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“Vemos al general naranjo y al general mora como dos adversarios dentro de una confrontación política en la que ellos estÁn en un bando y nosotros en el otro.” | Foto: Especial para semana

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Habla Pablo Catatumbo

Uno de los hombres fuertes de las Farc habla con María Jimena Duzán sobre las posibilidades de un acuerdo.

María Jimena Duzán
25 de mayo de 2013

MARÍA JIMENA DUZÁN: ¿Hace cuánto no salía del monte?

PABLO CATATUMBO: A la civilización no vengo desde las negociaciones de Tlaxcala. Es decir, desde hace casi 25 años. Y hace 12 no veía a Iván Márquez.

M. J. D.: Usted fue el primer miembro del secretariado que dio el paso que inició este proceso de paz. ¿Qué lo motivó a darlo?

P. C.:  Es cierto. Las exploraciones comenzaron con el gobierno de Uribe cuando nos envió una carta, firmada por el entonces comisionado Frank Pearl. En ese momento, sin embargo, consideramos que no era viable insistir en un proceso de paz cuando su mandato estaba acabando. 

M. J. D.: ¿Y por qué decidieron iniciar los diálogos exploratorios con el gobierno Santos?

P. C.: Porque las cartas que él nos mandó y los mensajes que nos hizo llegar tenían otro contenido. Además, estaba comenzado un gobierno y desde el día de su posesión el presidente dijo que no tenía cerradas las puertas de la paz y que las llaves las tenía él. Con Alfonso Cano y el secretariado analizamos esa alocución y nos pareció que ahí había un mensaje. Sentimos que había la posibilidad de llegar a encontrar una solución política, que nunca ha estado ausente de nuestro planteamiento estratégico. El resto no se lo puedo decir porque tenemos compromisos de confidencialidad con el presidente, que ambos hemos respetado. 

M. J. D.: ¿Qué impacto puede tener en el proceso de paz la posible reelección del  presidente Santos?

P. C.: Me parece positivo. Si el presidente es reelegido se le da continuidad al proceso. De otro lado, le da la oportunidad para que lo defienda, cosa que no ha hecho hasta ahora con suficiente fuerza y convicción.  
 
M. J. D.: ¿Por qué lo dice? 

P. C.: Siempre tiene un doble mensaje. Por un lado está la mesa de La Habana, pero por el otro nos vive hablando de plazos. Primero nos dio uno y luego lo alargó hasta noviembre. Y en varias ocasiones ha dado a entender que si esto no funciona, nada se pierde porque volvemos a la guerra de siempre. 

M. J. D.: En el documento escrito por el alto consejero para la paz, Sergio Jaramillo, se defiende el proceso y se plantea la importancia del fin del conflicto. ¿No lo entendió así?

P. C.: ¿Qué hizo Sergio Jaramillo? Exponer de manera clara y coherente el pensamiento que tiene el gobierno de lo que debe ser este diálogo de paz. Desde ese punto, me parece interesante porque antes no lo habían hecho. Pero le aclaro, esa es la opinión del gobierno, no la nuestra. 

M. J. D.: ¿Y qué es lo que no comparte del documento del alto comisionado?

P. C.: Para empezar, diferimos en los tiempos. No queremos un proceso exprés. A una confrontación que ha causado tanta tragedia en el país y que se ha prolongado durante casi 50 años es muy complicado ponerle plazos. 

M. J. D.: ¿Significa eso que este año no habrá humo blanco?  

P. C.: Yo no quisiera caer en esos escenarios. Nosotros queremos más bien recordarle al gobierno que hay temas muy gruesos en los que todavía no hay acuerdo, como sucede con la propiedad terrateniente en Colombia. El latifundismo es lo que históricamente nos ha llevado a la guerra. Si usted revisa, este conflicto comenzó cuando López Pumarejo dijo que los campesinos tenían derecho a su tierra e inmediatamente el poder terrateniente se le vino encima. Ahí empezó la guerra. 

M. J. D.: Le pide al gobierno que defienda el proceso, pero ustedes se han tomado seis meses discutiendo el primer punto. A ese ritmo no van a terminar nunca.

P. C.: Estoy de acuerdo con que el proceso tiene que avanzar. Pero para eso hay que poner voluntad de lado y lado. El gobierno ha dicho que tiene unas líneas rojas y que sabe hasta dónde llegar. Eso, si no lo explican bien, se presta para conjeturas. Se parece mucho a lo que Uribe llamaba los inamovibles. 

M. J. D.: En el Congreso se está moviendo una propuesta de suspender el proceso de paz, mientras se llevan a cabo las elecciones. ¿Le parece viable?

P. C.: Puede estar bien intencionada, pero faltó sustentarla más y podría hacer inviable el proceso. Insisto: ha habido avances, pero no los suficientes. El gobierno ha ofrecido devolverles las tierras a quienes se las han arrebatado, pero eso no es ninguna reforma agraria, ni mucho menos una revolución. Tan solo un acto de elemental justicia y hasta incompleto, pues el despojo según la Contraloría suma 8  millones de hectáreas y solo ofrecen restituir 2 millones.  Para que haya una revolución en el campo, mínimo tendríamos que cambiar la injusta concentración de la propiedad de la tierra. Por eso, cuando nos dicen que la propiedad privada no se va a afectar, pensamos que esas son las líneas rojas de las que habla el presidente Santos. 

M. J. D.: Nadie cuestiona que haya concentración de la tierra. Pero también hay derecho a la propiedad privada y el gobierno ha sido muy claro en que no se va a tocar ese tema en la mesa. ¿No será que ustedes también tienen sus líneas rojas que tampoco los están dejando avanzar? 

P. C.: Le aclaro, nosotros no estamos hablando de expropiar toda la propiedad latifundista. Solo que se apliquen los instrumentos administrativos y las leyes que hay para ponerle límites a esa concentración. Por eso proponemos que si hay 40 millones de hectáreas en ganadería extensiva que por lo menos se incorpore la mitad a la producción de alimentos. Además en el tema de las Zonas de Reserva Campesina hemos pedido que se legalicen los 9 millones y medio de hectáreas de tierra que están en proceso de construcción, pero el gobierno se niega argumentando que solo hay 3 millones y medio.

Cuando yo entré a la guerrilla, San Vicente del Caguán no existía, la zona de La Uribe y de El Pato eran una selva. El general Rojas había implementado una reforma agraria para darle a los campesinos tierras, pero en la selva, y estos habían llegado con sus hachas a derribar montaña. Esos son los campesinos que hoy están clamando por que les titulen sus tierras. Eso pasó hasta en los Estados Unidos, cuando se pobló el oeste, pero Colombia es el único país donde hay que armar una guerra para conseguir que les titulen una tierra que ya es suya de hecho.  

M. J. D.: Si este proceso de paz llega a feliz término, ¿usted quisiera llegar al Congreso?

P. C.: María Jimena... Si mi objetivo fuera llegar al Congreso, no habría necesitado pasar 40 años en el monte. Si he luchado tantos años no es para llegar a ser simplemente un parlamentario. Para eso, me habría metido a un partido tradicional y me hubiera vuelto un clientelista más. Nosotros tenemos una inmensa voluntad de paz, pero sería injusto con el país que una guerra que ha costado tanto se termine sin que haya un cambio mínimo en las condiciones sociales de la gente. Y sería un acto irresponsable de parte de las guerrillas colombianas que solamente se buscaran beneficios personales.

M. J. D.: ¿Y entre esos beneficios personales, el de no ir a la cárcel después de todos los crímenes que han cometido es uno que les interesa?

P. C.: Lo que creemos es que la propuesta de Santos no es generosa en ese sentido. El M-19 obtuvo amnistía, constituyente, circunscripción electoral especial, ministerios y hasta noticieros. Todo eso se lo dieron acabando de hacer la toma del Palacio de Justicia. A las Farc-EP, que es una guerrilla mucho más importante, nos ofrecen un marco jurídico en el que nos toca ir a la cárcel. ¿Cuántos años?, pregunta uno. Poquitos, por ahí de cuatro a ocho, le dicen. Eso no tiene lógica.  

M. J. D.: Tampoco tiene lógica que pidan esos beneficios judiciales sin que hayan aclarado cómo es que van a enfrentar el tema de las víctimas.       

P. C.: Eso no es cierto. Nosotros ya dijimos que vamos a ponerles la cara a las víctimas. Lo que pasa es que cuando nosotros decimos que también somos víctimas, muchos lo interpretan como una manera cínica de decir que nosotros no tenemos ninguna responsabilidad. No hay tal. Lo que ocurre, así muchos no quieran aceptarlo, es que nosotros también somos víctimas. Cada uno de los representantes de las Farc-EP en La Habana, fuera de los que hay en el monte, tiene una tragedia para contar. 

M. J. D.: En su caso, tengo entendido que una hermana suya fue secuestrada por Carlos Castaño en 1998.    

P. C.: Mi hermana no era ni siquiera de izquierda, era una muchacha normal. Esta es la historia que ella me escribió antes de que la desaparecieran: Castaño había diseñado una estrategia para humillarnos a los comandantes y tomar retaliaciones contra nosotros y decidió secuestrar a varios de nuestros familiares.

En mi caso, intentó secuestrar primero a mi madre, a otra hermana y a la mamá del hijo mío. Cuando no pudo, la emprendió contra mi hermana Yanette. Ella tenía una relación con un señor que era casado y que estaba en trámites de divorcio. Él le dijo que iba a vender un apartamento y que esa plata se la iba a dar a ella. Eran 28 millones de pesos

 Los Castaño, que la tenían infiltrada, supieron de esos millones en la cuenta de mi hermana y asumieron que eran “los dineros malditos de las Farc”, como me lo escribió ella en su carta. Cuando se la llevaron a Castaño, mi hermana fue acusada de ser testaferro de los dineros de Pablo Catatumbo, cuando yo no tengo sino una carpa para hacer mi cambuche. 
  
M. J. D.: ¿Es cierto que su hermana y Carlos Castaño se enamoraron?

P. C.: ¡Eso qué va a ser cierto! ¿Cómo es que la van a secuestrar y luego se enamoran de ella? Lo que sucedió después es que Castaño nos presionó para que negociáramos. Me mandó razones, pero le dije que no iba a hablar con él, que no le tenía miedo. Fue una decisión que tomamos todos en el secretariado, porque no era solo mi hermana sino la mamá y la hermana de Iván, el hermano de Alfonso, la hermana de Simón Trinidad.

Después de un tiempo los Castaño decidieron liberarlos a todos, pero a ella le tocó exiliarse en Costa Rica. Allá se estableció, pero siempre con el sueño de volver a Cali, que era donde estaban su hijo y su novio. Un día recibió una llamada de los Castaño en la que le decían que si quería volver, arreglara con ellos. A pesar de que la familia le dijo que no fuera, ella insistió con el argumento de que quería volver a ver a sus hijos y que no debía nada. Se vino y cuando llego a Panamá, se bajó del avión y hasta ahí supimos de ella.  

M. J. D.: ¿Ustedes aceptan haber secuestrado y asesinado al papá de Carlos Castaño? 

P. C.: Aunque yo no era comandante en ese momento, ni estaba en esa zona, sí fue cierto que al padre lo retuvieron las Farc, pero no lo ejecutaron. Su padre murió al parecer en un intento de rescate cuando se estaba procediendo a su liberación. Pero, ¿sabe? No guardo rencores. Yo entiendo que este es un conflicto que nos ha afectado a todos. Y por eso hablamos de las víctimas del conflicto, que incluyen a los familiares de los soldados, de los guerrilleros…

M. J. D.: …a las de los diputados del Valle, asesinados por las Farc o a las de los Turbay Cote que corrieron con la misma suerte.   

P. C.: Sí, las de los políticos. En realidad yo no tuve participación directa en ninguno de esos dos operativos, pero entiendo que debe ser un drama inmenso y terrible que no podemos negar y que en su momento debemos abordar como organización.

M. J. D.: En el caso dramático del asesinato de los 11 diputados del Valle, ¿están dispuestos a asumir su responsabilidad?

P. C.: Le estoy diciendo que ahí hay una responsabilidad que debemos abordar como organización.    
 
M. J. D.: La hermana de los Turbay Cote, en una entrevista en El Tiempo, dice que los perdona solo si dicen la verdad. ¿Qué le contestan?

P. C.: Me parece un gesto de tolerancia y de nobleza por parte de ella. Pero le repito: en este tema de las víctimas hay que poner sobre la mesa todo el rompecabezas. ¡Armémoslo, pero completo! 

M. J. D.: Una pareja de españoles acaba de ser secuestrada en La Guajira. Ustedes han negado tenerlos. ¿Por qué es tan difícil creerles que ustedes no siguen secuestrando?   

P. C.: Vuelvo y le repito: las Farc les hemos dado órdenes a todos nuestros frentes de que no detengan a personas. Y definitivamente, la retención de esa pareja de ciudadanos españoles no fue obra de las Farc.  

M. J. D.: Hoy está en La Habana, pero mañana puede volver al monte a librar una guerra que van perdiendo. ¿No teme terminar como Alfonso Cano?

P. C.: Lo de que vamos perdiendo la guerra es relativo. Lo que sí es cierto es que ni el Ejército nos ha podido derrotar, ni nosotros hemos podido ganar la guerra. Extender este conflicto no puede ser bueno para el país. Me pregunta que si le tengo miedo a la muerte y le respondo: cuando uno asume un compromiso revolucionario tiene que asumir las consecuencias. A los revolucionarios no nos mueve el afán de conservar la vida, sino el de defender nuestros ideales. Por eso el Che Guevara decía que somos unas especies raras. Y en cuanto a la muerte de Alfonso, yo creo que haberlo mandado matar fue el peor error de Santos. Él era el gran hombre de la paz.   

M. J. D.: Esa imagen altruista de los alzados en armas contrasta con la que se han hecho ustedes a través de tantos años de guerra. Son una guerrilla cada vez más aliada con el narcotráfico y que somete a la población civil a la extorsión y el secuestro, al reclutamiento de menores y a las minas antipersona. 

P. C.: Mire, un Ejército que ha luchado, que ha soportado un tren de guerra como el que hemos soportado, si fuera integrado por narcotraficantes, se habría quebrado hace rato. Hemos soportado ocho años de Plan Patriota, más dos años de combate con este Ejército de Santos. Y le digo una cosa: no es cierto que en este gobierno se haya aminorado el combate. La intensidad del enfrentamiento es igual o mayor que con Uribe. Yo vengo del frente de esa guerra.  
      
M. J. D.: ¿Cómo se siente sentado enfrente del general Mora y el general Naranjo?
  
P. C.: Nos saludamos de manera cordial. Nosotros nunca hemos entendido esto como una pelea personal. Los vemos como adversarios dentro de una confrontación política en la que ellos están en un bando y nosotros en el otro. En estos días le escuché decir al general Naranjo que cuando el enemigo se respeta, uno mismo se hace respetable. Me parece una muy buena frase.

M. J. D.: Si es cierto que no están secuestrando y que no tienen que ver con el narcotráfico, cosa difícil de creer, ¿cómo están entonces financiando la guerra?

P. C.: Definitivamente el tema de las retenciones con fines económicos está cancelado. Lo que sí le quiero decir es que nosotros no somos narcotraficantes.

M. J. D.: ¿Por qué se metió a la guerrilla?

P. C.: Me hice guerrillero después de una conversación con Jaime Bateman, que en ese momento era de la red urbana de las Farc. Era un pelao. De esa conversación salí convencido de que el camino era la lucha armada. Ingresé a la guerrilla, me encontré con que mi hermano ya pertenecía a ella y luego con Carlos Pizarro y Álvaro Fayad. A pesar de que estos dos desertaron y se fueron a fundar el M-19, yo no lo hice porque siempre he seguido la política de las Farc. Sin embargo, respeté mucho a Pizarro. Otra cosa es Navarro y compañía.  Ellos abandonaron los ideales de Pizarro y Bateman. Navarro nunca fue un revolucionario y Petro creo que ni siquiera fue guerrillero.  

M. J. D.: Ustedes dicen que siempre han tenido voluntad de paz pero Pastrana se quedó esperando con una silla vacía a Marulanda, que nunca llegó.   

P. C.: Pastrana se comprometió a acabar con los grupos paramilitares. Pero no lo hizo. Y Marulanda, que era desconfiado, se levantó dos veces de la mesa por el tema de las masacres paramilitares. Marulanda le fue perdiendo confianza. Esa fue la verdad. Marulanda sí quería la paz. Si hasta mandó a hacer una casa en el Caguán con piscina y eso que creo que no sabía ni nadar. 

M. J. D.: ¿Y sí piensa que esta vez se va firmar el fin del conflicto?

P. C.: Hay que construir una sólida convicción  de que este proceso es posible en ambas partes. Nosotros nos la vamos a jugar toda en ese propósito. Pero desde el comienzo dijimos muy claramente que lo nuestro no es una reinserción, ni es un proceso similar al del M-19. Estamos hablando de un fin del conflicto, pero que nos conduzca a la justicia social. ¡Nosotros no estamos mamando gallo! El presidente lo sabe y eso quedó claro en las primeras cartas que nos cruzamos. Le voy a decir una perogrullada: los procesos de paz no han funcionado en el país por una razón muy simple.

M. J. D.: ¿Y cuál es esa razón?

P. C.: La de que no nos entendemos. Cuando hablamos de paz, el establecimiento entiende desmovilización. Y para nosotros, paz significa justicia social y algunas reformas y garantías de participación política. Ese desencuentro es lo que tenemos que superar. Por eso le digo: hay avances y hay que ser optimistas, pero sobre todo no hay que levantarse de la mesa.  

M. J. D: Pero es que ustedes son expertos en no levantarse de la mesa. Les conviene el estatus político que les da la negociación.

P. C.: Podemos ir avanzando en el tema de la participación política sin cerrar el primer punto agrario. Ahí puede haber varios temas en que estemos de acuerdo, aunque hay uno en el que no lo estamos: el gobierno habla de referendo para refrendar lo acordado y nosotros de una constituyente. Pero para eso estamos aquí, no para imponer condicionamientos sino para acordar vías que nos permitan buscar un acuerdo.