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| Foto: Archivo particular

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Harry Marín Vahos, el médico que receta historias

Para este médico no todas las historias son clínicas, la penicilina se reemplaza con cuenticilina y los males del alma y del cuerpo, se sanan con cuentos que no siempre tienen final feliz.

Indalecio Castellanos
2 de septiembre de 2017

Una consulta con Harry Marín puede ser un jugueteo lúdico entre el cuentero y el médico, en la que es posible hallar personajes inventados y rutinas para construir el perfil médico de un paciente, teniendo en cuenta que la palabra es sanadora.

Puede hablar como un narrador o hacer voces de animales de una historia que termina con una moraleja o adoptar la voz del doctor que insiste en que “la salud es un concepto mucho más amplio que la simple ausencia de enfermedad”.

Es médico cirujano graduado de la Universidad Nacional, especialista en medicina aeroespacial y profesor, pero también un divertido cuentero.

 Nació en el hospital León XIII de Medellín, hijo de madre paisa y padre santandereano, le gusta transportarse en moto dizque para hacer muchos amigos, interpreta la flauta para acompañar sus presentaciones, siembra cacao en su finca de La Belleza, Santander, colecciona orquídeas y básicamente es un mamador de gallo, como el mismo dice.

Le pregunto porque se dedica a la cuentería un profesional “serio y respetable” vinculado con el Centro de Estudios Aeronáuticos y me interrumpe para decir:

-“La seriedad no es la misma cosa que la solemnidad”.

Lo de contador de historias no lo mezcló al principio con la medicina, aunque no descarta que en algún momento alguno de sus pacientes lo viera echando cuentos  con los narradores del Salitre, al frente de Maloka, en Usaquén o en La Perola, que es ese sector ubicado en la Universidad Nacional que se ha convertido en el escenario natural en dónde se reúnen los cuenteros y su público.

Sin embargo, reconoce que hace seis años fue inevitable mezclar la narración y la medicina, entendiendo que un paciente es una historia más que clínica o que en algún momento  escuchar puede resolver el conflicto humano que se manifiesta a través de la enfermedad.

-“Cuando entré a la universidad me encontré con el mundo del teatro, de la literatura y de la música, con un entorno absolutamente fantástico que influye, independientemente de lo que estudies”, asegura.

Y fue armando su discurso de lo que ahora llama medicina narrativa, pero descubrió que en otros lugares del mundo hace mucho tiempo se viene desarrollando este tema, que quiere cambiar esa lógica perversa de las EPS en la que el médico se sienta en una oficina, teclea una máquina, no te escucha y no quiere saber quién eres y el paciente es apenas un digiturno.

Humanizar el servicio, escuchar al paciente y fabricar con él su historia clínica desde la narración, parece ser la consigna del médico Marín.

Ratones de laboratorio

Su público natural son los pacientes en el consultorio, sus alumnos de la Universidad Nacional y del Centro de Estudios Aeronáuticos, así como los asistentes a los eventos de cuentería en los que participa.

Pero es posible que sus preferidos sean  ese “montonón de pequeños ratones” elaborados de lana y que asegura, hacen parte del universo fantástico del doctor Marín Vahos, que es su alter ego.

Marín empezó a contarles cuentos a sus “ratones de laboratorio” y señala que dependiendo del efecto terapéutico, iban cambiando de colores.

“Un cuento romántico pone rojo al ratón, un cuento tierno lo transforma en amarillo, y otro queda blanco y en silencio mientras escucha”, asegura el médico Marín.

También los hay morados cuando escuchan un cuento siniestro o se ponen azules cuando la historia es desconcertante o verdes cuando el relato es muy ácido o  naranjas cuando el tono de lo narrado es muy surrealista.

El médico se ríe pensando que al final de cada sesión debe haber un ratón despistado que se pregunte: ¿Qué fue lo que me quiso decir?.

Anda con su arsenal de ratones y de sillas y asegura que son su auditorio preferido dentro del espectáculo de lectura de cuentos que ha denominado “Pasa el viento entre el bambú”.

Hace cuatro años quiso montar su escenografía “ratonesca”, pidió a una artesana de la Universidad Nacional que elaborara los ratones, pero quedó tan decepcionado porque todos eran grises, que decidió empezar a tejerlos con lana de colores, tal como lo hacía su abuela mientras él le leía de joven los periódicos y los libros de literatura.

Medicina y cuenticilina

Cuando abandona su rol de personaje, habla con vigor del carácter de su profesión para insistir que la salud es un concepto mucho más amplio y extenso que la simple ausencia de enfermedad.

Agrega que de hecho la medicina contemporánea está empezando a entender los determinantes sociales y el entorno como un factor importante para la transformación de la salud de una persona.

El doctor Marín Vahos, el otro yo del médico, dice que para el cuerpo prescribe penicilina y para el alma cuenticilina, que lo explica como el hallazgo inesperado que durante siglos estuvo dentro frascos ocultos en el museo de un antiguo laboratorio.

 “Si vos te querés relajar, dice en perfecto paisa, no te tomás un café sino de repente un vinito, pero si te querés despertar entonces te tomas un tintico”, dice para justificar el efecto de cada cuento.

Se pone en situación para explicar que para recetar la cuenticilina es necesario extraer el papel que está enrollado en cada tubo, para ir develando el misterio de cada historia en lo que parece un libro, pero puede ser en realidad un medicamento.

Cada ampolla contiene 3 gramos de cuenticilina, que se describe como un potente imaginofacilitador que actúa directamente sobre el cerebro y el corazón y se constituye en un coadyuvante en el tratamiento del desasosiego causado por el aburrimiento y la ausencia de cuentos en la vida.

Como cualquier medicina, la cuenticilina tiene contraindicaciones y no se recomienda su uso en personas con total falta de imaginación, intolerancia a la literatura o atrofia del órgano del asombro y causa reacciones secundarias, sobre todo cuando no se entiende el cuento.

Marín Vahos habla como médico para insistir en que la posología indica que debe aplicarse las veces que sea necesario y luego saca su parte más histriónica para hacer voces de araña, de mosca y de rana mientras cuenta la historia de una fragorosa lucha por sobrevivir en una telaraña.

Hace caras para meterse en los personajes y empieza una historia en la que no faltan las alusiones a los enemigos, la altanería, la solidaridad, el honor, la valentía y las ganas de vivir a pesar de la adversidad.

La historia termina cuando la rana se libera y salta muy contenta y es entonces cuando el médico cuentero afina la voz para dejar clara la moraleja:

“La arañita allí quedó
pensando que en esta vida
la suerte es desconocida
y en todo caso es mejor
tratar de ser cazador
y no ser ella la comida”.

Pacientes

“Una cosa son los ratones de laboratorio y otra las personas”, dice Marín cuando le pregunto en broma, si alguno de sus pacientes ha cambiado de color mientras escucha sus cuentos.

Insiste en el poder sanador del humor y justifica que en el contexto de urgencias, cuando tienes que atender un paciente, hay que reaccionar de inmediato, aunque siempre hay una actitud  perfomática.

Dice que “cuando se atiende un anciano hay que asumir una actitud humorística, cercana, hablarle duro y con cariño, pero es otra la actitud cuando le hablas a un niño y su madre, porque tienes que ser más serio para darle confianza a la mamá y ser un payaso  con el pequeño para que se relaje y no se asuste con la bata”.

Y luego reflexiona sobre el carácter de lo que hace, para insistir que “el paciente no tiene que saber que es cuentero, pero que esas herramientas son muy importantes en una consulta”.

“Si un niño de 14 años me dice que tiene gastritis, es necesario crear un clima conveniente de conversación para conocer su historia personal y su entorno, más que sus signos vitales y su historia clínica”, reflexiona.

A esta altura de la conversación le insisto si prefiere que lo llamen doctor o narrador y se ríe para después señalar que obviamente depende del contexto y del grupo de trabajo con el que se encuentre.

Echando cuentos

“Ella era una princesa de un palacio de hielo”, empieza un cuento romántico y el surrealista describe en el primer párrafo  que “el profesor se sube a un bus y va al trabajo entre un montón de desconocidos”.

El cuento  siniestro empieza contando que “el joven vampiro se preparaba para cenar”, mientras que uno de los desconcertantes empieza a contar una historia de encuentros insospechados o esquineros, como los describe Marín.

Entre líneas los cuentos ácidos abordan el tema de la medicina, cuando hablan de “un cigarrillo sin autoestima que se encuentra con un hombre que no se ama”, “una hipertensión que se sentía muy sola”, “una tos tan nerviosa que temblaba” y “un asma que tenía un talento ahogando las palabras”.

Harry Marín o el doctor Marín Vahos insiste en que este ejercicio era artístico en principio pero terminó siendo terapéutico y destaca que el médico debe hacer un permanente ejercicio de escucha.

Y vuelve a sacar una tirita de papel que es una nueva oportunidad de acercarse a una historia inventada y afina su voz de personaje del teatro para contar: “Dónde habías  estado todo este tiempo, te dije mientras que con alegría me acerqué a vos. Pero qué pena, tu no eras. Sin embargo, ese malentendido me sirvió para conocernos y con el tiempo me enamoré de ti. Pero tú te fuiste sin mayor explicación y yo te seguí buscando y un día te vi pasar y entonces…”

Y el cuento sigue andando y como si estuviera ante el público pide que le digan cuando para, mientras eternamente sigue preguntándose  “Dónde habías estado todo este tiempo, te dije mientras que con alegría me acerqué a vos...”.