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Héroes en dos ruedas

La historia de Luis Alberto Ninco, el sargento retirado que promovió la marcha por la liberación de sus compañeros secuestrados, refleja el drama de los uniformados discapacitados y su espíritu de sacrificio por el país.

1 de marzo de 2008

Luis Alberto Ninco estuvo a punto de tirar la toalla. Al cuarto día de recorrido sintió que el sol, las ampollas y la tendinitis de su brazo derecho no le permitirían llegar. Entonces, bajo la sombra de un árbol, cerca de Doradal, recordó que en la vida nada le había quedado grande. Que el disparo que lo dejó paralítico hace 15 años no le impidió ser un gran anotador de baloncesto. Y que cuando el fin de su matrimonio lo convirtió en papá y mamá de sus cinco hijos, los sacó adelante a pesar de sus dificultades. Para lograrlo, el sargento viceprimero de la Policía sumó a su pensión el producido de un taxi que adaptó para poder manejarlo personalmente. Gracias a ese esfuerzo también pudo pagarse la carrera de ingeniería industrial en la Universidad Antonio Nariño de Bogotá.

El ánimo le volvió al cuerpo cuando pensó en el motivo que lo había llevado hasta ese paraje: la causa de la liberación de sus compañeros secuestrados por las Farc. Por eso, junto a 18 compañeros de la Fraternidad de personas con discapacidad de la Policía Nacional (Frapón) que preside, emprendió el 18 de febrero su travesía en silla de ruedas desde Medellín hasta Bogotá. Recorrerían 530 kilómetros a través de cuatro departamentos, hasta el Monumento a los Héroes Caídos, en la capital. Desde ese día empezaron a repetir el mismo ritual cada mañana: levantarse a las 4:30, desayunar, hacer un calentamiento y cantar el Himno Nacional antes de repetir uno a uno los nombres de los 24 policías en cautiverio, a los que respondían con un enérgico "¡presente!". .

"Ya casi coronamos", gritó al retomar la marcha. Desde una ambulancia, un médico, dos enfermeros y una fisioterapeuta los acompañaban para hacerles dos revisiones al día en busca de señales de fatiga. También contaban con la Policía de carreteras, que cerraba el paso a los vehículos cuando pasaban los héroes en dos ruedas. Los conductores mostraban su solidaridad pitando acompasadamente mientras esperaban para avanzar. En Puerto Salgar los recibió una papayera y la calle de honor fue hecha por desmovilizados de las autodefensas. "Perdón por cualquier daño que les hayamos podido causar en el pasado", le dijo uno de ellos al cabo segundo Rafael Agudelo. Era tal la emoción que producían a su paso, que en La Vega y en Facatativá fueron nombrados huéspedes de honor y hasta los niños más pequeños los recibieron con banderas improvisadas con las hojas de sus cuadernos.

En las subidas más empinadas, como la del Alto del Vino, a una hora de Bogotá, los lugareños salían de sus casas a empujar a los valientes. "Fue el trecho más difícil, todo el mundo nos animaba y nos decía que a la vuelta estaba el descenso, pero duramos horas tratando de llegar", cuenta Orlando Cortés, uno de los seis civiles que como socios deportivos de Frapón se unieron a la marcha. Algunos de ellos incluso han participado en Juegos Paraolímpicos, como Alejandro Betancur, quien en Corea en 1988 ganó medalla de bronce en lanzamiento de disco, bala y jabalina.

La lluvia les dificultaba frenar en las bajadas, por lo que algunos alcanzaron más de 60 kilómetros por hora, y hasta hubo caídas. Pero dos meses de entrenamiento los habían preparado para todo.

El sargento Ninco piensa que su tenacidad es producto del amor que siente por la institución y que le corre por las venas. Su papá lleva 30 años pensionado de la Policía, y su hija mayor, que estudió sicología, es oficial. "Quizás es que siempre me ha gustado servir a los demás y estoy tratando de hacer los mismo con este recorrido", asegura. Su carrera en la entidad era prometedora. A los 23 años se puso el uniforme, más tarde trabajó en criminalística como escolta y luego fue uno de los primeros miembros de la Unidad Antiextorsión y Secuestro. Pero en 1992, cuando estaba en el área de estupefacientes de la Dijín, su vida dio un giro dramático. "Fue un año negro. Primero, al allanar una casa donde comerciaban con cocaína, vi la muerte cerca cuando me pusieron una pistola en la cabeza. De esa me escapé. Pero no de la siguiente". Se refiere al 24 de septiembre, cuando durante un enfrentamiento con narcotraficantes, una bala en la columna lo dejó paralítico. "El médico me dijo que nunca iba a volver a caminar y yo le respondí que le demostraría lo contrario. Hasta ahora él ha tenido la razón". Pero Ninco le ha hecho el quite a su limitación, y el deporte ha sido la clave. Supo que así sería cuando en su primer partido de baloncesto en la unidad de rehabilitación, su equipo ganó 14-11, y él anotó 12 puntos.

Desde la fraternidad también se ha dedicado a ayudar a que sus compañeros logren ser independientes. Con sus conocimientos de ingeniería industrial creó un call center que se sostiene gracias a contratos con varias empresas y que les ha dado empleo a policías discapacitados. "Hay que ingeniarse formas para sumar algo a la pensión y poder sostener a una familia", dice Ninco.

Pero nada se compara con las dificultades que viven sus colegas en cautiverio, dice. "Me duele que siempre que se habla de secuestrados, los policías y los soldados queden en un último plano. Durante el curso de suboficial conocí a mi coronel Mendieta, quien era muy exigente con nosotros. Ahora, pese a su mala salud, lo veo con su misma voluntad férrea". Por esa razón organizó una marcha que les diera visibilidad a sus compañeros en poder de las Farc y que pasara por los sitios donde hay mayor número de policías con discapacidad.

Por ellos se sometieron a 10 días de camino por las cordilleras Central y Oriental hasta llegar a Bogotá el mismo día en que liberaron a cuatro de los secuestrados. "La felicidad hubiera sido completa si con ellos estuvieran los que faltan", dice. Una multitud los recibió como héroes y como tal fueron condecorados con la medalla de Servicios distinguidos. "Ustedes no son superhéroes de televisión, son héroes reales", fue el mensaje que les envió la esposa del subintendente Jorge Trujillo Solarte, quien lleva más de ocho años en cautiverio. "Podemos tener llagas y estar agotados, dijo Gustavo Bermúdez, pero nuestro dolor no se compara con el de los secuestrados y sus familias. Pese a nuestra discapacidad, nosotros somos libres. Los verdaderos héroes están allá, en la selva".