de vivir", dice Samboní al frente de lo que era su casa | Foto: AFP / Semana.com

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“¿Qué hicimos mal para que nos pase esto?”: habitante de Mocoa

Miles de colombianos perdieron todo en una tragedia anunciada. Gabriel Samboní, uno de los damnificados, cuenta lo que vivió esa noche en que el río arrasó con lo que más quería.

2 de abril de 2017

"Es fácil que ahora vengan los expertos y nos digan que esta tragedia tarde o temprano iba a ocurrir", dice Jimmy Calvache, funcionario de Corpoamazonía, sobreviviente de la avalancha. "Pero lo que me duele es que nosotros mismos ya lo sabíamos", agrega con una voz abatida. La advertencia venía dese hace medio siglo. En los años 50, la quebrada Taruca, la misma que esta vez ocasionó la mayor parte de la tragedia, ya se había desbordado, para llevarse consigo la vida de 2 personas. Aquel día, las víctimas no fueron más porque el sector suroccidental del poblado, el mismo sobre el que ayer se desplegaron las aguas con toda fuerza, era entonces un baldío. Ayer, en cambio, ya era todo un complejo de casas de maderas enclenques, ocupadas muchas por desplazados.

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Después vinieron las advertencias científicas. Calvache recuerda al menos dos estudios recientes que predijeron la tragedia de Mocoa con una exactitud del 90%, según calcula. Primero fueron dos alumnas suyas del Instituto Técnico de Putumayo, que en 2013 se graduaron con una tesis en la que simularon el desbordamiento de la quebrada la Taruca. Sus resultados eran una imagen calcada de lo que pasó en la madrugada de este sábado. Pero no se les prestó atención.

Esto no tiene nombre. Ahora mismo estoy frente a las calles en las que yo jugaba a "la lleva" y en las que ya solo queda piedra sobre piedra"


Luego, fue la misma Corporación para la que Calvache trabaja, la que elaboró un estudio detallado de la amenaza de inundación. Coincidieron en prever la imagen de destrucción que ayer el país vio a través de sus televisores. Entregaron el informe a la Gobernación en junio de 2016. En el mismo, concluían que el riesgo para alrededor de 10.000 personas que vivían cerca a los ríos no era mitigable, lo que implica que solo había una opción: irse, reubicar. En los últimos meses, se habló de intervenciones para disminuir el riesgo. Como sea, nada se ejecutó a tiempo. Ayer se agotaron los plazos para escuchar las
advertencias.

Se acabó el tiempo

Gabriel Samboní, sentado sobre las ruinas de la casa de su hermanas, en el sector donde desembocó la cola de la avalancha, mira hacia al río e intenta comprender como una quebrada tan pequeña, a la que ama, en la que solía nadar de niño, por la que se deslizaba en un neumático, fue capaz de ocasionarles tanto dolor.



"¿Que le describa lo que veo? No, pero es que esto no tiene nombre. Ahora mismo estoy frente a las calles en las que yo jugaba a "la lleva" y en las que ya solo queda piedra sobre piedra", dice. Primero lo domina la emoción. "Hoy perdí un poco las ganas de vivir. ¿Qué fue eso tan malo que hicimos para que nos pase esto?. Luego, lo atrapa la razón: "Esto es un llamado para nuestra conciencia". Y entonces, empieza a recordar.

Gabriel Samboní pasó los momentos más alegres de su infancia, allá en los 80, metido en los ríos de su pueblo. Al Mocoa iba con su familia de siete hermanos a montar la olla sobre un fogón de piedras y leña. En el Samboyaco se sumergía con sus amigos para pescar cucha y pescadito negro. Y en esas expediciones infantiles, de tanto recorrerlos y observarlos, aprendió que sus lechos son inestables. Que más que de roca, están llenos de arena. Muchas veces observó la facilidad con la que se desprendían los árboles de las orillas.

En video: El heroico trabajo de los organismos de socorro en Mocoa

En los primeros años de madurez vio cómo la ciudad crecía alrededor de sus ríos. De los mismos, empezaron a sacar arena, piedra y recebo como material de construcción. Cortaron los árboles de la rivera para abrirle paso al crecimiento urbano. Y los cuerpos de agua se convirtieron en un gran caño, sobre los que iban a parar los desechos de un pueblo que ya tiene 43.000 habitantes. Entonces, los ríos cambiaron. La pesca y el paseo de olla, comprendió, son imágenes que se quedaron en su infancia, y que no podrá vivir ahora junto a sus hijos.

A lo largo de la noche del pasado sábado, desde el nacimiento de los ríos, sobre la cordillera, habían llegado las primeras llamadas a advertir la creciente. Hacia la 9 arrancó una tempestad que no amainaba. La escena no es extraña en esa región que se considera la de mayor pluviosidad del país, después de Chocó. En Mocoa la lluvia es constante. Caen 400 milímetros de agua en un mes, pero en la noche del viernes cayeron 130, en unas pocas horas.

A la medianoche, sonó el estruendo del agua, de las rocas y de los árboles que venían loma abajo. El escenario geográfico era ya una condena. La montaña por donde bajó el caudal desbocado tiene una pendiente muy empinada. Así que la avalancha se volvió muy fuerte antes de irrumpir en la calma de Mocoa, que es plana, y que recibió con fuerza desmedida semejante descarga.

10 helicópteros, 6 aviones, 7 botes para apoyo fluvial y 63 vehículos para recorridos terrestres responden a las mayores urgencias


En un paso previo al casco urbano, la avalancha arrastró la subestación de energía. Así que a las gentes les llegó la tragedia en medio de la penumbra. A la medianoche, la mezcla de lodo, roca y escombro ya se paseaba por unos 20 barrios del poblado. En medio del aguacero y la confusión, empezó la estampida en busca de refugio. Los padres salían con los niños en brazos, corrían hacia las partes altas. La fuga de los Samboní fue en moto. A la 1:30, Gabriel llegó a la loma, en medio del sonido de las sirenas y de las alarmas y con la avalancha pisándole los talones. "A esa hora ya sabíamos que lo que se fue, se fue para siempre, y que los que se quedaron, murieron".

Sin embargo, en la oscuridad, no dimensionaban la tragedia. Solo hacia las 4:30, cuando el amanecer les dio un poco de claridad, entendieron que Mocoa ya no era la misma. Entonces el desespero se apoderó de ellos. Salieron en busca de los seres amados, de los amigos. A remover escombros, a buscarlos en las orillas de los ríos. En el pueblo se escuchaban las voces amplificadas en los megáfonos que pedían la evacuación hacia las montañas.

Mientras familias como los Samboní, apenas se recuperan del trauma que vivieron, los organismos de socorro intentan controlar la situación y darles aliento. Más de 1.300 personas de decenas de entidades despliegan un trabajo heroico para atender la emergencia. En el departamento, 10 helicópteros, 6 aviones, 7 botes para apoyo fluvial y 63 vehículos para recorridos terrestres responden a las mayores urgencias.

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El sábado, Mocoa pasó quizás la más horrible noche de su historia. Semana.com está desde el sábado con un equipo de periodistas en la zona de la tragedia.

En cada rincón de la capital de Putumayo se vive angustia. El Instituto Tecnológico de Putumayo se convirtió en el principal albergue de los sobrevivientes. Familias enteras, madres gestantes, abuelos, pasan la noche como pueden en salones de clase y en el coliseo. Acostados en colchonetas, muy juntos los unos de los otros, y dando prioridad a los niños, quienes, a pesar de la tragedia, duermen sin tormento. Los damnificados refugiados allí ya pasan de mil. El hospital colapsó, dos hogares del ICBF fueron arrasados por las aguas, el pueblo no tiene luz, ni agua, ni gas. Apenas hasta hace unas horas se restableció la comunicación terrestre pues la avalancha había dejado intransitable la carretera.

El domingo por la mañana, el mundo entero oraba por Mocoa. El Papa Francisco envió un mensaje de solidaridad para los miles de colombianos que hoy sufren por esta tragedia que tiene de luto a Colombia.

* Si usted quiere auxiliar con dinero a los afectados de esta tragedia, puede consignar a través de esta cuenta de ahorros habilitada por la Presidencia de la República: Banco Davivienda, N° 021666888.