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ECOLOGÍA

Hipopótamos en fuga (II parte)

Si no recapturan a 12 hipopótamos que se fugaron de la Hacienda Nápoles, en diez años serán 400. Para recuperarlos se necesitan 8.000 millones de pesos, helicópteros, tractocamiones y maquinaria pesada.

3 de mayo de 2014

Arquímedes Trujillo no necesitó purgante alguno para sentir que se le morían las lombrices la noche que un hipopótamo, en medio de la oscuridad, se le apareció al borde del camino y comenzó a perseguirlo.

El animal hizo un sonido parecido al rebuzno y empezó a corretear a Arquímedes, quien, temblando y preso del pánico, aceleró la moto y se perdió por entre las breñas pedregosas que conectan a las fincas de Doradal, ignorando que su perseguidor desde hace siglos ya es famoso por alcanzar al trote una velocidad de 50 kilómetros por hora. 

Pese a que en las noches ya se han acostumbrado a verlos deambular de un lado al otro, pocos campesinos de Puerto Triunfo saben que los hipopótamos, cuyos colmillos filudos pueden llegar a medir 50 centímetros de largo, en África son la mayor causa de muertes accidentales, después de la guerra, según lo ha investigado Mauricio Dávila Bravo, secretario general de Cornare. 

Y no es que los hipopótamos coman gente, pues se alimentan únicamente de vegetales. El problema es que por su contextura y una fuerza equiparable a la de una grúa, esta especie podría toparse con niños o reses e intentar defender su territorio, algo parecido a lo que le ocurrió a Arquímedes el día en que logró escapar, despavorido, sin un rasguño.

Que de la Hacienda Nápoles ahora hayan desaparecido 12 hipopótamos, que pueden pesar entre 1.500 y 3.500 kilos, es tan exótico y macondiano como la llegada misma de los animales, en 1981. José Muñoz, conocido en el pueblo como el Tatareto, estuvo aquel día en la pista de aterrizaje, ayudando a bajar de un avión DC3 a los tres hipopótamos cachorros, que venían dopados junto a un par de elefantes y una cebra. Lo más parecido al Arca de Noé en su versión mafiosa.

La historia de lo que sucedió después ya es conocida. Estos enorme mamíferos anduvieron por más de 20 años apareándose y moviéndose de los límites de Nápoles y solo llegaron a ser una problemática visible tras la muerte del pequeño hipopótamo Pepe, en 2009, luego de que Corantioquia expidió una resolución polémica que autorizaba su caza controlada.

Pero si en aquel momento hubo revuelo y preocupación entre las autoridades, ahora el destino de los animales extraviados se ha convertido en un verdadero ‘chicharrón’. ¿Cómo es posible que los hipopótamos se hayan fugado? ¿Nadie se dio cuenta? ¿Alguien sabe exactamente dónde están? 
David Echeverri, biólogo de Cornare, dice que no es que los animales se hubiesen ido de un día para otro. Lo que sucede, explica, es que la manada pasa la mayor parte del día casi totalmente sumergidos, lo que dificulta contarlos.

Dentro de los límites de Nápoles, Echeverri calcula que hay 40 ejemplares. Los otros 12 se fueron en dirección a la vasta cuenca del río Magdalena, que se despliega hacia el norte en sinuosas ondulaciones que comienzan en el cañón del Río Claro y que luego se convierten en llanuras interminables.

Lo grave del asunto es que si no se recapturan pronto, dentro de poco las hembras de la manada se reproducirán exponencialmente hasta llegar, en diez años, a unos 400 hipopótamos. En 20 años serán 4.000. Nadie se quiere imaginar lo que significará toda esa cantidad de una especie considerada invasora, saltando de finca en finca y de lago en lago, desplazando especies nativas como los manatíes, animales que están en vías de extinción.

Y aquí es donde el asunto se complica. Traer de regreso a un hipopótamo a Nápoles no es como enjaular a un perro. En el pasado y para la recaptura de un solo hipopótamo, Cornare necesitó dos retroexcavadoras, un tractocamión de cama baja, un guacal del tamaño de una choza y hasta un helicóptero que prestó la Fuerza Aérea.

Pero no solo se necesita maquinaria. Para que la captura sea exitosa, se requiere del sigilo y de la paciencia de un monje. “Debemos instalar cámaras trampa, hacer ruidos y esperar por horas hasta que el hipopótamo salga del lago. En ese momento le disparamos con un rifle de dardos que contienen Etorfina, un sedante poderosísimo muy difícil de manipular”, dice Echeverri. Y ese es el momento más peligroso, pues el hipopótamo, por instinto, intentará devolverse al agua, donde morirá ahogado si no hay nadie que se lo impida.  

Para repetir el operativo 12 veces se requiere, según lo ha calculado el Ministerio del Medio Ambiente, Cornare y la Dirección Nacional de Estupefacientes –entidad de la que dependen los hipopótamos–, de unos 8.000 millones de pesos. E incluso más. 

Una fuente del ministerio dice que ni siquiera esa será la solución definitiva. “Eso es un descontrol, porque si los llevamos de nuevo a Nápoles, llegará un momento en el que no va a haber espacio para todos. Y el Estado no puede hacerse cargo de los millonarios costos que implica mantenerlos”.

La ministra Luz Helena Sarmiento hace poco, al reconocer que no es capaz de controlar el problema, desmintió una información de prensa que sugería que el gobierno estaría contemplando la eutanasia de los hipopótamos, algo que pocos expertos se atreven a considerar en voz alta, sobre todo por la imagen que dejaría Colombia ante el mundo.  “Yo sería partidario de sacrificar a la mayoría por las consecuencias ambientales que generan. Sin embargo, los hipopótamos no tienen la culpa, ellos simplemente se están expandiendo en un territorio que consideran suyo”, relata un funcionario conocedor del caso. 

Otra solución a futuro sería enviar a algunos a zoológicos de otros países. En Costa Rica, por ejemplo, estuvieron interesados pero desistieron debido a que los animales, al haberse reproducido a la intemperie, no reunían los requisitos sanitarios para la importación. “Sería una odisea y es prácticamente inviable, tanto en costos de transporte aéreo y logístico, como de certificados”, dice el biólogo Echeverri.

Ahora bien, no es una ironía decir que para encontrar a los 12 hipopótamos, así como a su antiguo dueño, se necesitará de un ‘bloque de búsqueda’, pues esta es la hora en que nadie sabe, a ciencia cierta, dónde están. Magdalena Torres, directora de la Umata de Puerto Triunfo, cuenta que algunos de los fugados solían amañarse en una hacienda llamada La Chorrera, a una hora de Nápoles. Pero que de ahí se desplazaron río abajo, hasta llegar posiblemente a Puerto Nare y Puerto Berrío, en Antioquia. A Cornare han llegado comentarios que indican que un par de hipopótamos han sido avistados por el municipio de Yondó, recorriendo zonas ganaderas, pastizales y potreros a través de un camino abierto, en medio de una topografía completamente plana que conduce hasta los Santanderes y la costa. 

Justo donde terminan los predios de Nápoles hay un lago que comparten los pescadores de tilapia con tres de los hipopótamos. Cuando los animales han intentado acercarse, Walter Hernández, un joven de 14 años que carga una atarraya en el hombro, dice que los ha espantado a punta de gritos y a veces de piedras. “Esos verriondos son muy mansitos. Yo hasta les he pegado calvazos cuando salen por la noche”, dice.

Hace ocho meses, Arquímedes, el de la motocicleta, dice haber visto a dos hipopótamos en una finca llamada El Bosque, en la vereda San Juan. El día en que aparecieron, el mayordomo les puso pasto y melaza al lado de la cocina. “Cuando el hombre vio que la cosa era peligrosa, comenzó a sacarlos de la finca a ‘juete’, hasta que se fueron”, relata Arquímedes. La directora de la Umata corrobora estos encuentros entre hipopótamos y campesinos, asunto que hasta ahora solo ha ocasionado accidentes menores. Se registró la muerte de una res por aplastamiento. Y hace tres años hubo alarma por un hipopótamo que, cuando llovía, se pasaba para la cancha de basquetbol de un barrio de Doradal. Sin embargo, fue tanta la algarabía, que el hipopótamo, desacostumbrado a los ruidos, por cuenta propia nunca más volvió.