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| Foto: SEMANA.

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Habitantes de Útica se niegan a cambiar de pueblo

Mientras intentan sacar el lodo de sus casas, los habitantes de este municipio siguen adelante. Se niegan a pensar que deban seguir sus vidas en otro pueblo. Útica no cree en el reasentamiento.

9 de mayo de 2011

Los habitantes de Útica limpian una y otra vez el lodo que aún hay por doquier en el pueblo. Pocas son las viviendas que quedaron intactas, lejos del barro espeso con olor a alcantarilla que entró como un ladrón a las 9:00 de la noche del 18 de abril y se llevó lo que encontró.
 
La avalancha acabó con la tranquilidad del municipio cundinamarqués. Útica es ahora un pueblo opaco, con calles invadidas por ventiladores, colchones, camas, ropa, juguetes y televisores inservibles: todo es gris, el lodo les quitó el color y hasta su forma.
 
Útica es un pueblo de caña panelera y con un clima de 28 grados, caliente pero agradable. Llegar allí desde Bogotá puede tardar dos horas, pero el recorrido se puede extender a cuatro o cinco por una carretera estrecha e interrumpida por incontables derrumbes y desniveles que hoy hacen muy difícil el transporte de ayudas para los damnificados, pero que desde siempre ha traído problemas para abastecer el municipio.
 
Está bañado por cinco afluentes que si bien son un atractivo turístico para los amantes de los deportes extremos, son la peor amenaza para el pueblo cundinamarqués. Hace 22 años, en 1988, una avalancha dejó a muchos sin casa y sin pertenencias. Hoy se repite la historia.
 
Hace 22 años se habló de trasladar el pueblo, y hoy también. Colombia Humanitaria tiene a Útica en la lista de poblaciones que se tendrían que fundar, total o parcialmente, en otro lugar. Una idea que para el alcalde de Útica, Marcel Hernández, es “descabellada”.
 
“En 1988 se ofreció el traslado, que costaba en ese entonces 38.000 millones de pesos. Pero la gente no se va, el tema del arraigo es complicado. Hoy el costo del traslado puede ascender a 100.000 millones de pesos, necesitamos hacer grandes obras de mitigación que cuestan el 10 por ciento de lo que vale el traslado. No creo que el Gobierno esté dispuesto a invertir eso, es descabellado”, dice el mandatario.
 
El presidente Juan Manuel Santos resalta a Útica como el municipio ejemplo de prevención de desastres. La alerta temprana sobre el crecimiento del afluente de la quebrada permitió preparar a la población desde las 4:00 de la tarde de ese lunes. Pese a la incredulidad de muchos que se negaron a abandonar sus viviendas, sin la evacuación oportuna de la población, la pérdida de vidas hubiera superado las 300.
 
“Yo no creía”, dice Flor Inés Díaz, mientras espera uno de los 300 mercados y la ayuda que la fundación Solidaridad por Colombia llevó en días pasados, y que contó con la visita de doña Nydia Quintero de Balcázar, presidenta y fundadora de esta organización.
 
“Fue peor que la avalancha pasada (1988). Yo quedé sin ropa, sin nevera, sin nada y hoy otra vez se repite la historia. Estaba sola en mi casa, me dijeron que saliera y no hice caso, como uno es necio (...) Cuando me di cuenta, tuve que subirme al platero de la cocina porque ni la mesa del comedor me sostenía, eso comenzó a bailar. Duré una hora ahí subida y cuando me bajé el barro me daba a la cintura. Me llevé el susto del siglo”.
 
Errores del pasado
 
Las consecuencias se habrían podido evitar o pudieron ser menores. Aunque la avalancha del lunes santo fue tres veces más grande que la de hace 22 años, pocas fueron las precauciones.

“Después de la avalancha del 88 no se hicieron las obras de contención -reconoce el alcalde-. (...) Ahora hay que declarar algunas zonas de alto riesgo y esos terrenos tendrían que comprarlos las CAR y darles manejo integral de reforestación y que sea una ronda de la quebrada”.
 
La misma población sabe dónde están los problemas. Un puente viejo sobre la quebrada Negra, de la antigua y desaparecida red ferroviaria que atraviesa el pueblo, represó el agua e hizo que entrara al municipio y destruyera 123 viviendas.
 
“Desde hace años se venía diciendo que había que quitar ese puente. Como prohibieron sacar arena y piedra para construcción, el nivel de la quebrada creció y el agua ya no cabía por ahí. Eso nos ha perjudicado”, dice Lilia Matallana, quien lamenta la pérdida de 600 gallinas de su galpón y de su negocio de huevos que “la Negra”, se llevó.
 
Sus dos nietas, de 9 y 10 años, la calman cuando notan su voz entrecortada y en su rostro la incertidumbre. “¡No llore!”, le dicen, mientras sacan sus cuadernos para hacer las tareas que no saben cuándo deberán presentar. "El jardín, la escuela y el colegio quedaron destruidos. Nos dicen que van a estudiar en carpas, pero no sabemos cuándo".
 
Más arriba, a la salida del pueblo, están las cerca de 20 carpas adecuadas para quienes por salud no duermen en sus casas, o para quienes lo perdieron todo. Ahí permanecerán hasta que la Alcaldía tenga claro en dónde se construirán las 300 viviendas que prometió el presidente Santos. 
 
"El colegio debe ser reubicado -comenta el alcalde-. Le apostamos a quedarnos. No podemos irnos. Si el Gobierno nos ayuda a comprar el lote, habrá nuevas casas y colegio antes de que acabe el año".